Por Marcelo Riol (*). El viernes 1° de noviembre la sala del CineClub Casero desbordó su capacidad. La película programada para esa tarde templada fue La Tortuga Roja — film de animación de origen francés—, pero intervenida en vivo por Petra Ikhor y Los Hijos del Kosmos. La sala funcionó con las cortinas abiertas a la calle para que las personas sentadas afuera también pudieran disfrutar del espectáculo que combinó de un modo sensible y total, cine, música y poesía. En el CineClub Casero entienden que ha sido “un año duro”. Por ello redoblaron la apuesta y realizaron actividades que combinan disciplinas con el objetivo de lograr una propuesta más integral.
Sobre la poco transitada calle Emilio Zola, en el barrio alto de Alta Gracia, donde funciona desde hace ocho años la sala del CineClub Casero, todos los fines de semana hay una programación de películas seleccionadas con espíritu artístico, por encima de la lógica comercial de la industria vinculada tan estrechamente al pochoclo.
Por eso, a pesar de las dificultades que presenta habitar este suelo, ha consolidado una concurrencia fiel, que sabe que allí encontrará propuestas de altísima calidad y en general desconocidas para el gran público. Sin embargo, la sala Yolanda Beguier —bautizada así en homenaje a la maestra del teatro y una de las primeras socias e impulsoras de este club de cine—, no agota su oferta al cine, si no que busca ampliarla hacia propuestas que abren nuevas posibilidades para esta hermosa sala. Este año la oferta incluyó conciertos, retrospectivas o abordajes literarios de personajes icónicos del cine.
Mirado dentro del prisma de la coyuntura de nuestro país, el CineClub Casero es una nueva muestra de que el arte buscará siempre florecer. Aún en este contexto embrutecedor siempre habrá quienes apuesten a que los y las artistas locales puedan mostrar su trabajo. También es un ejemplo de que la autogestión y la participación de la comunidad cultural se mantiene vital, frente a tiempos por demás difíciles para los espacios independientes.
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