En la edición de la columna literaria de hoy para Diariotortuga.com, el escritor Germán Masgoret nos trae su experiencia en el ejercicio de escribir y nos invita a pensar ¿Ir o no ir a los talleres de escritura?Conocé su experiencia.
Tiro dos milanesas de soja al sartén y un poco de arroz a hervir, mientras termino de cocer el tema referido a la columna de esta semana. En la primera mordida de mi almuerzo, me doy cuenta de que ya venía masticando hace un tiempo al asunto del que quiero escribir, y creo que a veces las cosas llegan al tiempo que deben llegar. Quizás para saborearlas al punto justo, no sé.
Así que, me dejo de preámbulos y les traigo el tema de hoy: los talleres de escritura creativa, que, en mi experiencia, creo que los conocí justo en el tiempo que debía hacerlo. Escribo desde una mirada personal referido a esta experiencia. Y concretamente escribo acerca de la experiencia en dos talleres que he tenido la oportunidad de participar.
Los talleres de escritura creativa rompen los esquemas clásicos que pueden brindar otros talleres que incursionan en textos. Estos funcionan para cualquier producción literaria, y todo género es bienvenido, ateniéndonos a las características y objetivos específicos del taller al que concurramos.
Sin quitar importancia a cuestiones fundamentales y técnicas de la escritura, buscan un impulso creativo (con diversos ejercicios y técnicas) para sacar de cada uno de los integrantes, su propia producción de texto: poesía, cuento, novela, ensayos, teatro, etc. Se puede trabajar con algo que ya llevamos amasando hace tiempo o puede ser el puntapié inicial para comenzar con algo nuevo.
Puede que sea acertado aclarar que talvez la idea de un taller de escritura creativa genere inseguridad o desconfianza para hacerlos. Y esa desconfianza puede ser producto de malas experiencias o de una gran decepción, ya que a veces los talleres o están mal coordinados o tienen una introducción fatal y larguísima donde nunca se arranca con lo que se promete y la meta queda en una bruma, irreconocible. Y es que hay y habrá de esos talleres SIEMPRE, pero la premisa entonces es, primero saber buscar, usar intuición, y finalmente experimentarlos, ver qué pasa y si ocurre algo nuevo; total, siempre habrá tiempo para tirar la toalla. Lo cierto es que es prueba y error; es cosa de ir y ver.
Un taller que lleve “escritura creativa” como parte de su propuesta, puede generar, en muchos, alguna sensación de incertidumbre, algún tipo de miedo a la hora de enfrentar un de taller con estas características. Pensamos que tenemos que ir con algo que deslumbre; y ciertamente, es que debemos dar lo mejor de nosotros para trabajar nuestros textos, pero también es cierto que estos talleres buscan crear una atmosfera de tranquilidad y bienestar, ingredientes fundamentales para nuestro espíritu creativo. Las emergencias también incentivan el espíritu creativo, claro que sí, pero estamos en un taller no es una sala de urgencias o en una guerra.
MI EXPERIENCIA EN LOS DOS TALLERES
En mi experiencia he participado de otros talleres referidos a otras ramas del arte, y han sido un poco decepcionantes, porque nunca arrancábamos con lo que se prometía, puede que suene a ansioso y a desesperado, porque vamos, ¡estamos en un taller, no en una carrera universitaria! Y la idea debería ser producir, producir, y producir con técnicas que nos aporten puntos de vistas enriquecedores y aplicables mediante ejercicios. cuando hablamos de un encuentro o un curso de escritura creativa este se centra en el estímulo de cada uno de los participantes para generar algo y ese algo es lo importante se prima cuidar ese brote para trabajarlo en un tiempo estimado.
Participé en dos talleres literarios acá en Alta Gracia, dos talleres que estaban orientados la escritura creativa; uno fue hace unos años en el Cañito Cultural dictado por Nanu y me resultó una experiencia terriblemente nutritiva. Divagamos a más no poder, pero un divague de los buenos: los chacras, la existencia, extraterrestre, religión, cultura oriental, juegos de mesa, de palabras, ejercicios que me abrieron la cabeza. Al principio no entendía lo que estaba pasando, o para dónde íbamos, pero eso fue solamente en los primeros quince minutos, todo lo demás lo debo haber digerido bien en la semana, porque de ahí en adelante, comencé a seguir el juego que me proponía este tipo de taller. No sé si era un taller que le cayera bien a todos, ciertamente a mí sí. Más allá de la libertad y el juego que proponía el taller, no estaba desprovisto de lineamientos y ejercicios más que útiles. Puedo asegurar que en ese momento es lo que necesitaba a pleno (aún sin haberlo buscado); un taller con esas características. Y fue maravilloso y me ayudó desestructurar, a desenredar, a ser un poco más desprolijo en mi encuentro con los textos, y hacer el duelo de muchas de las cosas que uno crea y que amarra. Hasta diría que, en algún sentido, ha sido terapéutico.
