*Por Marcelo Riol, periodista.
A veces las palabras no alcanzan. Se vuelven escazas para explicar ciertas sensaciones y no describen acertadamente lo que acontece frente a nosotros.
Durante el primer encuentro internacional de muralistas “Alta Gracia Se Pinta”, que se llevó a cabo entre el 25 y el 28 de mayo, recorrimos las calles del sur de la ciudad. Rápidamente entendemos que las palabras no nos van a ser suficientes para describir todas las emociones que este curioso evento artístico despertó. Aunque el trabajo de organización se inició unos meses antes, el jueves llegaron los protagonistas, y en silencio, los adeptos del pincel ganaron las calles. Como consecuencia las paredes de uno de los barrios más postergados de la ciudad comenzaron a transformarse.
Más de cien artistas — de aquí, de Córdoba, de Buenos Aires, pero también de Uruguay, de Chile, de Colombia y de Brasil— se encontraron frente a los muros y la alquimia del arte hizo lo suyo. Andamios y escaleras, tablones y caballetes invadieron las veredas desprolijas. La monotonía reinante fue derrocada por los colores. Los revoques lisos transformaron su textura. Los vecinos se acercaron y con una sonrisa que no les cabía en la cara miraban a los artistas atravesar el proceso creativo. Muchos de los habitantes de este antiguo barrio jamás tuvieron la posibilidad de visitar un museo o una galería, un ámbito tan lejano como elitista, sin embargo allí estuvieron, compartiendo el mate caliente, algo para comer o una simple charla con los muralistas. Una muestra de que las distancias son más cortas de lo que nuestros prejuicios nos permiten ver. Durante cuatro días se desplegaron una enorme variedad de estilos y técnicas. La naturaleza, la Pacha Mama, los derechos humanos, las luchas campesinas, la historia y la poesía, quedaron simbólica y explícitamente contenidos en la mayoría de las obras.
Ya el sábado, tercer día del encuentro, a medida que las pinturas se develaron el barrio empezó a tener una efervescencia que hacía décadas no tenía. Las chicas que pintaban en la esquina de Tres de Febrero y San Juan Bosco colgaron de un árbol un cartel que advertía: “Mujeres trabajando, ¡respetá gil!, basta de acoso, las calles son nuestras”. Ese era el espíritu que se sentía el de las calles tomadas. Pocos actos deben ser más anarcos, generosos y provocadores en este tiempo de gerentes, que un grupo de artistas independientes y autogestionad@s brindando su arte sin recibir a cambio, nada más que el cariño del pueblo.
Desde el puente que atraviesa el arroyo algún@s adolescentes gritaron y levantaron sus pulgares, mientras abajo un grupo de artistas uruguayos que trabajaban sobre la pared del antiguo matadero les devolvieron sonrientes el saludo levantando los pinceles. Una señora que había pasado largamente los sesenta años bajaba por la calle Liniers, cuando llegó al corralón municipal de Maestranza se detuvo y boquiabierta observó cómo en ese muro se desarrollaba una batalla aérea en tonos de rosa y celeste: ovnis y aviones que parecían de la primera guerra mundial luchaban en una escena épica y desquiciada. Se demoró varios minutos abstraída, finalmente reanudó la marcha y con gesto propio de una abuela palmeó cariñosamente, sin decir palabra, la espalda a los muchachos que pintaban. Un auto que iba saliendo de la ciudad por San Juan Bosco, bajó la velocidad unas cuadras antes del viejo puente; varios grupos de artistas trabajaban en las dos la veredas. El auto aminoró aún más, los vidrios polarizados impedían ver cuántas personas iban dentro. Cuando estuvo casi detenido, bajaron los vidrios y al grito de ¡Bravo, bravo! comenzó un aplauso caluroso y festivo. Todos los que pintaban, aun los que lo estaban en las alturas de los andamios, como si de un brindis se tratase levantaron los tarritos de pintura para agradecer.
En una calle de tierra a metros de Liniers, cuatro changit@s travies@s mojaban los pinceles en la pintura; se reían mientras esperaban la indicación cómplice del pintor que con las ropas manchadas y la cabeza coronada con desordenados dreadlocks descansaba al final de un día agotador.
El domingo, último día del encuentro, ya no era el desmejorado barrio sur. Aquel que hace unos días se mostraba desangelado, se había transformado en un paseo atractivo, repleto de nuevas formas y colores. Las familias recorrieron a pie las calles, admirados se acercaron y agradecieron, rieron, felicitaron, conversaron animados con los artistas, tomaron fotos, incrédulos disfrutaron. Bañados por el cálido sol invernal, una cuerda de tambores batió el candombe anunciando el cierre del encuentro. El locro ya estaba casi listo en el centro vecinal de la calle Alonso donde la fiesta popular alcanzó su máxima expresión y marcando así la despedida.
Ajena al bullicio de la celebración, en la soledad de la calle abandonada, una chica pintó: “La utopía está en el horizonte”. Terminó su obra en la puerta de un jardín de infantes, sin saber que al día siguiente su pintura tendría una multitud de espectadores: cientos de niños yendo y viniendo de la escuela.
A veces ni todas las palabras del mundo alcanzan para describir tanta emoción.
Foto: Facebook Alta Gracia se pinta