Hace unos días dejó de existir uno de los mejores historietistas que haya vivido en Alta Gracia. Esta página podría elegir un camino que detalle el contexto de sus últimos días y denuncie la falta de políticas culturales que den contención a nuestros artistas. Sin embargo, hoy elegimos despedir al dibujante, artesano y profesor Carovini, reeditando una entrevista publicada en PAPEL TORTUGA en julio de 2012, que realizara el periodista Pablo Rodríguez.
OSCAR CAROVINI, dibujante de cómic, artesano, profesor
Su mesa de trabajo tiene lápices y papeles, y dibujos ordenados como en viñetas, pueblan las paredes. Mientras la televisión suena de fondo y un cigarrillo se consume en el cenicero, Carovini responde la primera pregunta, contando de todo en pocas palabras: “Desde el año 76 estoy aquí, viví diez años en Buenos Aires haciendo cómics, era la época buena de la historieta argentina. Trabajé para el exterior, para Europa, con muy buena paga. Era por carta. Tardaba siete días para llegar y siete días para volver el material”.
Oscar Carovini nació en 1938 en Bell Ville. “De muy chiquito, me sentaba en un banco de piedra y dibujaba en el suelo con un palito”. Así recuerda sus primeros pasos con el dibujo que, cuenta, lo acompaña desde siempre. En la adolescencia, incorporó conocimientos formales en un colegio secundario con orientación artística y al terminar, se fue a buscar suerte a Buenos Aires.
Cuenta Oscar que algunos contactos obtenidos a partir de la revista Dibujantes, le allanaron el camino.
– En esa época, los que dibujábamos cómics, queríamos seguir a Hugo Pratt. En Buenos Aires, fui a ver a una gente conocida, vieron mis trabajos, me alentaron y ahí empecé a conseguir algunos trabajos pequeños. Hacía pinturas, vendía algún cuadro. Aveces, incluso, los rifaba.
– Siempre se habla que con la pintura o el dibujo es difícil poder vivir.
– Es relativo eso. Es lo mismo que el músico. El que se dedica a hacer algo con el arte va a morirse de hambre, dicen, y no es tan así. Cuesta como todo. Entrar en una fábrica te debe costar también, si no sos técnico en algo.
– ¿Vos querías vivir de los dibujos?
– Seguramente. Esa era mi meta. Y me fue muy bien. En Buenos Aires, trabajéprimero para unarevistita en la calleDefensa, a media cuadrade Plaza de Mayo. Era unlugar medio terroríficodonde las escalerascrujían. De ahí salieronotros contactos. Despuésentré a trabajar en laeditorial Columba (quepublicaba las famosas ElTony, D ’Artagnan,Intervalo). Era una
máquina, ellos querían producción, la calidad les importaba muy poco. Hacía por mes, cuatro historietas de doce páginas. Lápiz a la mañana y a la tarde entintaba.
Por cuestiones familiares, después de diez años devivir en Buenos Aires, volvió a la provincia de Córdoba para radicarse enCanals. Tiempo mástarde, allá por el año 1976,buscando instalarse en lassierras, llegó casi sinproponérselo a AltaGracia, donde residehasta hoy. “No teníaningún amigo acá, empecéa conocer gente por mediode Osvaldo Rugani, que fue a verme cuando se enteró que yo haciahistorietas. Así conocí aLuis Hourgras y OscarGiosa.
-¿Te sentís de Alta Gracia?
– Tengo muy buenos amigos, conozco mucha gente. Me siento cómodo.
Actualmente, Oscar Carovini está jubilado. Pero además, da clases particulares de dibujo,hace algunos trabajos por encargo y vende sus producciones en el Paseo del Virrey.
– Lo que mostrás en la feria, ¿es lo que más te gusta o lo más vendible?
– Trato de que se junten las dos cosas. Yo disfruto de este trabajo y trato de hacerlo lo mejor que puedo. El que te compra, agradece cuando se va. Como que le hiciste un regalo. Es raro. No es como tener un bazar. La gente se da cuenta que es un trabajo a mano y lo valora.
– ¿Te inquieta la realidad de los dibujantes en la ciudad?