Si bien los talleres creativos pueden ser muy diversos algunos pueden dejar más espacio para divagar para hacer una catarsis y otros tienen objetivos a cumplir respetando cuestiones técnicas y yendo al núcleo de la escritura.
En relación a lo anterior, hago hincapié en la tarea trabajar un texto, lo cual me lleva directo al último taller de escritura creativa que hice en Villa Roma llamado Primavera Negra (2da edición), coordinado Por Carlos Peñalver. Debo admitir que iba esperando exactamente lo mismo que disfruté en el taller de Nanu, pero me encontré con algo totalmente distinto siendo que también estábamos hablando de escritura creativa, así que otra vez, di con otro escenario distinto y aprendí a entender nuevamente el juego que proponía aquella primera clase con un grupo, valga la obviedad, totalmente distinto.
Ciertamente el proceso de adaptación es inevitable para el ser humano ante entornos nuevos que implican nuevos desafíos, y pienso que, es muy gratificante encontrarse con cosas inesperadas, aunque, sea lo que sea, puede que nos de incertidumbre. La cosa que este último taller, se preocupó más por alcanzar ciertos objetivos específicos y bien concretos por lo me resultó distinto al anterior, por fortuna, y vuelvo otra vez a lo mismo: necesitaba este tipo de taller. Me ayudó aún más a disciplinarme en la tarea de escribir y de conocer nuevos maestros y maestras de la escritura.
El objetivo era concreto: la producción de un cuento final, pero para ello fuimos pasando como etapas y desmenuzando detalles relevantes para quien pretende tomarse la escritura como algo que hay que trabajar y pulir. No era un espacio ni para prolongadas catarsis ni divagaciones eternas; pero insisto que ninguna cosa es mejor que otra, pero sí que es importante tener en cuenta cuál es el objetivo que se plantea uno, y cuál es el objetivo que plantea un taller de estas características. Es por eso que ante tales matices o diferencias que distinguen un taller de otro, tenemos que estar atentos a la primera clase; tratar de ir muy concentrados al menos en el primer encuentro para saber hacia dónde apunta un taller, decidiendo si le damos más tiempo o cortamos ahí. Los talleres literarios como un espacio de encuentro, en lo personal me ha ayudado con la constancia que necesito a veces para hacer las cosas que dejo y dejo, y dejo.
Tanto un taller como otro, tuvieron un elemento en común; el de distenderse a la hora de ejercitarse; me refiero a ejercicios dinámicos y entretenidos que te inspiran a crear cosas desde una aparente nada, o, mejor dicho, de cosas que aparentemente son inconexas, con un objeto, una frase, un recorte de revista, ¡con lo que sea! logrando el objetivo de producir un texto aplicable a cualquier género. Porque la base que estimula la creatividad es aplicable, creo yo, a todo tipo de expresión artística y no artística.
Y, para terminar, no quiero dejar de lado, lo que en realidad mantiene un taller vivo y lleno de fuego, que son nuestros/as compañeros/as; aquel espejo que nos refleja lo que no podemos ver de nosotros mismos. El compañero/a de un taller, también es tu maestro/a, (no hay que olvidar eso; porque los egos o subestiman o exacerban) por lo tanto hay que aprender a escucharle, tiene mucho para decir y uno tiene que dar esa confianza y estabilidad para que el otro u otra se anime a darte sus puntos de vista, así sea un gran argumento o un pequeño parecer. Hay que estar preparados para eso, guste o no.
En definitiva, nuestra compañera/o, nos estará dando indicios de nuestro texto compartido, sobre lo que le gustó y no le gustó de lo que escribimos; también puede darse que su interpretación sea totalmente diferente a lo que nosotros quisimos comunicar; y eso, es un detalle atender sin que necesariamente esté revestido de crítica.
Más allá del calor que produce un grupo como seres y como maestros es fundamental para nuestra vida personal, porque volvemos al tema del ego, de las cosas que compartimos y que están vulnerables a correcciones, críticas a capitalizar, o indicios que nos dan la pista si estamos muy errados en la precisión que queremos en nuestros textos o no.
Por último, dos cosas. Una, es que creo que urge dejar en claro que un taller no tiene porqué servir para que nosotros produzcamos textos trascendentales al mundo exterior ¡Nadie espera nada de nosotros! Mientras sea enriquecedor y trascendental para uno mismo es completamente válido. Las experiencias no enriquecedoras también lo son siempre que seamos capaces de distinguirlas.
Y la segunda cosa, es que, ante todo lo comentado, no quiero decir que todos vayamos corriendo hacer talleres literarios porque también pueden no hacerse y es tan valida una cosa como otra; uno tiene que buscar las mejores vías para alcanzar sus propias metas, si es que las hay, tampoco es una ley todo eso. Depende de la personalidad de cada uno, de la búsqueda íntima del estímulo creativo en el que estamos sumergidos y en el que estamos dispuestas a explorar, por lo que es bueno remarcar nuevamente que este artículo de opinión es eso, que tan solo se trata una experiencia personal de quien les escribe.