A 48 años del inicio del último golpe de Estado que azotó nuestro país, cuya receta genocida incluyó el aniquilamiento de una generación y el desguace del Estado, la destrucción de la industria nacional y la implantación del germen de la deuda externa; un contexto de amplificado negacionismo y reivindicacionismo del terrorismo de Estado nos empuja nuevamente a marchar por Memoria, Verdad y Justicia. Urge llenar las calles y las plazas de esperanza y compromiso con la democracia.
Porque las certezas nos duelen, los silencios nos aturden y las amenazas nos perturban. Pero también porque la esperanza nos debe movilizar y mantenernos activos, unidos y organizados.
Porque en la antesala de este nuevo Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, tres hechos irrumpen para provocar a esta joven democracia y pretender ponerla en jaque:
-primero, se cuela entre los offs informativos el fantasma de las amnistías a los genocidas condenados y a los que esperan sus juicios por crímenes de lesa humanidad, y se vuelve a pretender poner en duda el número de 30.000;
-segundo, el ministro de Defensa, Luis Petri, pide disculpas por la «demonización» de las Fuerzas Armadas y liga como parte de un hilo de continuidad el accionar represivo ilegal del Estado durante los años ’70 con la coordinación de las fuerzas de seguridad para el combate de la violencia narco en Rosario;
-y tercero, y más cruento aún, se conoce públicamente que una integrante de la agrupación H.I.J.O.S. fue atacada, abusada sexualmente y amenazada de muerte por dos personas, que al retirarse dejaron como marca las siglas VLLC (que refieren a la remanida frase «Viva la Libertad carajo», que suele usar el presidente Javier Milei para cerrar sus alocuciones).
Este 24 de marzo hay que marchar porque el terrorismo de Estado no es una entelequia. Hay nombres propios, hay historias, hay responsabilidades y hay muchas preguntas sin respuestas.
Sabemos que Carlos D’Ambra silbaba «Zamba para olvidar» de Daniel Toro para que su novia Sara Waitman supiera que estaba vivo (ahí, a pocos metros, en un mismo encierro) y un día no silbó más. Y que Alicia D’Ambra participó de la Fuga del Buen Pastor, en Buenos Aires fue nuevamente secuestrada y llevada a diversos centros clandestinos de detención, torturas y exterminio y en el Pozo de Banfield se la vio por última vez, embarazada. Sabemos que sus padres, Emi y Charo, patearon las calles durante décadas, exigiendo saber dónde estaban sus hijos, y que dejaron una marca indeleble en la lucha por Memoria, Verdad y Justicia de Córdoba.
Sabemos que Hugo Pavón vendía sus artesanías en la puerta del Cine Monumental Sierras y que un día se lo llevaron, desde su domicilio de Avenida del Libertador, y su madre no pudo volverlo a ver.
Sabemos que Luis Agustín Carnevale fue un respetado educador de la Escuela de Minería de José de La Quintana, funcionario y militante político peronista que «chuparon» por trabajar en pos de un modelo productivo nacional.
Sabemos que Elba Rosa Navarro Iriarte nació en Alta Gracia, fue delegada gremial docente y militante de OCPO y que, al desaparecerla, estaba embarazada.
Sabemos todavía muy poquito también de un joven altagraciense, Lucio Bernardo Altamirano, que con 19 años fue desaparecido en Buenos Aires en 1972.
Y sabemos de la «Peco» Real Meiners y «Carlitos» Castagna, dos jóvenes militantes del PRT que encontraron cobijo en la casa de los Barreiro y tiempo después, en otras localidades, fueron «chupados» por el terrorismo de Estado.
Los juicios de lesa humanidad también nos dieron algunas certezas sobre los miserables crímenes de los que fueron responsables Carlos Alberto «HB» Díaz y Arnoldo José «Chubi» López, dos «vecinos» del Valle de Paravachasca, que gozaron de impune libertad durante años y fueron condenados a respectivas prisiones perpetuas en tardíos juicios que, con el sostén popular y particularmente de los organismos de Derechos Humanos, avanzan en los tribunales federales cordobeses.
A la vera de la ruta E-56, en el vasto predio del ex Grupo de Artillería 141, sabemos que se mantuvo detenida ilegalmente a cientos de personas durante la última dictadura y hay sospechas a develar respecto a la posibilidad de que allí se hayan perpetrado fusilamientos y que también se haya aprovechado la inabarcable extensión para realizar enterramientos clandestinos.
A todo esto lo sabemos, porque a lo largo de 48 años, la insistencia de los organismos de Derechos Humanos, tanto aquellos que nacieron en plena dictadura como los que se vienen conformando en cada barrio, pueblo y ciudad, escarban en la niebla para hallar las respuestas que el silencio cómplice pretende llevarse a la tumba, aprovechando la impunidad biológica del paso del tiempo.
Este 24 de marzo urge marchar porque falta encontrar los restos de miles de desaparecidos y desaparecidas. Urge marchar porque falta restituirle su identidad a cientos de personas, apropiadas cuando eran bebés y que hoy andan por la vida, con sus historias fraguadas.
Urge marchar porque recién ahora, parece mentira, casi medio siglo después, recién se están ventilando muchas de las complicidades civiles, empresariales y eclesiásticas del terrorismo de Estado.
Urge marchar porque los acontecimientos recientes, apañados por un poder central en el Gobierno que niega y reivindica el terrorismo de Estado, dan cuenta de un resurgir de posiciones de violencia extrema y desprecio por la humanidad.
Urge marchar para revalidar la cifra de 30.000 como una marca de memoria y una exigencia al Estado para que se abran todos los archivos y se rompa el silencio cómplice, que permita conocer la tan demandada «memoria completa». Porque sin los restos de los desaparecidos y sin las identidades de los niños y niñas apropiadas, la herida del terrorismo de Estado sigue abierta y los crímenes se siguen cometiendo.
Urge marchar porque, además, cada movilización del 24 de marzo, aquí, allá y en todas partes, es un vergel de abrazos, reencuentros y esperanzas; y una ratificación del compromiso colectivo por vivir en un país en democracia.
Por todo esto, este 24 de marzo es imprescindible llenar las calles y las plazas.
Marchar con banderas y carteles, con nuestras remeras y gorras, con la cara pintada de colores y brillante por el glitter. Con nuestras familias, nuestras parejas, nuestras amigas y amigos y nuestros compañeros y compañeras. Y con la memoria viva de nuestros 30.000 y sus proyectos de vida y sus proyectos políticos, en pos de una patria justa y soberana.
La Memoria está presente. Ahora y siempre. En la calle.
Foto: gentileza Quimey Bareiro