– Hay muchos chicos de acá que estudian en escuelas de arte de Córdoba. Lo que ocurre es que ya no hay lugares donde hacer una muestra. Está el Espacio Solares, que es privado, y la Casa de la Cultura ya no existe más.
– Después de tantos años, ¿qué te da ganas de dibujar?
La figura humana es lo principal para mí.
-¿Estás haciendo lo que querés?
– Sí. El cómic me va a gustar toda la vida. Me encanta hacer guiones, escribir también.
– ¿Qué tenés ganas de hacer a futuro?
– A mí me incentiva mucho dar clases. Nunca fui ortodoxo al explicar. La figura humana tiene proporciones pero tenés que dejarlos libres a los pibes para que prueben cómo les sale. A mí me hace muy bien dar clases.
– ¿Te sentís más artesano, dibujante de cómic, profesor de dibujo?
Es raro el día que no dibuje. Para la feria o para mí. Tengo cajas llenas. Es ya casi un vicio. No puedo dejar de dibujar o pintar. Y creo que hasta el último suspiro será.
Opinión, Javier Solar, dibujante.
Hoy para mi no es un día cualquiera. Anoche me enteré de algo que para mi estaba anunciado desde hace un tiempito, falleció Juan Oscar Carovini, mi profe de dibujo. Es injusto decir mi profe, porque antes que nada era uno de mis mejores amigos, de esos que hacen de tu vida algo gratificante. También fue como un padre ya que me aconsejó a lo largo de 20 años (y tal vez un poco más).
Lo conocí de casualidad o por consecuencia de que un autor (mal llamado famoso de Buenos Aires) me sacara a los escobazos de una editorial donde yo me ofrecía como dibujante sin estar ni cerca de serlo (ahora tampoco pero lo disimulo mejor). Su consejo, casi al irme, fue “si sos de Alta Gracia buscalo a Oscar, el vive ahí hace tiempo y seguro da clases”.
La generosísima Carolina Nazar me explicó cómo llegar a su casa y ahí estaba, pintaba un cartel y me dijo “sentante pibe, hago unos mates”, con el aprendí a saborearlos, y vió mi carpeta. Me habló muy bien, me dijo que le llevara unas páginas para la semana siguiente y la semana siguiente le hice un comic de 12 páginas, y él dijo: “Bueno, parece que la cosa va en serio”. Desde ese día (yo tan solo con 15 años) no me fui más de su vida y la pasamos genial.
Fue mi testigo de casamiento y mi oreja y hombro cuando me separé. Laburamos muchas veces juntos, a veces me pintaba cosas, otras me hizo excelentes fondos y miles de cenas, mates, risas. Estuve con él en todo momento, me ha confesado sus miedos, sus penas, sus alegrías y hasta sus amores.Era simple, muy simpático, muy entretenido y un graaaan tipo.Tenía 76 años, apenas uno más que Batman, personaje que dijo es el único superheroe que dibujaría. No le gustaban los «súper», le gustaban los cowboys, los policiales, y hasta las historietas de guerra. Dibujo de éstas por más de treinta años en la editorial Columba. Adaptó Ben Hur, y en Córdobaelijió el humor, porque era un tipo gracioso de esos que hacen reír a los demás.
Parecía que nada le afectaba, nunca se quejó, salvo de los que se quejan. Tomábamos cafecito en un bar de cualquier esquina, hablamos miles de horas de historietas del mundo, de política, de amores que nunca volverán pero que hicieron huella. En su último cumpleaños, medio mamado repetía: «Este pibe es como mi hijo, es como mi hijo» y yo lo callaba con alguna gracia porque sentía que me quedaba grande el título sobre mis hombros.
No importa cómo se fue, porque no se fue. Está en cada viñeta, en cada cuadro, en cada pintura que vendía en su puesto, en cada guión que con soltura y diversión escribió para la gente de Papel Tortuga, lugar que nos cuidó y nos apoyó siempre. Yo estuvecon eltodo lo que pude. No fui el único. Hubo gente que lo quiso mucho y que lo querrá siempre. No me sale llorarlo, me sale recordarlo. Te quiero viejo, te quiero con toda mi alma, como un hijo quiere a su padre.