Opinión: La dulce libertad de autoconvocarse

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Una vecina de Alta Gracia cuenta su experiencia en primera persona de estar presente en el Obelisco el 14 de noviembre. 

* Por Margherita Guastamacchia, gestora cultural. 

obelisco

La información estaba clara. A las 15 en la 9 de julio o en las plazas del país y a las 18 en el obelisco.

La autoconvocatoria del 14 de noviembre tuvo desde el vamos un sabor auténtico. Tal vez por el espacio desde donde se generó, entre otros un grupo facebook que a menudo tiene un aire a autoaliento, búsqueda de un yo colectivo con el que llorar, animarse compartir. Los grandes medios no ayudaron, no difundieron más que lo mínimo.

El twitter de Scioli creó en un principio confusión. Quienes decían que fue un pedido de suspensión, quienes, muchos, lo interpretaron como un pedido de moderación. Y quienes se enojaron. Pero lo que sucedió fue claro, obvio, genuino y coherente. Nos autoconvocamos, vamos si queremos y ya ni importa cuántos somos.

Llegué a la 9 de Julio a las 15.50. Mucho, demasiado sol. Poca gente. Pero cuando fui a ver si pasaba algo en el obelisco, había un cierto movimiento. De a poco, muy de a poco se fue llenando. Familias, jóvenes, muy pocos colectivos organizados, militantes de civil con sus hijos que venían a participar de algo que los incluía y a la vez iba más allá de su militancia. Porteños y mucho conurbano. Pero lo que más llamaba la atención eran los adultos mayores. Solos, con sus nietos y los más afortunados con sus parejas. Algunos bailando tango y chacarera.

Un viejto muy muy mayor comentaba a los que estábamos ahí cerca, que él se moriría antes de ver las consecuencias del desastre. Pero que quería morir en un país cálido, lleno de amor y no de globos.

Cerca de las 18 ya se veían ver pequeños ríos de gente y la llegada de la kilométrica bandera alentó a todos. Empezaron los cantos y el emotivo momento del himno. El obelisco se llenó. Las fotos lo muestran. De a poco, con mucho entusiasmo y nada de agresividad se fue cortando la Carlos Pellegrini. Como una lenta marea, que va y viene, dejando pasar los autos, y luego avanza hasta cubrir la plaza entera. Vinieron las Madres en su combi. La gente se acercaba y ponía la mano en el vidrio. Se hicieron presentes actores, figuras políticas.Y la sensación de orgullo que se sentía era fuerte. Ellos nos vinieron a apoyar a nosotros. Y no está demás decir que no fue magia. Una autoconvocatoria que supo sortear la indiferencia o las ambigüedades de los grandes medios de comunicación es el resultado de un proceso de construcción de identidad y pertenencia. La gente de Resistiendo con aguante (hoy 270.000 miembros) se buscaba entre la multitud. Se señalaban, abrazaban, saludaban. Cuesta a veces, pero hay que decirlo. No hay tecnología buena ni mala. Todo está en construir un pueblo que sepa usarla para sí.

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