Por Irene Cuevas (*). Sí que es linda Alta Gracia… Y los paseos por la ciudad… Pero recorrerla, siendo usuario de silla de ruedas, madre con un hijo en cochecito, anciano, persona con movilidad reducida, con baja visión o ceguera, puede resultar una experiencia desagradable, frustrante o, en algunos casos, extremadamente difícil y peligrosa, y hasta un verdadero calvario.
Veredas estrechas, rotas o destruidas, como la cuadra de la Avenida del Libertador en el trayecto de la Biblioteca, el Correo y la calesita del caracol. Rampas inexistentes o bloqueadas por vehículos mal estacionados. Veredas y paseos construidos con materiales inadecuados, revestimientos mal colocados o con superficies irregulares. Transitarlos puede convertirse en un peligro de tropiezo o caídas para las personas con movilidad reducida, niñes, ancianos o usuarias de silla de ruedas por la incomodidad al sufrir un traqueteo constante.
Escasos lugares para estacionar, ocupados siempre por los mismos, e incluso por personas sin discapacidad. Veredas obstruidas por carteles, instalaciones o mobiliarios de comercios, que entorpecen el paso. Veredas sin árboles que den sombra, como las cuadras de la Escuela Normal Superior desde que tiraron en menos de dos horas árboles sanos y vigorosos que tardaron años en desarrollarse, para reemplazarlos por arbustos o pequeños arbolitos que nunca darán sombra. Falta de pasos peatonales o de respeto de la prioridad de parte de los conductores. Sendas guías podotáctil para ciegos obstruidas por tachos de residuos en la plaza principal, o por los muebles de los comercios en las veredas.
Naturalizamos estas vulneraciones amparados en que “así son las cosas” o “esto es lo que hay”. Pero ¿qué sucede cuando una nueva obra se realiza en la ciudad? Se espera que los que saben tengan en cuenta todos los aspectos que la modernidad nos brinda.
Eso di por hecho cuando me dispuse a conocer el “Paseo de la Cisterna” y decidí, a pesar de todo, afrontar la odisea de pasar en “modo licuadora” por las veredas, esquivar huecos, relieves y baldosas rotas, escalar cordones de veredas sin rampa, hacer slalom y surfear entre carteles, sillas y mesas de los comercios, y finalmente padecer la muerte de un coloso árbol destruido hace días en la esquina del Tajamar debido a (desconocidos) estudios, análisis y la aprobación de más de una persona (desconocida) que determina que representan peligro.
Y allí estaba crédula y ávida, ingresando al rescate del progreso de una obra del siglo pasado…
Y tal como en ese siglo, la inaccesibilidad de ese lugar me dio una cachetada que me trajo a una realidad de incontables escalones, tan altos, que ni un maratonista o escalador puede sortear para poder llegar a ver no se qué, porque claramente no pude acceder más que al cartel que describía lo que se podía encontrar allí. Y ni vale la pena criticar el relieve irregular de la superficie del piso, ni las piedritas de ripio, imposibles de transitar. No había ni una rampa, no vi tampoco un ascensor para descender. ¿Será por mi baja visión?
(*) Persona con discapacidad, vecina de la ciudad y militante por la inclusión