La vecina altagraciense, enfermera jubilada y militante por los Derechos Humanos, Margarita Zeniquel, prestó valiente testimonio de las dos detenciones que sufrió en los años 70, a manos del terrorismo de Estado. Lo hizo en el Tribunal Oral Federal 1 de Córdoba. “Me saqué un peso de encima”, dijo aliviada al salir.
La esperaban para abrazarla, uno de sus hijos, compañeras ex presas e integrantes del Colectivo Paravachasca por la Memoria.
La primera detención
El caluroso miércoles 7 de febrero, Margarita ingresó a la sala de audiencias del primer piso, acompañada por el equipo de protección de testigos. Consciente de la trascendencia de su testimonio, más de 40 años después de lo sufrido a manos del terrorismo de Estado, bajó las escaleras pesadamente más con seguridad, dispuesta a no quebrarse. “Me dio ganas de llorar varias veces”, reconocería después.
Margarita Zeniquel testimonió como víctima en la causa “González Navarro”, que en este nuevo juicio por crímenes de lesa humanidad ocurridos entre 1975 y 1978 en Córdoba, se encuentra unificada en un mismo proceso con la causa “Vergéz”.
Ante la consulta inicial respecto de la detención ilegal que sufrió en 1977, Margarita, quien participa activamente del Colectivo Paravachasca por la Memoria, solicitó la posibilidad de narrar una ocurrida el 24 de marzo de 1976, el mismo día en que la dictadura de Videla, Massera y Agosti quebraba el orden constitucional en nuestro país.
“Entraron en mi domicilio, hombres del Ejército. Allanaron mi casa buscando a mi esposo (Rodolfo Uranga, quien era delegado gremial de trabajadores rurales) y me llevaron junto a mi hijo de 40 días”, recuerda, señalando, con un ayuda memoria para ser precisa, que entre el 24 y 25 de marzo la tuvieron en la comisaría de Alta Gracia, que el 26 de marzo la llevaron al Grupo de Artillería de José de La Quintana, donde la sometieron a un simulacro de fusilamiento, y que finalmente la trasladaron a la cárcel del Buen Pastor, en Córdoba, donde permaneció hasta mediados de abril.
Hasta mayo, le impusieron prisión domiciliaria. Luego, por necesidad volvió a trabajar, interrumpiendo su licencia de maternidad, ya que era el sostén económico de la casa.
El secuestro
El 27 de julio de 1977 se produce su segunda detención que, recuerda, tiene forma de secuestro: “Yo vivía con mi suegra. A la una de la mañana entran personas a cara descubierta, entran como patota y me secuestran con mi suegra. Nos llevan a Córdoba en dos autos”. Las llevaron primero al ex centro clandestino de detención, torturas y exterminio Campo de la Ribera, hoy Espacio para la Memoria. Después las trasladarían a la Unidad Penal número 1.
Margarita se permite recordar que en dicho operativo le robaron un reloj e intentaron vanamente robarle su alianza matrimonial. “Las dos detenciones fueron ilegales”, apunta, “en la primera no tenían orden de allanamiento y en la segunda llegaron de civil y sin identificarse”.
Cuando las trasladan, las llevaban agachadas en el auto para que no se las viera desde afuera. En Campo de la Ribera las tuvieron vendadas todo el tiempo. “Había muchas mujeres, en una habitación había como 15 y en un pasillo, unas cuatro; dormíamos todas en el suelo. Íbamos al baño ante la presencia de la custodia y sin quitarnos las vendas de los ojos. El pasillo no tenía puerta y era invierno, pasábamos mucho frío. Nos bañábamos por lo menos una vez a la semana, con agua fría”, relata Margarita Zeniquel frente a los jueces, con el tono de voz amable que la caracteriza, maternal, compasivo, aunque firme y seguro.
“Cuando me interrogaban, me preguntaban por mi esposo, si tenía militancia política”, avanza y detalla cómo fue torturada: “A la noche sentía que venían en tropel a llevarse a alguien para declarar. Una vez me desnudaron con las manos atrás. Dos personas me tomaron de los brazos y me apoyaron en una cama y me metieron la cabeza en un balde”, testimonia valientemente, haciendo explícita referencia a los abusos sufridos en situación de indefensión. “Van a ver los perejiles crecer desde abajo”, recuerda que les decían los captores para amenazarlas.
Mientras Margarita estaba en el pasillo, su suegra, llamada Sara Polo, estaba en la sala contigua. “Sé que fue golpeada en una ocasión”, menciona en su testimonio. Le cuesta recordar los nombres y los rostros de los represores que las tenían en esas condiciones, habida cuenta de que han pasado más de cuatro décadas de impunidad; más reconoce a alguien a quien llamaban “Enrique” y a otro que tenía tono porteño y a quien le decían “Villegas”.
«No me reconcilio»
Cuando el tribunal decide dar por terminado el testimonio, Margarita pide un minuto para hacer un último aporte. “En estos días se pide reconciliación”, introduce con la voz emocionada aunque inquebrantable. “Las personas que hemos sido víctimas del terrorismo de Estado no podemos reconciliarnos porque los represores todavía no pidieron perdón, las abuelas esperan a sus nietos apropiados y no sabemos dónde están los cuerpos de muchos de los 30 mil desaparecidos”, agrega, para concluir con una sentencia que produjo un pesado silencio en la sala, que devino encendido aplauso de los presentes: “Yo no olvido, no perdono, no me reconcilio”.