A días de cumplirse el aniversario número 38 del inicio de la dictadura militar más sanguinaria de la historia argentina, PAPEL TORTUGA se entrevistó con Emilia Ofelia Villares deD’Ambra, madre de Alicia y Carlos D’Ambra, dos de los tres desaparecidos que tiene Alta Gracia. Referente indiscutible de la lucha por los Derechos Humanos, acaba de cumplir 85 años y lleva casi la mitad de su vida buscando a sus hijos.
Emi D’Ambra tiene 85 años y no para. Esta semana tiene la agenda plena de actividades con motivo del próximo 24 de marzo y ni bien termine esta entrevista viajará a la sede de la Asociación Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas en Córdoba, organización de la cual es referente.
-¿En qué se va?
-En colectivo por supuesto.
Emi no para. “Ahora la he perdido pero yo tenía una memoria fabulosa”, se intenta excusar pero el nivel de detalle con el que relata hechos que ocurrieron hace 30 años la contradice, todavía tiene una memoria fabulosa.
“Jamás imaginé que mi vida iba a ser esto. Nosotros somos de Buenos Aire y con Santiago (su marido) nos conocimos en la fábrica de pinturas Alba que estaba a dos cuadras de mi casa. Nos vinimos a Alta Gracia en 1951. Nos casamos y nos vinimos derecho acá. Santiago decía que nos habíamos venido de luna de miel y nunca habíamos vuelto”, recuerda.
“Decíamos que nos habíamos venido a un lugar alejado del mundo. Alta Gracia en aquel momento era un pueblo. Nosotros vivíamos dónde ahora está jardín del Anglo, sobre AchávalRodríguez. Santiago había entrado a trabajar en el Sierras Hotel y esa era la casa del gerente”.
-¿Cómo vivió la gente de Alta Gracia aquella época del golpe militar?
– La gente miraba para otro lado. Acá no pasó nada. Mis hijos por su manera de ser eran recontra populares. Alicia iba a las “monjas”, tenía 21 años y estudiaba tres idiomas: inglés en la Universidad, francés en la Alianza Francesa y alemán en el Goethe. Carlos Alberto había ido al Nacional y estaba en el IPEF. Cuando los secuestraron nadie dijo nada.
No perder la esperanza
-¿Cómo fue enfrentar el secuestro de sus hijos sin acompañamiento social?
– Nosotros estábamos en la Comisión de familiares de presos políticos. Nos juntábamos en la sede del Partido Intransigente, en Córdoba. Nunca nos podíamos reunir más de cuatro o cinco veces en el mismo lugar hasta que nos echaban. Me acuerdo siempre de un lugar que está en la calle Corrientes y abajo había una tienda. Tenía una escalera que cada vez que la subíamos no sabíamos si íbamos a poder bajarla. De ahí nos tuvimos que ir porque al dueño le pintaron una esvástica en la casa y le agarró miedo.
-¿Recibían amenazas?
Todo el tiempo, pero ya estábamos acostumbrados. Nos reuníamos a dar la vuelta a la plaza San Martín a la misa de las cinco de la tarde en laCatedral. Un cura viejo era el que daba la misa a esa hora y nosotros cuando éramos poquitos, y como nos conocíamos todos nos poníamos el pañuelo. Al cura, que nunca se le entendía nada cuando hablaba, se ve que le daba bronca porque un día dijo bien clarito: “esta no es una misa por los desaparecidos”. Ese día resolvimos no ir más.
-¿Esa persecución hacía flaquear la esperanza?
No. La esperanza no flaqueaba nunca. Sabés cuando flaqueó y realmente pensamos que se había terminado todo, cuando Menem dio el indulto. Pero hasta ahí nunca nos había agarrado bajones. Nunca. Había una capacidad de lucha increíble. Éramos muy pocas, contadas con los dedos de las manos, las que ya pensábamos que no íbamos a recuperar a los chicos, que seguíamos peleando por la idea, por el derecho que teníamos de que nos dijeran donde estaban por lo menos. Pero hubo muchísimos familiares a los que nunca les entró en la cabeza que los chicos podían estar muertos. Recién nos empezamos a sentir acompañados un poquito antes de la llegada de Kirchner. La gente había empezado a entender y no recibíamos tantas agresiones. Nosotras dábamos vueltas la plaza y el que pasaba nos decía de todo. A veces decíamos “nadie conteste nada” pero había insultos que eran demasiado fuertes y alguna reaccionaba.
Leé la entrevista completa en la edición impresa de Papel Tortuga.
Fotografías: Luciano Gualda