En cuarentena hay noticias, hay chistes, hay canciones, hay lecturas y también reflexiones. A partir de una conferencia a cargo de la politóloga Flavia Broffoni, sobre ambientalismo y desobediencia civil, Marcelo Riol explora algunas aristas de la pandemia del Coronavirus.
«El futuro llegó hace rato…
Llegó como vos no lo esperabas…»
Patricio Rey
En los primeros días de diciembre de 2019 me topé con una conferencia de Flavia Broffoni sobre ambientalismo y desobediencia civil pacífica. En los primeros minutos lista una secuencia de sucesos que acontecieron, que están ocurriendo y que vamos a atravesar como especie. Todos ellos ligados a las costumbres que esta fase voraz del capitalismo viene tatuando en nosotrxs. Flavia, que es politóloga especializada en relaciones internacionales y política ambiental, le pide a los asistentes que imaginen, que visualicen la que podría ser la escena de apertura de cualquier película postapocalíptica entregada por la industria del entretenimiento de los últimos 20 años o más.
«Una vista aérea de la tierra arrasada, el mar renegrido. La mitad de la población mundial lucha contra la otra por falta de comida en un lugar desértico. Cuatro mil millones de personas viven en zonas donde no pueden cultivar nada para comer y no tienen suficiente agua para sobrevivir. Inundaciones y sequías, temperaturas insoportables. Nuevas enfermedades que nos atacan, incendios forestales, huracanes muy frecuentes. Migraciones masivas, cientos de millones de refugiados ambientales. Saqueos a supermercados multiplicados por miles en todas partes, cortes de electricidad y sistema financiero caído, desabastecimiento de agua, de combustibles y medicamentos. Un millón de especies desaparecen y no por una extinción más, sino por la primera aniquilación biológica producida por una sola especie…», describe pausadamente.
Pero claro, en realidad esto no es ciencia ficción, como aún piensan muchxs, sino la descripción del mundo de los próximos diez años. La conferencia no se queda sólo en tratar de sensibilizar mediante estas imágenes surrealistas (o no tanto, a la vista de lo que acontece), sino que es el punto de partida para introducirnos en una práctica que hoy más que nunca toma vigencia y preponderancia, que es la desobediencia civil pacífica. Esta práctica nada tiene que ver con rebeliones violentas que dejan servida en bandeja la respuesta de casi todos los estados del mundo: la represión, siempre a cargo por supuesto de sus brazos armados oficiales. Muy por el contrario, puede ser un efectivo complemento de la democracia y su control. Algo que hace tiempo dejamos de ejercer, convirtiéndonos en observadores pasivxs de la llamada «democracia representativa».
Para ejemplificar, voy a tomar un caso cercano y reciente. En Mendoza durante 2018, siempre dentro del marco democrático, el Poder Legislativo provincial votó una modificación a la ley 7722, que protegía el agua (nada menos), creando una nueva ley de minería (Ley 9209), que permitía el uso de sustancias peligrosas como el cianuro. Durante meses, la sociedad mendocina mantuvo en el tiempo protestas pacíficas, hasta que finalmente la ley 9209 fue derogada sin llegar a ser reglamentada, para luego poner en vigencia nuevamente a la ley 7722. Está claro que en el ejemplo, la democracia técnicamente estuvo en funcionamiento, se cumplieron todos los pasos que ella demanda, sesionó un congreso que votó una ley que beneficiaba a grandes empresas mineras y perjudicaba al conjunto de la población. Incluidos los honorables elegidos por el voto popular que levantaron la mano para darle estatus legal a lo que significaba la contaminación de toda el agua de la provincia.
Cuando reveo la conferencia (confieso haberla visto varias veces), no puedo dejar de pensar en Fukushima en 2011 y sus silenciadas consecuencias. No podremos sorprendernos cuando finalmente Godzila, el gigante lagarto mutante, esté en las costas de Japón. Más recientemente los incendios de magnitudes catastróficas en la selva amazónica y en Australia, cuyas consecuencias todavía no son visibles (o por lo menos para nosotrxs que estamos a algunos kilómetros, seguramente allí donde sucedieron el desastre debe ser bien constatable). Finalmente la pandemia que hoy nos tiene en una cuarentena mundial que no tiene precedentes.
Tampoco puedo dejar de pensar en que al parecer son miles los argentinos que vieron la conferencia de Broffoni sobre desobediencia civil. Esto, a juzgar por la cantidad de personas que se soltaron a desoír las medidas impartidas por un decreto de necesidad y urgencia. Dos aspectos indiscutibles que impone la situación. Sin embargo ese arranque de entusiasmo sólo me dura un instante. El breve júbilo se derrumba cuando me doy cuenta que malinterpretaron aquello de la desobediencia. O peor aún, no sólo no accedieron a esta charla, sino que es probable que no les importe. Probablemente ni siquiera les importe su propia salud. Tan lejos hemos llegado en esto de la desobediencia absurda, que anteayer la comuna de La Paisanita fue cerrada, literalmente. Las autoridades pusieron tranqueras sobre el camino, encadenadas y con candado, cansados de que algunxs temerarios desobedientes siguieran circulando. Lo que agrega sorpresa a esta grotesca situación es que los vecinos no fueron avisados de la interrupción de la calle. De este modo, lxs que tenían autorización para desplazarse (compra de víveres, traslado de niños) quedaron definitivamente aislados.
Sin ser amante de la esperanza, deseo que este sea finalmente un momento de inflexión para nuestra desviada especie. Que podamos capitalizar esta oportunidad que la naturaleza (?) parece darnos para cambiar paradigmas y mejorar nuestra propia supervivencia. Que nada vuelva a la normalidad, al menos no a la que estábamos acostumbrados.
Y si no la naturaleza, con éste u otro suceso, se deshará de nosotros, porque el futuro llegó hace rato y para peor, llegó como no lo esperábamos.
ILUSTRACIÓN: CUADRO «LOS AMANTES» DE RENÉ MAGRITTE