En esta edición de la columna huertera de Eche Pearson para Diariotortuga.com nos anima a imitar la naturaleza en nuestxs huertos familiares. ¿Cómo se prepara el suelo? ¿Para qué? ¿Qué necesitan nuestras plantas para desarrollarse?
La transición de prácticas hortícolas tradicionales hacia una horticultura que busca imitar la naturaleza trae aparejada la difícil tarea de transformar costumbres: la armonía de la naturaleza es bien distinta del sentido de orden que tiene el humane moderno, y que se observa en una huerta tradicional[1].
Hoy les voy a compartir algunas prácticas que parten de la premisa de que el suelo es un organismo vivo, y cómo tal necesita que se den ciertas condiciones (aireación, oscuridad, humedad, etc.) para que tenga buena salud.
Las plantas necesitan, para su desarrollo, de macronutrientes (nitrógeno, fósforo y potasio) y de micronutrientes (calcio, magnesio, azufre, etc.), que provienen de sustancias orgánicas degradadas. ¿Qué significa esto? Que las plantas, animales y microorganismos que mueren, y cuyos restos se incorporan al suelo, solo quedan disponibles como “alimento” para los vegetales una vez que fueron transformados en sales minerales inorgánicas a través de sucesivos procesos de degradación.
Al observar la naturaleza descubrimos que, en ecosistemas donde no hubo alteraciones por labores humanas, el suelo se encuentra cubierto -en nuestra zona, basta caminar las márgenes de los arroyos o del río, alejándose de los lugares habitados, para advertir que sólo donde hay piedras no hay vegetación: el suelo siempre está cubierto-. ¿Por qué esto es importante? Porque la riqueza de la tierra está determinada por la cantidad de vida que contiene: bacterias, hongos, gusanos, lombrices, insectos, etc.[2], y cuando el suelo se encuentra descubierto, la acción directa del sol y la lluvia (entre otros factores) generan condiciones en las cuales parte de esos organismos mueren. Un ejemplo son los microorganismos que necesitan del oxígeno para metabolizar sustancias y que, con el suelo compactado por el impacto directo de la lluvia, no pueden acceder a él.
Si concebimos al suelo como un organismo vivo, cuya salud depende de una compleja red de interacciones entre los microorganismos y la mesofauna (insectos, ácaros, arañas) que lo habitan, vamos a entender que la muerte de uno de ellos genera desequilibrios que se traducen en un suelo pobre. “La sanidad vegetal está asociada a la salud del suelo, en un suelo pobre y enfermo nunca obtendremos cultivos saludables.”[3]
Entonces, al preparar el suelo, ya sea que estemos comenzando una huerta, o tengamos un espacio cultivado, es importante que nuestras labores se orienten a obtener un suelo cubierto y, en consecuencia, con abundantes microorganismos y una variada mesofauna.
¿Qué labores podemos hacer para favorecer el desarrollo saludable de ese organismo vivo que llamamos suelo?
1) Incorporar materia orgánica y compost (este tema lo abordaremos en la próxima columna)
2) Realizar labranza vertical, lo que significa aflojar el suelo pero sin dar vuelta la tierra (con el tiempo, si no pisamos el bancal de cultivo, esta labor la realizarán las raíces y la mesofauna)
3) Aplicar mulching: cubrimos la superficie del suelo con pasto, hojas u otra materia orgánica. Así minimizamos el impacto de la lluvia y la incidencia directa del sol, y disminuimos las oscilaciones en la temperatura y humedad del suelo -hay que poner atención a que la capa de materia orgánica no sea muy densa o muy gruesa, porque esto puede impedir el crecimiento de las plántulas que nacen debajo-.
En la medida que vamos aprendiendo a asociar cultivos y a realizar siembras sucesivas (esto significa que no esperamos a cosechar una planta para sembrar la siguiente, sino que éstas coexisten en estadíos diferentes de desarrollo), no habrá superficie descubierta en nuestros bancales, logrando un mayor aprovechamiento de la superficie cultivada y un suelo saludable.
Este proceso, hacia una huerta en la que intento propiciar y respetar interacciones que repliquen lo que sucede en ambientes naturales que no sufren intervención humana, está siendo, en mi caso particular, gradual. Ver un “yuyo” y sacarlo era una acción casi automática mientras caminaba por la huerta. Hoy entiendo que, en general, es mejor la presencia de ese yuyo a que el suelo esté desnudo, expuesto al sol, a la lluvia y al viento; pero el aprendizaje de cuándo la presencia de esa “competencia” es negativa para los cultivos (y no, que se trata de una planta que puede ser benéfica en el ecosistema de ese bancal), requiere de tiempo y observación. En eso ando, y los invito a ponerlo en práctica.
¡Hasta la próxima!
Eche
“Un
viaje de mil millas comienza con un primer paso” (Lao Tsé)
[1] Con “huerta tradicional” me refiero a aquella en la que se realizan prácticas tales como el monocultivo por surco, labrar la tierra dándola vuelta, etc.
[2] La Salud del Suelo, en Colección Permacultura (Antonio Urdiales Cano).
[3] Huerta Orgánica. Guía esencial para la planificación, el cultivo y el mantenimiento de especies hortícolas con técnicas ecológicas. (María Gabriela Escrivá)
