Por María Nahal
Arturo Bonin arribó a la ciudad de Alta Gracia para dictar un seminario- taller de actuación en Solares Espacio Cultural. Previo a esto, café y cigarrillo de por medio, con la calidez que lo caracteriza, nos brindó la posibilidad de hacerle un par de preguntas.
¿La elección de la obra “Papá Querido”, como fuente de trabajo, es una elección efectiva y también afectiva?
Es un poco de todo. Yo estrené Papa Querido en el 81, es una obra que quiero mucho. Al margen de lo que me provocó a mí en su momento, como estímulo para subirme a un escenario en una época tan difícil y tan dura, creo que es un buen material para este tipo de talleres. Es una obra corta, concisa, con cuatro protagonistas; dos hombres, dos mujeres, con pinturas de personajes muy claras y muy netas.
¿Entender al espacio teatral como un escenario colectivo y solidario, es entenderlo como un espacio de resistencia?
La pregunta que debería estar en la cabeza de cada uno que se sube a un escenario, cuando digo subirse no digo solamente como actor, es ¿Para qué? Es caprichosa la pregunta porque tiene que ver con algo que yo combato mucho, que siempre me han preguntado ¿Y para qué sirve? Y ésta pregunta conlleva una actitud crítica, es como un desprecio.
Alfredo Alcón siempre contaba un cuento: Dice que había un chico que era jornalero. Vivía en el Centro de España, cercano a Madrid y siempre le pedía al padre ver el mar. Hasta que un día, el padre, con mucho sacrificio, lo lleva a ver el mar. El chico llega, empieza a contemplar eso y lo mira al padre y le dice: ayúdame a mirar. Yo creo que el teatro nos ayuda a mirar, nos ayuda a ver la vida y nos ayuda a abrir la cabeza. Por eso digo que es colectivo y solidario, porque nos ayuda a abrir la cabeza desde lugares de complementación con el otro. Desde lugares de solidaridad. Vivimos en un mundo donde lo individual está en primer plano, el yo me salvo y el otro que se joda. Mi punto de vista y tu punto de vista pueden ser distintos pero si los sumamos, nuestros puntos de vista pueden servir de ayuda a todos los demás e inclusive a nosotros mismos. Un poco esta es la idea del teatro. Porque, aunque sea un monólogo, no se puede hacer si no tenés quien que te maneje la luz, quien te vista, quien te dirija. Son todos roles que tienen que complementarse con otros.
Hay palabras que a mí me encantan. La palabra cómplice me encanta. Yo necesito cómplices para contar un cuento de la mejor manera posible y la mejor manera posible es lo mejor de cada uno puesto al servicio de. Tener la capacidad de sumar las capacidades de los demás a la propia para poder crear un algo que nos ayude a ser mejores personas.
Decís que el procedimiento es más importante que la conquista.
Es más rico el camino que la meta porque uno en el transcurso va descubriendo cosas. Uno en el trascurso va creciendo, uno en el transcurso se va equivocando y va sufriendo.
El error es el camino…
Claro. Por eso, cuando me dicen qué tengo que hacer, digo no sé, vamos a descubrirlo entre todos. Cómo es el personaje, no tengo la menor idea, vamos a ir descubriendo juntos cómo es el personaje. Qué tengo que buscar, nada, tenés que estar abierto a sorprenderte, que esa sorpresa se transforme en algo que te lleve a sorprender al otro y así sucesivamente y así vamos construyendo un personaje. La mirada del otro es lo que me legitima, el otro me legitima, el compañero de trabajo me legitima y es un cómplice mío en ese sentido. Hay que dejarse empapar, hay que estar abierto, disponible.
El camino no es unidireccional, va, viene, se mezcla, acepta, rechaza. Si uno no es curioso no es actor. Si uno no está en la búsqueda de cosas, si uno no está atento a todo lo que pasa alrededor. Y no es para imitar la realidad sino para nutrirse de lo que está pasando.
Cada palabra arriba de un escenario, cada movimiento arriba de un escenario, cada gesto arriba de un escenario tiene que encerrar un significado preciso, tiene que estar al servicio de lo que estoy contando. Hay un nivel que es estético, un nivel que es conceptual, hay un nivel que es ideológico y todo eso está metido dentro de lo que es la ética. Hay que pararse en un escenario, para algo. En nuestro mundo hay leyes no escritas pero que son de hierro.
Si consigo conmoverte, arrancarte una carcajada, una lágrima, quiere decir que fui un poco más allá de la convención. Y ese es nuestro triunfo.
¿Podemos decir que el trabajo del actor es un trabajo artesanal?
Pepe Soriano dice que esto más que un trabajo es un duro oficio que vamos aprehendiendo y que vamos consolidando, día a día. Es un oficio de construcción. Como un puzle que nunca se termina de armar.
A mí me apasiona el meterme en distintas cosas. Por eso me gusta la escenografía, la iluminación, el vestuario, la dirección. Actúo, me gusta actuar. Voy descubriéndole a cada una de estas cosas, una particularidad, un algo. Y estos talleres tienen que ver con haber encontrado adentro mío, síntesis de cosas. Que se pueden volcar en dos días, tres días, una cosa muy acotada, muy chiquita. No me veo con la capacidad, ni con las posibilidades de hacer una escuela, tres años de estudio, no sabría cómo hacerlo.
Se trata de devolver. Agradecer desde un lugar que no sea la palabra. Yo no sabía qué hacer de mi vida a los 16 años y a raíz de una invitación de un amigo fui a ver qué era un curso de teatro y me volví loco con eso, me disparó a lugares insólitos y nunca pensé que iba a ser mi forma de vida. Con el tiempo fui entendiendo por qué me pasó esto, qué fue lo que hizo que yo lo descubriese como un vehículo, como un medio y quién me habilitó, quién me dio la mano. La mano me la dio el estado a partir de una experiencia que hizo el ministerio de educación, hace muchísimos años, en donde yo me crié, en Villa Ballester, año 1959. Si el estado no hubiese estimulado esos cursos yo no hubiese descubierto nunca qué era lo que me movía a vivir, a ver, a descubrir y lo que puedo llegar a hacer ahora, vivir de esto. Tengo una familia, hijos, nietos. Alguien me dio la posibilidad de esto. Por eso defiendo al estado actual, que es inclusivo, con sus más y sus menos, con todo lo que se pueda criticar, que lo critico también, pero no quiero otro modelo de cosas.
Creo que cuando uno hace lo que le da placer se va gestando un dar, recibir y devolver, que parece darse sin que uno lo piense.
Totalmente, es como natural que se dé.
Hay una frase de Artur Miller, que para mí es el grande del siglo XX, que me encanta: “El teatro es un hombre, cara a cara con otros hombres. No hace falta nada más, sólo un poco de silencio” Escuchar, escucharnos, poner la oreja.
El rol del actor se debería centrar en no juzgar a los personajes; el bueno, el malo. Y no solamente como personaje dentro de un marco de ficción, sino como persona. Abrir. Tratar de ver a una persona en toda su dimensión, en toda su profundidad, en toda su contradicción.
Y… los grandes personajes quizás sean los más contradictorios…
Uff… Yo hace tres años que estoy trabajando con una obra y cada tanto aparece algo nuevo. Porque Sándor Márai, a pesar de pertenecer a un sector muy determinado de la alta burguesía húngara, era un buceador del alma humana, era un conocedor profundo del hombre. Entonces hay momentos, en la reflexión de estos personajes, en los que uno se abisma en ellos…