Entre el Oeste del Gran Buenos Aires y las sierras cordobesas, Martín Leguizamón viene modelando en algo más de cuatro décadas, un presente artístico en el que se conjuga la producción artesanal y familiar de licores y plantas nativas, con el punk furioso de la banda “Pankrioyo”, el discurrir estacional de “Aromáticos” y la omnipresencia de sus canciones acústicas. En esta entrevista con #TTT “Tarde para Tirar la Toalla”, repasó algo de todo ese periplo.
“Tuve la suerte de tener un papá con boliche bailable. Él lo vio como un negocio con sus socios y yo lo vi como una oportunidad para no tener que contar con mucho efectivo para poder llegar al trago”, introduce su recorrido biográfico, citando a Moreno, ese lugar en el Oeste del Gran Buenos Aires, al que remite como un polo importante para la música rock de los años 90 y en particular para el submundo hardcore punk.
“Desde que salí a la calle, estuve con la música. Tengo primos grandes, como Julito, que fue un gran iniciador; él me hizo escuchar mucha música. Después de ahí, me fui cruzando con otras loconas y locones, que me hicieron escuchar mucho. Nunca estudié música y siempre la compartí. Así que la cosa fue aprender del intercambio. De pasar y juntarme a escuchar mucha música. En cuartos de amigues. Y andar por el Oeste, una zona de muchas bandas. En los 90 se dio eso. La birra a un peso y se abrió el rock en mi cabeza”, describe con el ritmo frenético de aquellos años.
RADIO TORTUGA (RT): ¿Dentro de tu casa estaba presente la música?
MARTÍN LEGUIZAMÓN (ML): A mi vieja le gustaba mucho la música y la danza. Había diez cassettes que se escuchaban mucho. Me acuerdo de Los Chalchaleros, Palito Ortega, Los Wawancó. Mi viejo no tenía un estilo musical, escuchaba lo que sonaba. Tuve la oportunidad de escuchar Kiss con 11 años. No entendía qué era. Mi primo me regaló el disco “Dinastía” y yo me colgué escuchando. No me marcó mucho en lo musical, pero sí en el rock, la distorsión, el “pa pa pa”, el poder soltar el cuerpo. No había que seguir un paso, una coreografía.
RT: Si no fue con “Kiss”, ¿con quién sentiste ese primer flechazo?
ML: Con los “Ramones”. Con el punk, que me pegó desde pibe. Eso estuvo buenísimo, porque es una forma de hacer música que cualquiera puede tocar. Me gusta eso, que cualquiera pueda expresarse. Si la vida no te dio la oportunidad o decidiste no estudiar, podés musiquearla igual y con lo que tengas. Es aprender a ejecutarlo. Es una herramienta.
RT: ¿Tenías guitarra en tu casa?
ML: No. Mi primera guitarra fue una raqueta que me regalaron para que haga deportes y la terminé usando como guitarra. Torturaba a mis amigos con jugar a que éramos una banda un rato.
RT: ¿Y la primera banda cuándo llega?
ML: A los 16, con “Asesinato en Masa” (N.delE: se trata de una mítica banda del hardcore punk del Oeste del Gran Buenos Aires de los años 90). Fui uno de los que pasó por sus guitarras… ¡Altos organizadores de los festi hardcore! Después me fui cruzando con otra gente, que venía del palo del rock y del reggae y me puse a tocar en otras bandas más estables, como “El Gorro”. Así empecé a hacer canciones fuera del punk y del hardcore.
RT: ¿De manera autodicacta, con algún profesor?
ML: Aprendí recolectando información de los que la tenían. Directo, en el momento. Al cruzarme con tanta gente, era sacar info. En el hardcore, en el punk, lo que está bueno desarrollar es el machaque y la velocidad. Ver locos y locas que tocaban bien y que por ahí no sabían nada de música como yo… Aprender a usar una herramienta. Era eso.
RT: ¿En algún momento te planteaste, entre comillas, tomarte en serio alguna banda; hacer carrera?
