El derecho a la tierra: una antigua disputa

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«Las leyes son siempre útiles para las personas que tienen bienes, y dañinas para los desposeídos»

Jean Jaques Rousseau

* Por Marcelo Riol.

El sol apenas tibio se cuela entre las ramas altas de los eucaliptos. Una brisa leve mueve las hojas. Las calles de tierra parecen olvidadas, el ruido de los autos sobre la ruta 5 llega distante y es casi el único sonido que se mezcla con el de los pájaros de Villa Río. En Anisacate la tranquilidad somnolienta se rompe cuando una patrulla y un auto de civil rodean la pequeña plaza Katonga y se detienen frente a las últimas casas que están metidas en el monte. Dos policías bajan y usan la punta de sus borceguíes para romper la endeble puerta que da al jardín. Desde atrás llega otro hombre con una maza, pero vestido con mocasines, pantalón gris y una camisa asomando por el escote de su sueter.

Golpea con brutalidad las paredes de madera. Las tablas se hunden, se quiebran sin remedio y saltan astillas en cada ataque. La casa no está abandonada, solo vacía de momento; a ellos no les interesa, impunes avanzan con la embestida. Un vecino se acerca, no supera los treinta, es alto y flaco. Con la voz llena de adrenalina les pide que se identifiquen, que se detengan, habla mientras se toma la cabeza. Casi sin mirarlo uno de los policías le contesta que hay una denuncia y que el hombre de la maza dice ser el dueño del terreno, que ellos son usurpadores y que se tienen que ir.

Treinta minutos después, Zaida, la dueña de la casa, llega alertada por sus vecinos. Los autos se fueron, los policías ya no están, y ella no puede contener la impotencia y la angustia. Todas las paredes de su humilde vivienda están rotas a mazazos. Desconsolada llora mientras el día se va.

Los humanos llevamos una larga historia sosteniendo desigualdades, y el acceso a un pedazo de tierra donde morar es quizás una de las más antiguas. El modo en que vivimos organizados relega a las personas con trabajos informales o con contratos precarios a no tener lugar donde vivir. La posesión es un derecho, así lo dice el código civil, sin embargo los que manejan la especulación inmobiliaria, los que quieren todo para ellos, convierten a los que habitan esa tierra en infractores.

Este es el caso de un grupo de personas que hace más de cinco años llegaron a Villa Río cuando todavía estaba lejos de ser un barrio. Allí instalaron sus casas, modestas, en su mayoría sin servicios de agua o electricidad. Casi todas construidas con adobe, reivindicando técnicas ancestrales de esta zona. Aseguran que cuando llegaron los terrenos no tenían alambrado y no estaba claro a quien pertenecían.

Dos años después, con el episodio del hombre de la maza, comenzó el reclamo dudoso por parte de una empresa que dice tener los títulos de propiedad. Dudoso no solo por los medios que utiliza para exigir su devolución, sino porque Impetra S.A., tal es su nombre, adquirió los terrenos al menos de forma sospechosa. Como muestra alcanza con ver el informe que el periodista Tomás Méndez presentó hace un tiempo en su programa de televisión ADN (https://www.youtube.com/watch?v=t3XlBoFzlzY&t=181s).

Por supuesto, como pasa habitualmente con este tipo de denuncias mediáticas, no hubo mayores respuestas. Pocos meses después del incidente que abre esta nota y por el que se asentaron las correspondientes denuncias contra los uniformados, nueve vecinos fueron imputados penalmente por turbación de la posesión, además otros tantos fueron demandados civilmente.

La Negra Florencia dormía cuando un grupo de policías llegó con una orden de allanamiento. Miró el reloj, eran la dos de la mañana, abrió torpemente la puerta mientras se preguntaba que podía ser tan urgente para no esperar la luz del día. Los uniformados revisaron su casa y la de al lado, la de su vecina, Estela. Las hicieron salir, sin aclarar qué era lo que buscaban. Recorrieron también el monte y luego se fueron. En otras madrugadas se repitió la escena.

También ocurrió más de una vez, que los patrulleros circulaban lento, iluminaban con reflectores sus casas y se iban. Cuando al fin casi podían conciliar el sueño, escuchaban silbidos, personas que transitaban a pie los terrenos. En otra oportunidad, Laura y Federico, los únicos que lograron que la Cooperativa de luz les diera el servicio, fueron llevados a la comisaría para tomarles los datos, con pintada de dedos incluida. Fueron trasladados dos veces en un mismo fin de semana por distintos agentes. Éstas son situaciones impactantes, más aun cuando los protagonistas las cuentan en primera persona, por eso es difícil creerse eso que reza en algunas comisarías: “Al servicio de la comunidad”

Si el poseedor es alguien con más recursos, que alambra prolijo el terreno, desmonta para tener un bello jardín, construye su casa con ladrillos bien revocados y tiene pileta, ¿A quién se le ocurriría molestarlo?, sin embargo si quien ocupa un lote es un artesano, un peón de la construcción o una maestra que solo accede a realizar suplencias, la cosa ya se ve de otro modo. Ni que hablar si además de poseedor y de bajos recursos defiende los árboles autóctonos, tiene una huerta y construye su casa con barro, entonces ya casi es un bandido. Solo vale comprar, aunque no se tenga con qué pero también vale tomar la tierra siendo un derecho.

Por otra parte nadie se asombra, ni se escandaliza, ni se rasga la ropa en nombre de la transparencia, cuando una empresa compra doscientos lotes a un precio ridículo. La doble vara con que medimos ciertas circunstancias profundiza los prejuicios y las injusticias. No es novedosa esta situación, sin embargo se repite día tras día y goza de una vigencia abrumadora.

Los poseedores mantienen la resistencia ejerciendo su derecho. Aprendieron sobre leyes y tuvieron que hacer un trabajo profundo para saberse sujetos de derecho. Transitan la experiencia del trabajo comunitario y la toma de decisiones en asamblea. Se vinculan con organizaciones que tienen reclamos similares, transforman la angustia y el miedo en lucha.

Hace pocos días la empresa Impetra se retiró de la demanda civil, curiosa y sencillamente, cuando eran ellos quienes debían presentar documentación en referencia a la investigación que pidieron los vecinos. Por otro lado, la causa penal sigue su curso permitiendo el uso de la fuerza pública cuando la “Justicia” lo crea necesario y deja sin posibilidad de defensa a los vecinos. Mientras los poderosos tejen la telaraña que les permite tener cada día más, un grupo de personas sencillas, lucha por tener un espacio, su espacio. El resto miramos ajenos y adormecidos por la tecnología repetimos lo que nos dicen.

En la tranquilidad de Villa Río en Anisacate, donde los árboles no dejan ver las sierras, donde siempre se escuchan pájaros y a veces se puede oír el fluir del río, sigue vigorosa una de las disputas más antiguas de nuestra especie.

topadoras1

villa rio(1)

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