*Por Hugo De Pascuale
La primera vez que Manuel de Falla tocó en público lo hizo en el oficio de un viernes Santo en la iglesia de San Francisco de Cádiz. Allí y a cuatro manos asistido por su madre quien fuera su primera maestra de piano, ejecutaron la obra de Joseph Haydn Las últimas siete palabras de Cristo en la cruz, que Haydn había compuesto a pedido de la iglesia un siglo antes.
Falla tenía entonces once años y se dice que allí descubre su vocación de compositor y acaso señalándose también ese mágico número siete que habría de acompañarlo de por vida.
Ya jovenzuelo viaja a Madrid para seguir la carrera de composición que duraba siete años, pero él rinde todas las materias como libre en dos años obteniendo notas sobresalientes. En 1907 el músico se afincó en París donde entabló relación con Claude Debussy, Maurice Ravel, Paul Dukas, Isaac Albéniz y otros.
La relación que mantuvo y cimentó con estos músicos habría de cambiar profundamente su sensibilidad artística y según sus propios conceptos. Alguna vez dejó dicho que sin París tal vez hubiera seguido su vida dando clases a señoritas ricas de escaso talento y sus obras olvidadas en anaqueles, incluso la premiada La Vida Breve, que en vano aguardó dos años su publicación.
Todo cambió cuando el compositor tocó para Debussy quedando éste asombrado con la impronta creadora de Falla y su música flamenca, cosa que se repitió con Dukas.
Los consejos de estos músicos fueron determinantes para su vida y en aquellos siete años de la Ciudad Luz de hecho se produjo la creación más excelsa y maravillosa de su obra musical, esa que deleita al mundo con sus acordes flamencos y otros de suave corte impresionista.
Llegó la guerra mundial de 1914 y hubo de volverse a Madrid donde vivió los siete siguientes años.
…continuará.
*NdA: Publicaremos en el presente año cinco notas más de Crónicas de Aldea referidas a Manuel de Falla, completando así el número de siete dedicadas al gran músico.