Para llegar a la sala donde ensaya Yarakusa hay recorrer una subida extensa y empinada. Cuando el aire empieza a faltar el paisaje paga el esfuerzo. Desde la altura donde están listos los instrumentos pueden verse, entre los pliegues de las sierras, gran parte de La Serranita, Villa Los Aromos y cuando la tarde da lugar a la noche hasta la luces de Alta Gracia.
En 2020, la cuarentena detuvo el mundo. Casi todas las actividades, laborales, escolares y por supuesto artísticas, pasaron a una inactividad desconocida hasta el momento. La incertidumbre sobre el futuro fue la protagonista de esos días. Sin embargo, igual que en la naturaleza, hay fuerzas que de ningún modo pueden se detenidas del todo. La música, como el caudal del Anisacate, puede disminuir pero difícilmente se detenga. Así los siete integrantes de Yarakusa fueron encontrándose, arrimándose, convocados por el reggae, para por fin consolidar una propuesta musical sólida y de sonoridad bien definida.
En el reggae el riddim es, de alguna manera, lo que el estándar al jazz. Una composición que sin modificarse en su estructura, es arreglada e interpretada al estilo de quien la toca. En ese camino, los Yarakusa eligieron las canciones que más les gustaban de sus artistas predilectos y que si bien son clásicos, estas canciones se alejan de ser las más conocidas. De ese modo conformaron un repertorio atractivo, que produce la placentera y ambigua sensación de escuchar algo conocido y novedoso a la vez. Un eco que activa la memoria preguntándonos, ¿De quién es esta canción, dónde la escuché?
Aunque las etiquetas son fastidiosas y nunca una categoría es precisa, por la formación de los Yarakusa, —César González, teclados, Pablo Alisio, y Hernán Altamira, guitarras eléctricas, Juan Goiburu, bajo eléctrico, Fernando Sosa, bateria, Juan Ortíz, trombón y Jorge Palacios en voces—, el reggae de raíz, bien cercano a Jamaica, es donde mejor se los puede ubicar. Por su «color» sonoro y no por casualidad, es notoria la cercanía al estilo del trombonista Rico Rodríguez. Sin embargo este septeto logra transmitir su espíritu único y personal.
En ese espíritu está la clara marca del Valle de Paravachasca, atravesado por el acontecer diario de las problemáticas ambientales que vivimos, Yarakusa no mira para el costado. Así lo transmiten no solo en la elección de las versiones de su repertorio, si no también las letras de las canciones propias que de a poco comienzan a emerger.
Las próximas fechas de Yarakusa serán, este fin de semana, el sábado 5 de febrero en Corral de Pirca y el domingo 6 en la Feria de Artesanos, ambas en Villa Ciudad Parque.
Luego el 19 y 20 de febrero los encontrará como anfitriones en la Tranky Reggae Party, el festival que se ha convertido en un clásico en el Valle de Paravachasca y que este año va por su séptima edición. Siempre autogestivo e independiente, el festival los tendrá no solo como protagonistas musicales y sino como organizadores, un desafío mayúsculo en los tiempos que corren.
Escuchar en vivo a Yarakusa se asemeja al paisaje que paga la subida hasta la sala de ensayo.