ML: En serio me tomé todas las bandas de mi vida. Todas. Las que duraron poquitito y las que duraron un montonazo. Nunca puse la música como mi forma de vida, sino que es algo que va con mi vida. No importa si estoy tocando en banda o no, si toco para mucha gente o no. Hago música cuando me sale, cuando tengo algo para comunicar. No lo pienso como “tengo que tocar todos los findes”.
RT: ¿Tuviste alguna época de tocar todos los findes?
ML: En los 90 se tocaba mucho. Era un estado, una forma. Llegaba el viernes y ya estabas empezando el recorrido de todo el fin de semana. Te hacías habitué de varios lugares. Donde llegábamos, estábamos cómodos y teníamos nuestro grupete. Éramos locales en todos los bares. La posibilidad de que mi viejo tuviera boliche era también la de socializar en otro ambiente. Y en esa época, las bandas que tocaban en lugares chicos empezaron a tocar en lugares más grandes, que eran boliches bailables que ciertos días llevaban bandas y el resto de los días, abrían a todo público. Mi viejo y sus socios empezaron a llevar bandas y tuve la oportunidad de ver a Attaque 77, Los Ratones Paranoicos, Los Fabulosos Cadillacs, Los Pericos. Tocaban por un mango más de lo que venían ganando y los veías tocando para miles de personas. Empezaron a andar por todos lados. Para nosotros, que andábamos en ese palo, significaba que en algún momento podías tocar de soporte de alguna o hacer algún intercambio de teléfonos.
RT: ¿Cuándo cambió la escena?
ML: Va cambiando todo el tiempo. Se van armando cosas nuevas. En mí, cambió cuando ni el coco ni los órganos ni el cuerpo resistía ese ritmo. Fue empezar a hacer otras cosas, a vivir más de día. Y al venirme acá, fue prrrfffff…
RT: Antes de venirte a Paravachasca, vos tenés un vínculo familiar con Traslasierras…
ML: Sí. A los 27 o 28 años me fui a vivir cinco años a Brochero y después me volví a vivir a Buenos Aires. Pero el vínculo con Traslasierras lo tengo desde que empecé a salir a tocar en Buenos Aires en la adolescencia. Me venía todas las temporadas a trabajar a Brochero en un camping. Porque con sus socios, mi padre decidió salir del boliche y pasar a un camping. Y fue genial.
RT: Esa experiencia de elegir pasar temporadas en Brochero, en las sierras. ¿Cómo fue para vos después de esta pertenencia tan fuerte con el conurbano bonaerense?
ML: A mí me gustó mucho siempre el campo y lo que hizo esta posibilidad de venir a Traslasierras fue estar en el monte, en el campo, en el río. Y ahí empezó el otro cambio en mí. No me costó dejar ese Buenos Aires que me había copado y me había divertido mucho. La historieta que estaba buscando a nivel vida no era la que me estaba ofreciendo, la que estaba desarrollando en Moreno.
En esa adolescencia de pasar las temporadas de verano trabajando en el camping de Cura Brochero, Martín Leguizamón se fue mezclando en el circuito rockero de la localidad y también de las vecinas Mina Clavero, Nono y Los Hornillos. Además, en esos intercambios llegó a Alta Gracia, donde cultivó amistad con Yul Borea (Julio Ferreyra), Roberto “Tito” Castro y Adrián Innocenti, entre otros jóvenes, que formaban parte de cierta escena rockera local, alrededor de, entre otras bandas, “No Sabe / No Contesta”.
RT: Pero siempre volvías a Buenos Aires…
ML: Sí, era venir a trabajar la temporada y volver.
