Editorial: Parar la antena

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Monsanto, Chevron, Barrick Gold, por nombrar tres multinacionales simbólicas, son empresas que desembarcan montados en discursos que incluyen siempre dos promesas: inversión y progreso.

Además de promesas, estas grandes empresas vienen con anticuerpos que desarrollan comprando importantes espacios en los medios de comunicación que los blindan de potenciales críticas. Quienes se opongan esgrimiendo argumentos a favor del cuidado del ambiente serán tildados de anti progreso. Quienes lo hagan argumentando a favor de la salud serán tildados de ignorantes.

No importa que los chicos del barrio tengan ataques de asma cada vez que se fumiga. No importa que alrededor de una antena de telefonía, la media de enfermos de cáncer sea muy superior a la del resto de la ciudad. Las empresas piden pruebas, pruebas que certifiquen que ese tumor maligno fue causado por la antena. Pruebas científicas que avalen la relación entre los nueve abortos espontáneos de la mujer que vive frente al campo de soja y las pulverizaciones con glifosato que desayuna muchas mañanas al año. La muerte misma no es prueba suficiente.

Los medios repiten los argumentos de la “inversión y el progreso”, al fin y al cabo billetera mata a conciencia y el camino de la justificación resulta entonces además de cómodo y muchísimo más rentable.

A toditos (y lo más preocupante) incluso a los legisladores “representantes del pueblo” se les olvida por un rato el rango constitucional del Principio Precautorio que ante la amenaza de un posible riesgo a la salud de las personas, obliga a cancelar la actividad o conducta que lo produce. Una cláusula que a los ojos de Telecom probablemente sea “anti progreso” y a los ojos de la Municipalidad quizás sea “anti inversiones”, pero que tal vez sea la sutil diferencia entre una vida plena y un cáncer terminal.

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