Por Germán Masgoret- Que manera más conveniente que pensar el terror literario en un contexto de Halloween atravesado además por coronavirus, barbijos y miradas desconfiadas. Es un caldo de cultivo que no podía perder la oportunidad de meter este tema en la columna de hoy.
Y más allá de las discusiones acerca de la festividad del Halloween en contrapunto con el sentido del ser nacional es que es indiscutible su arraigo en nuestra cultura a través de mecanismos exitosos de difusión de los cuales se ha hecho de todos ellos para llegar a casi todos los rincones del planeta, sin dejar de lado que esto es posible por el poder que tienen ciertas culturas hegemónicas en el mundo.
No creo conveniente abordar el tema en: Halloween sí o Halloween no, pero es preciso dejar algunas consideraciones. En principio se quiera o no hay una aprobación cultural de lo que se consume y se resignifica, siempre, luego se puede entrar en debate si lo ponemos en tensión con la idea del patriotismo o nacionalismo, pero claramente carece de sentido cualquier cosa que pueda yo agregar acerca de ello, sino deberíamos poner en la balanza un montón de otras cosas como: internet, los medios de comunicación, la música que consumimos o las leyendas que tenemos naturalizadas y que son estrictamente europeístas (generalmente) como los castillos y los dragones (y a su vez estos últimos, adoptados de Asia). Si lo analizamos desde el punto de vista de cuánto ha incidido en nuestra vida actual, claramente que Halloween en comparación a la Coca-Cola o a Papá Noel apenas tiene una pizca de incidencia.
A pesar de todo, es que me voy a agarrar de esta difusión cultural exitosa y solo la voy a tomar como gancho para el lado de la literatura y en este caso para la literatura de terror y todo queda redondito en esta columna.
El terror siempre ha estado presente
El relato en forma oral podría ser considerado como uno de los primeros en su tipo por contar la historia desde una mirada más siniestra, más oscura que incide en directo a las emocionalidades humanas, pero es cierto que tanto leyendas como historias en comunidad han sido usadas más como mecanismos de supervivencia y permanencia que para disfrute y ocio. Luego la cosa fue cambiando.
Los territorios se invadían o se defendían, y las leyendas, como discurso generador de imaginarios servían como mecanismo para fomentar el miedo a lo desconocido, el poder y la coerción; en fin, mecanismos que sirven para que no incurras en lugares que desconocidos. Esto lo podemos ver replicado en todo, incluso en uno de los diálogos de El Rey León como para mencionar algo conocido. Disney nos lo señalaba a través de la potente voz de Mufasa cuando Simba decía:
—Todo lo que toca la luz… ¿y ese lugar de sombras?
—Nunca vayas allá, eso traspasa nuestro reino —respondía su padre—
También podemos ver un ejemplo claro de aquel relato de terror como mecanismo de disuasión en la película La Aldea (The Village, 2004 – /spoiler/), en el que se le infunda el miedo a una comunidad perdida en el bosque a través del relato hablado junto a otras acciones más prácticas como mecanismos de disuasión para que sus pobladores nunca abandonen el sitio. Entonces, estamos frente a una idea o un género literario actualmente que siempre estuvo relacionado con los relatos populares, lo político, lo histórico o lo ficcional.
Vinculado a lo anterior, los relatos y leyendas de las primeras comunidades entonces fueron las primeras formas de terror, y ante la falta de un desarrollo de palabras escritas es que a sus historias las transmitían de boca en boca, luego en protoescritura como pictogramas, después, en el surgimiento de manuscritos sobre varios tipos primitivos de papel, en la región mesopotámica alrededor del 3500 A.C y mucho más tarde en la imprenta de Johann Gutenberg en 1440 D.C
Y nos detenemos acá, en el terror pensado para el ocio, ese que genera algo solo por arte. Este punto nos interesa porque es donde comienzan las obras “consagradas”. Esas comillas no son para denostar sino para dejar en claro que estoy haciendo un sesgo terrible y hasta euro-centrista sino lo estuviera interpelando, porque con escarbar un poco más, hay registros de terror en la Grecia antigua, hoy pasadas a literatura clásica y universal, y más que claro también, podemos encontrar de cualquier otro rincón del mundo. Pero como el Halloween (praxis cultural) hay algunos textos que han tenido, más allá del talento, la suerte y la causalidad de nacer en lugares donde se estaba desarrollando una difusión cultural rumbo a la hegemonía, y todo aquello permitido por un contexto imperialista y acompañado de un sistema capitalista cada vez más avanzado e intenso.
Pero volviendo al tema de la literatura en sí misma, es que el verdadero brote en este tipo de cuentos, poesías y novelas data a finales del siglo XVIII. Y nos encontramos con El castillo de Otranto (de 1764), de Horace Walpole, que dicen, inauguró el género del terror u horror gótico. A comienzos del S.XIX aparecen dos íconos tales como el “monstruo científico” y el vampiro. Es decir: “Frankestein”, de Mary Shelley; y “Dracula”, de Bram Stoker. De igual manera con Edgar Allan Poe que continúa avanzando con el horror gótico y empieza a fusionarlo con el género policial. “Los crímenes de la calle Morgue” por ejemplo (1841) de Poe, considerado el primer relato policial.
Si el terror es un género que te gusta te dejo acá un link para acceder a una lista de obras de terror para que (me incluyo) tengamos en cuenta en nuestras lecturas. Aclaración: La lista no es nada exhaustiva, hay muchas listas en internet, pero me pareció concisa.