Por Marcelo Riol (*). Nacida en Alta Gracia, ha dedicado su vida al arte. Mate amargo en mano, nos convida su visión de las cosas. Deben ser muchos los soles y las lunas que pasaron, desde su origen hace siete mil años, para convertir al maíz en el alimento más importante de América. Pienso en eso mientras recorremos la casa donde Hilda Zagaglia vive y tiene su atelier. En todos los ambientes hay obras suyas, algunas colgadas y a la vista. Otras apoyadas en el piso, cubiertas, tal como regresaron de su última exposición en el Museo de Las Mujeres, en la ciudad de Córdoba.
En casi todas ellas se puede apreciar cómo esta artista plástica, —en el sentido más amplio de la definición—, vuelca su mirada comprometida sobre la vida, la muerte, sobre la violencia de la conquista y su mixtura con las creencias aborígenes, y el cuerpo, sobre todo el femenino, violentado a través de la historia. Al igual que en los antiguos relatos que fueron construyendo nuestra cultura, Hilda Zagaglia pinta. Igual que quien esconde un tomate bajo la sotana de un santo en un pequeño retablo, cada pincelada guarda señales que el espectador descubre cuando logra contemplar la obra. No alcanza sólo con mirarla.
“Trabajé mucho con el tema de lo sagrado, lo popular y lo sagrado. A San Isidro Labrador, lo he hecho muchas veces, porque trabajé mucho el tema del maíz y la defensa del maíz andino. Siempre trato de relacionar la cultura y la memoria. Nuestra memoria, cómo se relaciona lo sacro, lo sacro americano, aborigen, con lo sacro que trajo la conquista. Y se intercambiaron, se mezclaron. He hecho muchas exposiciones sobre el maíz”, cuenta mientras ceba un mate amargo.
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Foto: Ludmila Rossetti