Maru Chamella: una cantautora que se abre camino entre descubrimientos

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Desde hace poco más de un año, la cantautora Maru Chamella habita en La Paisanita, tras haber pasado por la ciudad de Córdoba, Villa María y su Río Tercero natal. Entrevistada en el programa “Tarde para Tirar la Toalla” de la Radio Tortuga 92.9, repasó su infancia cantando con su papá, su juventud como intérprete de canciones latinoamericanas, su participación en la banda de Vivi Pozzebón y el inesperado descubrimiento de su faceta de compositora, desde la cual ya tiene dos discos editados.

Hurgando en los recuerdos para rastrear su primer contacto con la música, refiere que su padre le cantó desde que estaba en la panza. Después, desde sus seis o siete años, también compartieron un dúo musical que por un lustro subió a los escenarios de peñas y festivales con un repertorio latinoamericano, que integraban canciones de Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Víctor Jara, Violeta Parra y Mercedes Sosa, entre otros compositores e intérpretes populares. “Compartí sus músicas, sus canciones, los relatos que a él lo conmovían. Y me abrió la puerta a sentirlo y experimentarlo”, rememora con cariño. El padre de Maru Chamella, Rubén, supo integrar el “Dúo América” con Elvio Rosso, otro riotercerense.

Recuerda Maru que en su casa no hubo lo que es catalogado habitualmente como “música infantil” y que abundó la canción latinoamericana y la música clásica. Tiene presente que de pequeña tenía el hábito de preguntar acerca de lo que decían esas canciones que se escuchaban: “O era común que mi papá, por propio impulso de él, me contara sobre las letras y los autores, y me dijera por qué elegía tal o cual canción y no tal o cual otra”.

Salir de la comodidad

Si bien gustaba de esos sonidos familiares, también compartidos en los escenarios a dúo con su papá, a los 12 o 13 decidió alejarse de ese proyecto y con la llegada de una computadora con internet a la casa, su curiosidad la llevó por Susana Baca y Chabuca Granda, entre otras mujeres músicas del continente, y también por cantantes caboverdeanas, entre otras sonoridades africanas.

La guitarra fue su compañera en esta nueva búsqueda, para poder valerse sola al tomar distancia del dúo familiar. “La guitarra estaba en casa, yo la agarraba, pedía ayuda con algunos acordes, un cancionero, sacaba un tema de Fabiana Cantilo que me gustaba, pero no era algo que hacía cotidianamente; lo mío era más bien cantar”, repasa. Entonces, su carrera solista se va a valer de pianistas y guitarristas que van a sumarse en las instrumentaciones de repertorios que serán la síntesis de aquel cancionero que sonaba en casa y estas nuevas búsquedas que salían al paso. Con esa propuesta, Maru Chamella va a empezar a despegar con una carrera solista.

RADIO TORTUGA (RT): ¿Cómo fue esto de dejar el cobijo de tu padre y tener que ser una figura más al frente en la propuesta musical?

MARU CHAMELLA (MCH): Como toda dualidad que traen esas transiciones. Con sus dos caras. Emancipación y libertad de sentir que algo muy propio está pulsando y el “bueno, ahora todo depende de mí”. Una fuerza mayor me hacía seguir en esa búsqueda, a pesar de lo cómodo que podía ser seguir con lo otro.

Tras dejar Río Tercero, pasó por Córdoba y Villa María, donde estudió dos años de Composición. En 2006, al volver a Córdoba, su carrera cobró fuerza al vincularse con artistas que la nutrieron en formaciones de dúos y tríos; siempre dentro de una idea general de reinterpretaciones del cancionero latinoamericano: con arreglos propios, pero aún sin componer.

El descubrimiento de la voz propia

Recién en 2013 va a arribar la “canción propia” y de manera un tanto fortuita. Recuerda, como ordenando hechos y señales: “Estaba dejando de trabajar con Vivi Pozzebón, en cuya banda fui corista de 2010 a 2014. En 2013 íbamos sintiendo que esa banda que habíamos armado y se había consolidado, se iba a diluir, a disolver. Eso me ocupaba muchísimo tiempo, entre giras y ensayos. Era mi trabajo más fuerte. Después tenía mis conciertos aparte en la medida en que se podían. En paralelo, los guitarristas o pianistas a los que siempre recurría y que teníamos armado repertorio, por cuestiones personales o de viaje, me planteaban que no iban a poder continuar. Llamar a otro era empezar de nuevo”.

En medio de ese debate, conoce personalmente a la banda Toch, que recién llegaba de vuelta de Europa y a los quince días, le pide al guitarrista y bajista de la banda, Juan Pablo Toch, que le dé clases para aprender a acompañar su repertorio con la guitarra y el cuatro venezolano, que había incorporado de su experiencia con Vivi Pozzebón. “Ahí empieza el viaje de poder ser mi acompañante y poder sostener estos repertorios que venía haciendo y tocando. Pero cuando empezaron las clases, las propuestas y los ejercicios, quedé difónica y el fonoaudiólogo me sugirió aislarme para estar en silencio, para que no hable y no fuerce mi voz”, repasa. Se instaló en una cabaña de Cerro Azul que le prestaron, a partir de la intervención de un amigo; y sola con el cuatro venezolano, nació “Otra vez”, canción llena de preguntas y desafíos que tiempo después se integraría al disco “Patio estrellado de una noche de verano”, que cocrearía con el pianista Mariano Vélez. “Fue la primera composición que escribí completa la letra, jugando con el cuatro. Después volví y se lo mostré a ‘Juampa’ y él supo ver que había algo más allá; y me condujo y nunca más llevé una obra de alguien”, concluye con satisfacción.

