Con la familia de «Emi» y «Charo» D’Ambra a la cabeza, este jueves 16 de marzo se vivió una nueva y emotiva Ronda de la Memoria en la Plaza Solares. El grito de «¡Presentes!» rompió el silencio tras mencionar el nombre de los desaparecidos de Paravachasca y los 30.000, y la lectura de un documento conmovió a los presentes.
Entre pañuelos blancos y flores rojas, estaban los rostros de los desaparecidos de Paravachasca: Carlos y Alicia D’Ambra, Hugo Pavón, Luis Agustín Carnevale, Elba Rosa Navarro Iriarte, Lucio Altamirano, Carlos Castagna y Viviana «La Peco» Real Meiners.
La Ronda de la Memoria volvió a latir, sencilla y conmovedora, en el centro mismo de una ciudad que año tras año va despertando del letargo y que cada 24 de marzo renueva multitudinariamente su compromiso con el «Nunca más».
Se trata de una actividad que desde 2015 organiza el Colectivo Paravachasca por la Memoria y que busca replicar a esas movilizaciones en el centro de la Plaza San Martín en Córdoba y de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, que desde los años más sombríos de la última dictadura cívico militar y eclesiástica permiten, semana a semana, mantener viva la llama del reclamo en contra del terrorismo de Estado.
En el plano local, esta Ronda es un homenaje a Emilia «Emi» Villares de D’Ambra y Santiago «Charo» D’Ambra, dos vecinos de la ciudad y reconocidos luchadores por los Derechos Humanos, padres de Carlos y Alicia, dos de los detenidos desaparecidos que tiene la región.
Y es a través de sus figuras, un reconocimiento a los organismos de Derechos Humanos que incansablemente siguen sosteniendo los juicios por crímenes de lesa humanidad para que la memoria, la verdad y la justicia sean una realidad.
A continuación, se reproduce textual el documento que se leyó en la Plaza:
En Córdoba, a mediados de 1977, cuando el terrorismo de estado sembraba de muerte cada rincón de Argentina, un grupo de mujeres y hombres se reunía dentro de la catedral de Córdoba.
Habían fijado como punto de encuentro la misa de las 5 de la tarde.
Eran madres y padres que intercambiaban retazos de información sobre el destino de sus hijos, piezas de un puzle cruel e incompleto, rutas burocráticas para nuevos pedidos de audiencia, habeas corpus, cartas a organismos internacionales, a obispos, embajadores, presidentes y hasta al papa.
Aprendían a convivir con la incertidumbre y el insomnio, recorriendo pasillos de juzgados, ministerios y patios de cuarteles con el miedo apretado en la garganta y las fotos de sus hijos entre las manos-
Emi contaba que un día el párroco les dijo “esto no es misa de desaparecidos” y los echó a la plaza.
Desde ese día, cada jueves, se esperaban en inmediaciones de la plaza San Martín, frente a la central de policía, a pocos metros de un centro clandestino. Ahí, dándose ánimos entre ellas se ponían un pañuelo blanco y comenzaban a marchar alrededor de la plaza… haciendo una ronda.
Eran días oscuros, llegaban noticias tristes, en Buenos aires se habían llevado a las madres Ester, María y Azucena, pero pese a tanto, cada jueves, las rondas seguían pidiendo aparición con vida, mientras policías y servicios de inteligencia les tomaban fotos intentando en vano amedrentarlas.
La tristeza se hizo bronca y la bronca tenacidad, los pañuelos se convirtieron en bandera y las rondas fueron trinchera y resistencia, pero también contención y abrazo para no morir de tristeza.
La democracia por la que lucharon les dio un sólo juicio y cuatro décadas de impunidad por decreto, pero ni aún así bajaron los brazos. El ejemplo sembrado por madres y abuelas cosechó nietos con los que gritaron fuerte que si no había justicia habría escrache.
Las rondas se fuero poblando y en ellas celebraron cada cuerpo restituido. cada genocida condenado, cada nieto recuperado como si fuese propio, porque la lucha nunca fue individual, siempre fue colectiva, como ellas siempre decían “cada desaparecido es nuestro hijo”.
Con el paso un poco más lento y cansado, pero igual de firme las rondas vencieron la impunidad, y pusieron a los genocidas tras las rejas.
Y con ese mismo paso, nuestras queridas viejas y viejos se nos fueron yendo al ansiado encuentro con sus hijos y con los 30.000 que acompañaron su viaje.
Madres y padres de la plaza, tejedores de sueños y de solidaridad, implacables y generosas, nos legaron su ejemplo de lucha y tenacidad, nos enseñaron que con amor se puede acorralar a la muerte.
TEXTO: CLARISA VILLARES
FOTOS: QUIMEY BAREIRO