El instante en que Sebastián Moro decidió zambullirse en la Historia

0

Por Alexis Oliva. Hace un año, moría en La Paz el periodista mendocino, quien según numerosos indicios y testimonios fue atacado por las bandas de derecha en vísperas del golpe de Estado en Bolivia. El Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Córdoba le rindió homenaje y reclamó investigación y justicia. Una semblanza, del compromiso a la tragedia.

Me gustan mucho sus fotos. Como esa que ya es un símbolo, en Su Teleférico. Me gustan sus fotos trabajando y sus fotos de joda. Me encanta su imagen tirado en el pasto con Sabina, su sobrina. Me conmueve hasta las lágrimas esa donde Miriam Medina apoya la cabeza en el hombro y abraza con tanto amor al tocayo de su hijo asesinado por la policía. Y me gusta este retrato, que me recuerda a Edward Scissorhands.

Tenía cierto parecido con El Joven manos de tijera de Tim Burton, con quien compartía la delgadez, el pelo revuelto, cierta desmañada elegancia y la mirada entre melancólica y pícara. Y sobre todo, ser una criatura extraña y sensible. Porque era un ser extraño y sensible Sebastián Moro. Ávido de aprender y vivir, concentrado para pensar y creativo para trabajar, tan atento y laborioso para investigar, escribir o decir un texto periodístico, como para construir empatía y amistad. Algo que apenas alcancé a vislumbrar pero pude reconocer y valorar.

Cómo no reconocerlo en tiempos en que a la profesión periodística le han lobotomizado la humanidad, la verdad y la política, con operadores que en poco y nada se diferencian de los trolls. Y ya que este término coincide con una de las horrendas criaturas imaginadas por J. R. R. Tolkien, hay que decir que hasta algunos elfos del progresismo periodístico, a la primera oportunidad de calzarse el anillo del dinero, el poder o la fama, se convierten en orkos tan viles y mezquinos como recién salidos de las fraguas de Mordor. En El Silmarillion, Tolkien explica: “Dicen los sabios de Eressëa que todos los Quendi (Elfos) que cayeron en manos de Melkor… fueron puestos en prisión y por las lentas artes de la crueldad, corrompidos y esclavizados; y así crió Melkor la horrible raza de los Orkos” (1). Con los orkos periodísticos, ni falta que hace.

(Mi hermano Galo, una especie de Sebastián músico, poeta, maestro y especialista en Tolkien, me dice: “No, ni elfo ni hobbit. El Seba Moro podría haber inspirado un personaje de Liliana Bodoc y La Saga de los Confines (2), porque era profundamente latinoamericano”).

Y cómo no valorarlo si contra todo lo que hay que pelear peleaba este Quijote de la tierra del vino. Acaso esa hermosa tierra ayudó a despertar en él un espíritu campesino. Porque era un labrador de mundos internos con los arados de la curiosidad y la escucha (3); un sembrador de mundos externos con las semillas de la sensibilidad, la solidaridad y el compromiso; un cosechador más allá de la muerte. Quizás por eso en el tiempo de madurez ese espíritu eligió trabajar en los medios de comunicación de una organización campesina.

De tanta historia revolucionaria se nutrió en su interés por los años 70 y sus coberturas de los juicios de lesa humanidad, que se empujó a buscar una revolución presente, una revolución viva. Y lo hizo en un momento de avance de la derecha, cuando el contexto se ponía difícil… y peligroso. Ante los triunfos de Macri en Argentina y Bolsonaro en Brasil, ante la defección de Lenín Moreno en Ecuador, decíamos: “Queda Bolivia… Bolivia aguanta…”. Paradójicamente, ese país sin mar era por esos días una isla de resistencia a la marejada derechosa y revanchista en América Latina. Desplazado por la debacle económica y hastiado del vacío político del macrismo, a ese país sin costas se fue a vivir este Moro.

Los pintores de la Grecia antigua encontraron un modo de plasmar en la imagen estática la esencia de una historia: el instante fecundo, lo llamaban (4). Ese momento en el que está a punto de ocurrir la apoteosis de la acción, lo más trascendente, lo más trágico. Quiero encontrar y retener ese instante fecundo en la vida de Sebastián Moro. Imagino que es el momento en que decide irse a Bolivia. El momento en que esa idea surge en su interior y se la cuenta a Raquel, su madre. ¿Qué clase de persona es capaz de tomar una decisión así? ¿Quién se atreve a dejar familia, amigos comunidad y una carrera en la que, a pesar del macrismo, seguramente hubiera tenido oportunidades laborales y profesionales dignas?

El 15 de febrero de 2018, Sebastián me escribió este mensaje: “Alexis, cumpa querido: el sábado parto a Bolivia a empezar de cero con unas cuantas posibilidades abiertas para laburar en prensa gráfica, estatal y otras. De todas maneras todo contacto me viene bien, así que si conocés a alguien allá será bienvenido. En cuanto tenga línea telefónica retomaré mis contactos x WP para mantenernos siempre cerca. Placer conocerte así sea a la distancia y quien te dice que en las vueltas de la vida nos encontramos alguna vez. Abrazo enorme, HLVS. Seba”.

Con esa convicción se fue a ese lugar del que se iba a enamorar, al que quizás ya amaba desde antes, desde siempre. Y de cero, que es la forma de empezar. “Si algo me ha dado Bolivia es esta sed de escribirlo todo”, escribirá en una de sus crónicas paceñas. Y claro que lo hizo, hasta donde le alcanzó el tiempo y la vida. Pienso en el destino de Sebastián, tan trágico e injusto, y al mismo tiempo tan cargado de sentidos.