En el imaginario de Maru Chamella, la composición propia llegaría en la etapa final de la vida, cuando el tiempo demanda conclusiones sobre experiencias, dolores, placeres, aciertos y errores. “No me daba la posibilidad o el permiso”, apunta desde un presente en el que la creación de canciones define su mundo creativo.

RT: ¿Qué encontraste en esas primeras composiciones, en tu música y en tu letra?

MCH: Escribo desde siempre, pero en la intimidad de la escritura para liberar. En diarios, cuadernitos. Desde pequeña, recuerdo que estaban la confusión del mundo, su imperfección, la confusión y haber estado muy atenta a las cuestiones humanas, vinculares y las relaciones de poder, el amor, la violencia. Encontré que las temáticas sobre las que escribo, el hombre hablando del hombre y la vida. En estos cuadernos ponía algo así como que de lo que quiero saber es de la vida. Como que mi oficio sea ése. Encuentro que mis canciones, no por resolver asuntos de la vida sino por plantearlos, por interrogarlos o plasmarlos, tienen que ver con eso, con los asuntos que internamente ocurren en la esencia del hombre.

Un plan fallido que abre caminos

RT: ¿Cómo fue el encuentro con mariano Vélez, para acabar produciendo en conjunto patio estrellado de una noche de verano del año 2014?

MCH: Compartiendo banda con Vivi Pozzebón. Él era el tecladista de la banda. Yo entré en 2010 y un año o dos después entró Mariano y así se consolidó la banda y grabamos “Madre baile” y nos hicimos muy compinches energética y musicalmente. En un toque que tenía como Maru Chamella, lo invité a tocar para la Municipalidad de Córdoba. Me dijo que sí, de una. Nos juntamos a armar un repertorio y empezaron a salir temas. No ensayamos ni uno solo de la lista armada, de lo que yo había dicho que iba a tocar ese día; y fuimos a hacer un concierto repleto de temas propios que nadie esperaba que hiciera. Me retó quien me contrató por hacer eso. Pero ahí empezó un viaje…

RT: ¿Qué es lo que habías acordado hacer y qué es lo que terminaste haciendo?

MCH: Me presentaron como cantante de repetorio argentino y latinoamericano, de versiones propias; y saltamos con esto y nadie conocía ni un solo tema. Incluso nos veíamos resolviendo cosas que no habían sido definidas en el ensayo. No se sostenía solo, no estaba todavía para presentar. Fue un lanzarse al vacío.

RT: Esa experiencia, que fue densa emocionalmente, lejos de tirarlos para atrás terminó en un disco…

MCH: Ese día mismo estaba en un estado de éxtasis. Recibí el reto, pero para nosotros había salido perfecto. Más allá de esto que te cuento, que a la distancia le faltaba pero para nosotros fue una hazaña, significó pasar a otro capítulo y tener ganas. Nos seguimos juntando, armamos mejor las canciones. Salió la posibilidad de un toque con Vivi (Pozzebón) en Rosario y allá teníamos un amigo que iba a ver la banda, Ariel migliorelli, sonidista, que nos dijo que teníamos que grabar las canciones. Nos ofreció el estudio. Le pedimos el auto a mi viejo y viajamos y dispusimos de tres días. El disco se terminó de cerrar en Córdoba con Pablo Granja en el estudio “1961”. Trajimos todo el material y se cerró.

RT: ¿Qué características tiene ese disco?

MCH: Contiene cinco composiciones de cada uno, que entre los dos reversionamos; abrimos la puerta al otro para que aportase. Tiene todo esto de la anécdota, porque al haber sido gestado en tiempo tan corto, el disco fue grabado de una: dos tomas, elegir una, tocar al mismo tiempo. Nunca soltamos esa comunión, esa intimidad. Se nota mucho eso en la música, en lo que quedó. Tiene esa frescura de lo que va sucediendo en un intercambio de canciones que termina consolidándose en una obra conjunta.

El sonido de un nuevo paisaje

En 2020, Maru Chamella trabajó en su nuevo álbum, “Música del agua”, que en cuatro tracks, o “cuatro momentos” conjuga capas y sonoridades etéreas con poesía y un halo de canción folklórica. El 8 de marzo pasado lo presentó en público y está disponible virtualmente en YouTube y también en BandCamp.

“’Música del agua’ es una obra corta, de cuatro momentos o cuatro tracks, apelando al agua como elemento. Desde aquel ‘Patio estrellado…’ a esta música, todo se diluyó. La estructura, la forma, la manera de ser y hacer música, de concebirla. Muchos sucesos, muchos años. Se diluyeron las formas conocidas de construir canciones. Salió así. Nos dimos ese permiso con mi compañero Bernardo (Yde), con quien lo grabamos. En medio de una situación rara, extraña, nos permitimos el juego y la libertad de crear un disco así, con tan poca palabra y tan lleno de sonidos, de universos, de momentos, de escenas, de imágenes”. Maru Chamella se está refiriendo a su arribo por La Paisanita, en el Valle de Paravachasca; a la posibilidad de empezar a conocerse con el nuevo paisaje e incluso a la experiencia de tener que doler los fuegos de los incendios serranos y “guardianar el monte”.

“Fue muy fuerte a nivel emociones, llegar acá y asentarse. Este disco nació en medio de vivencias comunes y de otras íntimas. Se grabó en Córdoba en dos fines de semana y a la distancia se pasaron sonidos y capas. El esqueleto fue grabado de principio a fin en una sesión”, detalla y concluye: “Cuando viene así, es porque la música va buscando asidero y es una felicidad poder hacerlo”.

Escuchá la entrevista completa:

FOTO: GUARA CALVO

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