Poder ranchear en las esquinas tranquilos sin tener un caño apuntándonos en la espalda

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Por Guillermo Morilla- “Otra vez nos dejaron la zapatilla” pensé el mediodía del 16 de agosto, el noticiero anunciaba la aparición de un cuerpo esqueletizado mientras del otro lado una mujer aseguraba reconocer la zapatilla de su hijo.

La imagen de la zapatilla la tengo grabada, para mí esa zapatilla representa el miedo, la desesperación, el horror de un pibe de 23 años que es arrastrado al cadalso más injusto donde se terminará de manera brutal con su vida.

Ese infierno reflejado en una topper de lona se ve claramente en los ojos de Cristina que desde hace meses no para de luchar, día y noche, por saber qué hicieron con Facundo. “Pensaron que esta negrita se iba a quedar callada”, expresó hace un tiempo en los medios, desafiante ante quienes creyeron que podían volver a enterrarlo todo bajo la alfombra.

Siento ganas de abrazarla, de llorar con ella, me estoy mordiendo de la bronca al saber que otra vez hay olor a pólvora en el aire. Sabemos quienes son, son los mismos de siempre, esos que se calzan el uniforme, los borcegos, y salen de cacería con el hocico feroz y hambriento. Esos que escupen plomo, reparten palo, y justifican todo con un pedazo de chapa.

Facundo Astudillo Castro es un joven más que ocupa lugar en la larga lista de casos de “Desaparición Forzada seguida de Muerte”. Él como todo pibe de bien lo sabía, lo tenía más claro que nadie y por eso una de sus militancias más fuertes era por la “Memoria, Verdad y Justicia”.

Facundo, al igual que a muchos pibes y pibas, le tocó crecer en un barrio donde la vida no es escueta a estar entre algodones. Donde los que conducen la patrulla no están vigilando sino que están de cacería, buscando rostros para dejar caer el peso de la impunidad de la chapa.

¿Qué respuesta podemos darles a los pibes? Quizás lo que haya que hacer sea empezar por pedirles disculpas, porque a pesar de que hace años dijimos “Nunca Más” todavía se sienten las piñas en las costillas de ese Robocop sin ley a la hora de subir al móvil.

Pedirles disculpas a quienes todavía lloran a sus amigos que un día salieron y ya no volvieron. Todavía los veo cuando se abrazan en las esquinas, hay algo ahí, no es una palmadita en la espalda y un “nos vemos mañana”. Ese abrazo representa la incertidumbre de que quizás no haya mañana para ranchear.

Fusilados por la cruz roja

“Hay, hay, mucho misterio en tus ojos”. Esos ojos juveniles hablan de hartazgo, de bronca por no poder ranchear en las esquinas tranquilos sin tener un caño apuntándolos en la espalda.

La injusticia atravesada en la garganta al ser avasallados por quienes supuestamente juraron servir y proteger. Es ese miedo desagradable del que hablaba el Indio en su disco “La mosca y la sopa”, la sensación de que “puede fusilarte hasta la cruz roja nene”.

Nunca más es nunca más, pero sin embargo los pibes en los barrios siguen siendo los más premiados de la morgue. Esa vieja cultura frita que habla, juzga, lincha a los gritos y ni siquiera preguntan de quién es ese rostro pintado en la pared.

El día que taparon las pintadas del rostro de Facundo en las paredes, no dejé de sentir en todo el día un dolor en el estómago, un fuego visceral. Sentí terror por esa gente a la que le importaba más tener limpito el templo, en vez de conmoverse por las lágrimas de una madre que busca incansablemente a su hijo.

“Sheriff! Sheriff!/ Ladrá! ladrá y mordé!/ no permitas que pise mierda en mi jardín./ No tienen norte, no tienen salvación/ hacé el trabajo y redimilos, por favor/ Que se mejoren allá en la eternidad…/ partiles el buñuelo y quita mi pena así” escribían Los Redondos, en su canción Sheriff del disco Momo Sampler, señalando las vicisitudes de esa sociedad conservadora que pide bala sin preguntar absolutamente nada.

Y lo peor es que ese Sheriff está ahí, “frío, despiadado y fatal”, a la espera de hacer su gracia criminal para aquellos que le lanzan bocados a las fieras.  

El Corazón Delator  

¿Tendrán acaso algún remordimiento? ¿Dormirán en paz todas las noches sabiendo lo que hicieron? ¿Cuando introducen el plomo en el cargador, cuando enfundan el fierro, verán acaso siquiera sus caras?

Hace un tiempo leí “el corazón delator”, la historia de un hombre que asesinó a un anciano, lo desmembró, y decidió ocultar los restos debajo de las tablas del piso de la casa. Sin embargo, un incesante y perturbador latido no lo dejaba conciliar el sueño, el sonido de un corazón latiendo que lo carcome y resuena con más intensidad hasta que decide confesar.

Si algo aprendí a lo largo de estos años es que no se debe desear el mal. Pero creo sin embargo, que algo de justicia hay en que no logren conciliar el sueño sabiendo lo que ocultan bajo la alfombra. 

Un corazón latiendo incansablemente en sus oídos hasta derrumbarse de remordimiento y terror al ver el par de zapatillas que nos dejaron. Que no descansen, así como no descansa la familia de Facundo Astudillo Castro, de Rafael Nahuel, de Santiago Maldonado, en busca todavía de respuestas. 

Es por ellos, y por todos los pibes y pibas que nos arrebataron, que seguiremos pintando sus rostros en las paredes. Es por ellos que nuestro deber como generación debe ser mantener la promesa – de manera inclaudicable – de Memoria, Verdad y Justicia.

Para apaciguar aquella vieja cultura frita hace falta que entendamos que en vez de bajarle línea a los pibes quizás sea el momento de escucharlos. Lo cantan y rapean en las plazas, citando a Wos: “Se creen dueños, salgan del medio/ Fuera la yuta que meten al barrio, le tira a los pibes y le mata los sueños”.

Llegó la hora de exigir respuestas, de alzar las voz por aquellos que ya no la tienen y gritar que siguen presentes. No queremos más zapatillas, queremos justicia, que los culpables sepan, y tengan presente: “a donde vayan, los iremos a buscar”.

Imagen: Emiliano Guerresi para Revista Resistencias.

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