Tras vivir cinco años en un departamentito de Paso del Rey, Moreno, en 2012 decide instalarse de manera estable en las sierras para empezar una nueva vida. Estaba la oportunidad de arribar por Traslasierras, pero terminó eligiendo Paravachasca. Su primer nuevo hogar sería una casa alquilada con un gran patio en El Descanso de Anisacate, casi en el límite con Villa La Bolsa y con el Valle de Anisacate, cruzando la Ruta 5: “Fue genial porque de la nada, ya estaba en un lugar con una acequia y plantas de la dueña, que me empezó a enseñar… Y ahí agarré un ritmo en lo verde”. Precisamente, en esa vivienda empezó a vender plantas y de allí devino su siguiente emprendimiento, que fue la producción de licores y tés. «El río, el monte, me enseñó un montón de cosillas que las quiero poner en práctica de aquí en más», reflexiona al volver sobre esos recuerdos.
RT: Cuando decidís venirte para acá, ya sabías que el ritmo de vida por acá era otro. ¿Cómo fue el proceso de adaptación?
ML: No me costó mucho. (En Buenos Aires) vivía un poquito más rápido para que no me lleven puesto, pero siempre fui un poco más lento que el resto. O que muches. Y me fui acomodando en trabajos y formatos que me permitieran eso. Esa búsqueda de tiempos me la dio las sierras. Que lleguen más tarde las cosas es algo que me fascina. Porque llegan al tiempo que voy. Requiere trabajar mucho la paciencia.
RT: ¿Componías canciones en Buenos Aires?
ML: Siempre hice canciones. Nunca fui compositor exclusivo en las bandas y algunas canciones quedaban para mí.
RT: ¿Qué pasó con el proceso de tus canciones cuando arribaste a esta zona? ¿Mutaron en su forma, en su estética?
ML: Y sí. Hay silencios y sonidos que en Buenos Aires no encontraba y que los tienen las canciones que fui haciendo acá. Es inevitable componer desde el río, desde las sierras, desde el monte. Las problemáticas son las mismas en todos los lugares, cambia el paisaje. El que no está luchando por los montes, está luchando por las escuelas. Acá la policía no sale a matar de cierta forma, pero mata de otra.
RT: ¿Esas nuevas canciones las sentiste ligadas con lo que venías haciendo o notaste un cambio?
ML: Hubo un cambio. Mi cabeza empezó a entender otras cosas.
En sus inincios en Paravachasca, Martín Leguizamón pasó por una fase de creación de canciones con guitarra, inmerso en el paisaje bucólico que lo rodeaba y condicionado por su proceso de arraigo: “Era más de (guitarra) acústica, de componer solitario y de tocar solo”. Refiere que esto se debía a que no se cruzaba todavía con músicos con quienes tocar. Pero que poco a poco se fueron dando esos intercambios. “Yo soy un bicho de bandas. A mí me gusta la banda. Lo de cantautor, medio que nunca me la comí. Fueron unos años en los que me permití andar con la guitarrita y ver qué pasaba tocando solo. Bancársela solito con la viola es una experiencia bastante adrenalínica”, repasa.
El encuentro musical con Nicolás Quintana y Genaro Garbarino devino en la conformación de “Aromáticos”, banda con la que tocó muy activamente en un principio, cuando colgó su faceta cantautora. Actualmente, se halla en una especie de «impasse»: «Aromáticos es parte de mi vida. Nos juntemos ahora o a los 80».
Mientras tanto, volvió al punk con «Pankrioyo», una formación que comparte con Dami y Yeicop, baterista y bajista, dos de Buenos Aires que también cayeron por la zona hace varios años. La banda surgió hace cuatro años cuando lo invitaron a sumarse a esta formación que oficiaría de regalo de cumpleaños para un muchacho de 18 años. «Estuve dos meses pensando por qué le había dicho que sí a un locón que viene a proponerme a los 43, hacer una banda punk. Fui al primer ensayo e hicimos una primera canción y dijimos que sí»; recuerda Martín Leguizamón.
En medio de esta vorágine de proyectos, y mientras actualmente vive en Villa Montenegro, Anisacate, y se proyecta cada vez más metido en las sierras con su familia; cierra con una frase tan ligera y despojada como su andar diario: «Sigo haciendo canciones. Siempre voy a hacer canciones; es lo que sé hacer, es lo que me sale».