Pienso en el contraste con otros destinos y otros sentidos. Poco tiempo después de enterarme de la muerte de Sebastián, me regalaron el libro Hija de revolucionarios, de Laurene Debray. Es la hija de Regis Debray, el intelectual francés que participó en la guerrilla del Che, y de la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos. Debray cayó preso en Bolivia. Lo querían condenar a muerte, pero lo salvó el vínculo de su madre con el mismísimo Charles de Gaulle, quien intercedió personalmente ante el dictador boliviano René Barrientos Ortuño para que Regis tuviera un juicio justo y sobreviviera hasta nuestros días. Mientras leía pensaba en la cómplice inacción del gobierno de Mauricio Macri frente al golpe en Bolivia y la muerte de Sebastián, y recordaba aquella declaración de Patricia Bullrich: “Los periodistas argentinos están a salvo”. Leía y juntaba bronca.

Laurene Debray relata con perplejidad burguesa, civilizada y europea la “aventura juvenil” de sus padres en Latinoamérica y su amor por Bolivia: “A mi madre le gustó tanto aquella tierra árida, de aspecto lunar, que la convertirá en su país de adopción y del alma, e incluso se apropiará del carácter del altoperuano –impasible, silencioso, lento, minucioso, secreto–. (…) La expresión de su rostros se volvió cada día más impenetrable, como un caparazón sólido”. La autora viajó a Bolivia treinta años después: “Contrariamente a mi madre, nunca me ha gustado Bolivia ni la tristeza que allí reina, a pesar de los esplendores coloniales de algunas ciudades como Sucre o las maravillas naturales como el desierto de Uyuni. (…) El odio que se reflejaba en los ojos de los indígenas bolivianos, cuya primera señal de revuelta es el mutismo, me paralizaba. (…) La luna me habría parecido más familiar y acogedora. Me fui a Buenos Aires aliviada, sin haber encontrado ni un atisbo de respuesta a mi pregunta: ¿qué diablos fue a hacer mi padre a esta galera?” (Galera es un término peyorativo tomado de una frase de Moliere) (5).

En contraste con los Debray y sus representaciones, la madre y hermanas de Sebastián no reniegan de su lucha, ni culpan a los líderes que admiró y acompañó, ni mucho menos al pueblo que lo adoptó. Ellas amaron a Bolivia junto con él y ese amor perdura porque también es parte de su amor por él y por su obra. Ese amor que podemos leer en Bolivia construcciones III: Cielos, crónica publicada en la Quinta Pata el 29 de abril de 2018: “Y sí, volar en el teleférico por los cielos alti-paceños es un placer para los sentidos y para los súbitos arrebatos humanos del corazón. Y lo escribo en esta Bolivia del sol, creyente de sí misma y sabedora de que la leyenda malograda del viaje de Ícaro le puede seguir siendo ajena mientras mantenga las panorámicas en el recorrido perpetuo de su identidad, clave de todo presente y futuro. Lo escribo mientras vuelvo a revisar una y otra vez como nene feliz los souvenirs del “desayuno de trabajo” por el cuarto aniversario de Mi Teleférico: folletería, una cajita tubular con lápices de colores -una torre y las seis líneas- y un morral de calidad en el que, percibo ahora, entra perfectamente la gloriosa netbook argentina del Plan Conectar Igualdad, único bien que me traje de la debacle y del saqueo en los que mal nos supimos achicharrar”.

Aquella trágica y –por ahora– borrosa noche del 9 de noviembre, Sebastián estaba preocupado y triste, pero a su madre y hermanas les dijo: “La noche está hermosa”. Hoy Mélody Moro construye un cuadro sinóptico con las semejanzas entre su hermano y el Che Guevara. Hoy Penélope persigue sus pasos periodísticos, esos pasos que tanto caminaron a la par. Hoy Raquel trajina tribunales y plazas, pone su firma en fríos papeles y su voz en compañeras tribunas. Hoy ellas pelean. Hace un año que perdimos a Sebastián; hace pocos días que la dictadura criminal se fue. Este ha sido un año duro y todos estamos golpeados y cansados, pero esto recién empieza: hay que bancar y ayudar a las Moro en su lucha por justicia. Verdad y justicia por Sebastián Moro y libertad para Facundo Morales.

Notas:
(1) El Silmarillión, de J. R. R. Tolkien (1892-1973), creador de la saga El Señor de los Anillos, fue publicado en forma póstuma por su hijo Christopher en 1977.
(2) Trilogía escrita por Liliana Bodoc (1958-2018) que comprende las novelas Los Días del Venado, Los Días de la Sombra y Los Días del Fuego.
(3) Una muestra: Quedándote o yéndote, La Quinta Pata, 2 de septiembre de 2018.
(4) La idea está desarrollada en El sexo y el espanto, de Pascal Quignard, Editorial Minúscula, Barcelona 2005 (primera edición: Gallimard, París, 1994).
(5) Hija de revolucionarios, Laurene Debray, Editorial Anagrama, Buenos Aires, 2018.

El presente texto fue escrito para el conversatorio «A un año de tu partida. Sebastián Moro, caminante de los pluriversos», organizado por la familia Moro y Pañuelos en Rebeldía, 15 de noviembre de 2020.

También fue publicado en el sitio web de la FCC – UNC, «Que Portal».

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí