Empezaron en una casa, luego en otra, después la biblioteca generosamente les facilitó un espacio como también lo hizo la gente de Casa Caparazón. El motor de la propuesta fue Nicolás Digiacomo, que consiguió proyector y comenzaron sobre una pared, en la casa de un amigo.
“Queremos ver cine que valga la pena, no queremos productos que no den todo pensado, que nos lleve a pensar de una cierta forma. Es un arte maravilloso y nada mejor que compartirlo” sostiene Eduardo Carena, integrante del Cineclú.