La esperanza está en la calle

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* Por Marcelo Riol

“De qué sirve una casa si no se cuenta con un planeta tolerable donde situarla.”
Henry Davis Thoreau

La ciudad de Córdoba se movía con el ritmo propio de la urbe. Ruidosa, ajena, estimulante, uniforme y desaprensiva. Los colectivos y el resto de los vehículos buscaban no quedar presos en el inevitable caos de las calles cortadas. La tercera marcha en defensa del monte nativo estaba por comenzar. En el cruce de la Avenida Colón y La Cañada, una fogata templaba el cuero de los tambores. Entre la multitud un grupo de sikuristas, con la energía del altiplano contagiaba sonrisas en una lucha de dientes apretados.

Familias, estudiantes, campesinos, orgullosos integrantes de nuestros pueblos originarios, artistas, se preparaban un recorrido ruidoso hasta la Plaza San Martín. Sienten que poner el cuerpo y el grito para defender a aquellos seres que no pueden hacerlo frente a nuestra brutalidad humana es la tarea imprescindible. Miles de manifestantes conformaban una extensa y diversa columna que avanzaba lento por el asfalto. Un grupo de cajas y bombos marcaban el tempo para que cientos de cuerpos ensayaran una danza de espíritu indígena y feroz, que finalizaba con el rugido: ¡Somos el monte que marcha!

¿Por qué miles de miles de personas se vuelcan a protestar en las calles? El accionar ilegal de los legisladores que tratan de modificar la Ley de Bosques para dar paso a nuevos y arrasadores negocios agropecuarios e inmobiliarios nos obliga a reflexionar entre otras cosas, sobre el engañoso sistema democrático por el que tanto abogamos. Nos recostamos en una forma representativa y elegimos a políticos que demuestran diariamente no tener escrúpulos. De este modo les entregamos el poder de decidir por nosotros y así nos desligamos de la responsabilidad de sus actos. Nada más actual en estos tiempos en la que la insensibilidad es lo más común.

En general, nos amparamos en la desazón que produce un sistema desgastante y arbitrario. Cargados de excusas individualistas escapamos de la democracia participativa. Sin embargo estas marchas y sus impulsores demuestran que cuando dejamos de observar nuestro ombligo para mirar a nuestro alrededor, se puede poner límites a tanta avaricia, a tanta depredación.

En esta marcha también están presentes el rechazo a la instalación de Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas, los vecinos de Santa Ana resistiendo la creación de un basurero a cielo abierto, la lucha de los pueblos de La Quintana y San Isidro para evitar que a escasos metros de sus casas una cantera los envenene y son solo algunos casos de los reclamos cada vez más generalizados en la provincia. Se les exige a las autoridades que nos aseguren las condiciones básicas para vivir. Estos reclamos son tan elementales que su solo planteo da un poco de vergüenza, algo de lo que nuestros gobernantes carecen sin dudas.

Una mamá joven llevaba amorosamente colgada a su beba que no superaba el año, juntas bailaban sobre el cemento. Llegaron en colectivo desde el Valle de Paravachasca, a cincuenta kilómetros de la capital, con el convencimiento de que era indispensable estar allí para proteger el futuro de su beba. Un anciano de raíces indígenas llegó desde Traslasierra porque indefenso contempla a diario cómo la medicina que sus antepasados le enseñaron desaparece inexorable junto con el sotobosque. Una pareja de estudiantes universitarios oriundos del Valle de Punilla, marchaban porque en sus pueblos son testigos de la pérdida de casi todos los algarrobos, los chañares, los piquillines y ya casi no hay talas, ni moradillos, ni molles.

La multitud que marcha reclama porque solo nos queda el tres por ciento (3%) del monte autóctono en nuestra provincia. Gritan porque solo resiste el tres por ciento de esa vegetación que demora decenas de años en crecer, solo tres por ciento de los animales, aves, reptiles e insectos que viven en el monte. Exigen porque queda tan solo el tres por ciento de ese terreno esponjoso que absorbe el exceso de las lluvias y que hubiese evitado las terribles inundaciones que azotaron las localidades de Rio Ceballos, Mendiolaza y Villa allende en 2015.

Pero este no es un reclamo solo de ecologistas, también es un llamado a defender un patrimonio cultural que se degrada a medida que desparecen los árboles. Famosos son los yuyos que crecen en las sierras cordobesas, ellos se han convertido en un ícono inconfundible de nuestro país y son parte indivisible de la cultura negada de nuestros ancestros, sin embargo disfrazada de legalidad la voracidad de los poderosos no se detiene.

La CoDeBoNa (Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo), organizadora de la protesta, está compuesta por científicos, profesionales, productores apícolas, pequeños productores y vecinos que habitan las sierras, personas que entregan horas de su tiempo para lograr poner freno al proyecto de ley que pretende correr la frontera ganadera sobre el monte. Pero no solo piden que se archive definitivamente el polémico proyecto de ley, sino que yendo aún más lejos reclaman ser tenidos en cuenta cuando se discute cómo intervenir sobre los recursos naturales que nos pertenecen a todos.

Al ritmo de la murga la gente inundó la Plaza San Martín, gritando y aplaudiendo. Una chica llevaba un cartel donde se preguntaba qué otra cosa era un árbol más que libertad. Desde los parlantes se escucharon interminables adhesiones, de medios alternativos, de asociaciones civiles, de representantes de localidades del interior de la provincia, eran muchos para estar todos en el escenario. En el centro de la plaza los síkus mantuvieron el ritmo vivo y armaron a su alrededor una narcótica danza.

Los organizadores leyeron con la voz encendida un manifiesto que nos interpeló a todos y a todos nos hace responsables de la vida misma. Más de treinta artistas y músicos, siempre generosos y comprometidos, entre ellos Doña Jovita, José Luis Aguirre y Rally Barrionuevo, pusieron su arte para dar cierre a esta nueva marcha en defensa del monte, en defensa de la diversidad, en defensa del agua.

En esta, igual que en las marchas anteriores, nos muestran que la esperanza está en la calle, está en la participación, está en apagar los televisores y mirarnos a los ojos. Que la esperanza está en el monte.

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