El 7 de marzo de 2017 falleció Emilia Villares de D’Ambra, Emi D’Ambra, una de las “viejas locas” que supieron poner el cuerpo en los primeros tiempos de la más sangrienta dictadura que azotó al país y que sostuvieron una lucha infatigable durante décadas, reinventándose en la defensa de los Derechos Humanos y enarbolando las banderas de “Memoria, Verdad y Justicia”.
Si bien nació en Buenos Aires, vivió gran parte de su vida en la costanera de Alta Gracia, sobre la calle que hoy recuerda a Carlos y Alicia, dos de sus hijos, desaparecidos por el terrorismo de Estado en 1976.
Emi presidió Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, organización desde la cual acompañó la conformación de la agrupación HIJOS junto a su marido Santiago y a través de la cual sostuvo el reclamo de “aparición con vida y castigo a los culpables” de los primeros años que derivó en la demanda de “cárcel común, perpetua y efectiva” para que no haya ningún genocida suelto por las calles del país.
En sucesivas entrevistas con la Radio Tortuga 92.9 y el sitio web diariotortuga.com, Emi supo compartir reflexiones que no pierden vigencia y se resignifican con los nuevos acontecimientos y el sostenido reclamo que los organismos de Derechos Humanos se resisten a abandonar. A continuación, se comparten algunas de sus expresiones:
“Había una capacidad de lucha increíble. Éramos muy pocas, contadas con los dedos de las manos, las que ya pensábamos que no íbamos a recuperar a los chicos, que seguíamos peleando por la idea, por el derecho que teníamos de que nos dijeran donde estaban por lo menos. Pero hubo muchísimos familiares a los que nunca les entró en la cabeza que los chicos podían estar muertos. Recién nos empezamos a sentir acompañados un poquito antes de la llegada de Kirchner. La gente había empezado a entender y no recibíamos tantas agresiones”.
“Una pregunta que nos hacen siempre es ‘¿Hasta cuándo?’ y yo respondo que mientras quede un nieto que no fue recuperado, mientras quede un cuerpo enterrado en alguna parte como NN, nosotros vamos a seguir reclamando. Ésa es nuestra obligación, nuestro deber, nuestro fin, que se sepa la verdad, que nunca va a ser completa si hay un chico viviendo con su identidad falseada”.
“Nadie nos vino a decir ‘estamos arrepentido de lo que hicimos y queremos reparar’. Cada vez que abren la boca estos genocidas es para decir otra mentira. Si ellos de verdad estuvieran arrepentidos, si contaran la verdad, podríamos empezar a hablar de reconciliación, pero ¿reconciliación con quién? ¿Con una persona que dice abiertamente que lo haría de nuevo? ¿O que se arrepiente de no habernos matado a todos a todos? Así no puede haber reconciliación, no puede haber perdón”.
“El que haya jóvenes en estos movimientos es una alegría para nosotros los viejos. Nuestra satisfacción es ésa, saber que lo que nosotros estamos tratando de crear y de inculcar en la sociedad prendió, y los chicos son los que van a seguir nuestro derrotero. Yo le tengo mucha fe a esta juventud, los aliento todo lo que puedo, les demuestro que los quiero mucho y que tengo toda mi esperanza puesta en ellos”.
“Con mi marido sentimos mucho el desprecio de Alta Gracia cuando desaparecieron los chicos. Tuvimos que sufrir la humillación de que gente que considerábamos amigos cruzaran de vereda para no cruzarse con nosotros. Sufrimos la humillación de que digan que en Alta Gracia no existía ningún desaparecido porque acá no había pasado nada, era una ciudad impoluta que se había mantenido al margen. (…) Sin embargo, que ahora haya un montón de chicos que forman esta Juventud por la Memoria, y que inviten a dar la vuelta a la plaza, y que se haga una marcha los 24 ¿sabés lo que significa para mí? Que Alta Gracia se ha convertido en una ciudad en que se puede vivir y donde se puede pensar distinto y que dejó de depender de cuatro personas que pensaban que lo único que importaba era la religión y nada más. Alta Gracia está cambiando y es un orgullo que me homenajeen acá. Cada vez que alguien me para en la calle para felicitarme por mi trabajo me siento reconciliada con Alta Gracia, no con toda la gente, pero sí con la ciudad. Me alegra ver que Alta Gracia ha cambiado”.
Fotos: Luciano Gualda y Archivo Provincial de la Memoria