Joanna “Mumi” Tubert es una cantante, compositora y multiinstrumentista que no pasa desapercibida. Frontwoman de “La Bon Voyage”, tiene en su currículum un largo derrotero como estudiante, en grupos de diversos géneros y como creadora de proyectos de músicas del mundo. En una entrevista en “Tarde para Tirar la Toalla” por la Radio Tortuga 92.9, manifestó disfrutar su actual “vacío fértil”.


“Me defiendo con varios instrumentos. Soy una persona inquieta, más que nada. He explorado el piano, el acordeón, la flauta dulce soprano y contralto, el canto y la guitarra. Alguna vez me han puesto en las manos otros instrumentos de cuerda… Los que he presentado en shows son los que he mencionado”, introduce Joanna “Mumi” Tubert, trazando un sintético perfil de sí misma.
Una infancia rodeada de música
Nacida en Bariloche, se afincó en Córdoba a los 14 con su familia y desde hace unos ocho años vive en Anisacate. En su casa de la infancia funcionaba una escuela de música, de la que su madre y su padre eran maestros. “Yo era secretaria y asistía a las clases”, recuerda y entre risas, desliza que “algunos alumnos se sorprendían cuando mi papá los dejaba con una nena de siete años a cargo, para ayudarlos a practicar un ejercicio”.
En su casa sonaba su padre, estudiando escalas con la flauta traversa a las seis de la mañana, y también su madre con Enya, cantos gregorianos, mongoles y “Mama África”; y también su hermana, combinando Metallica con Madonna. En ese contexto, su relación con la música y con el arte fue inmediato. “Y con el conocimiento en general”, completa, reiterando que la curiosidad la acompañó desde pequeña.
“Fui muy rebelde con que me dijeran qué hacer o trataran de enseñarme. No me dejé dar clases de piano hasta los 14 años, a pesar de que mi papá era profesor. No quería saber nada”, rememora. Sentía que el estudio podía llevarla a perder la magia. “Estudiar es muy hermoso y gratificante, pero cuando estás especializándote en algo, ya no escuchás música; estás todo el tiempo analizando la armonía o la técnica, imaginando qué dedo iría en esa posición. Te obsesionás por un tiempo”, apunta. Desde esa percepción, jugó con la música hasta los 14. En ese tiempo, tomó alguna que otra clase, no exenta de conflictos con su padre: “Él trataba de enseñarme y yo me resistía”.
RADIO TORTUGA (RT): ¿Qué instrumento te llamó la atención?
JOANNA “MUMI” TUBERT (JMT): El piano fue mi primer gran amor. Pero al principio quería ser baterista.
RT: ¿Tenías batería en casa?
JMT: No. La pedí por muchos años y como ya era bastante ruidosa y terremótica sin batería, se preocupaban de qué podía pasar si me daban una. Supongo que también por una cuestión de presupuesto, me terminó llegando una batería electrónica, que era como un octapad chiquito que me decepcionó mucho. Jugué con la pequeña batería, tomé clases pero después le empecé a tener miedo al profe. Y no quise seguir. Quedó completamente de lado ese tema.
El estudio como territorio de búsquedas
Cuando arribó con su familia a la ciudad de Córdoba, empezó a asistir a “Collegium”, donde inició sus estudios de piano con el reconocido “Pachi” Moyano. Progresivamente, también tomó clases de guitarra, se integró al coro de niños del Teatro San Martín, y empezó a formarse también en canto. “Decidí especializarme y arranqué con toda”, recuerda. Más tarde, ingresó al “Domingo Zípoli” y tuvo su breve paso por “La Colmena”, carrera que acabó dejando porque necesitaba tiempo para “destinarle a sobrevivir”.
RT: ¿Qué buscabas con el estudio? ¿Aprender a tocar instrumentos, hacer canciones?
JMT: Tener las herramientas suficientes para sacar lo que hay adentro de mi cabeza. La música siempre fue un esnórquel, un instrumento vital de supervivencia. Siempre hubo mucha guerra interna y la música y el arte me mantuvieron a flote, más o menos cuerda.
RT: Conforme van pasando las clases, ¿qué proyectos se te van abriendo o presentando en el camino?
JMT: Intenté armar una banda de mujeres a los 14 años cuando recién llegué, que se llamó “Blue Demon”. Pasé por las operetas del Coro del (Teatro) San Martín, la banda de cumbia de Lorena Jiménez (“Que las parió”). Pasé por el Rey Pelusa, por La Vaca Multicolor. Tuve un proyecto de rock fusión que se llamaba “Psychodellical Pogo” por casi una década…
Y desde allí “Mumi” Tubert pega un salto en el recorrido por su memoria musical, para llegar a las músicas del mundo. “Había que trabajar y una, en el negocio del entretenimiento trata de explotar los talentos, así que mezclé los idiomas que había aprendido con los instrumentos que tocaba”, explica. “Era un poco la extensión de lo que había hecho toda la vida con mi viejo”, completa.
RT: Por lo que describís, nunca tuviste ningún empacho en tocar ningún género. ¿Esto fue por necesidad o por búsqueda?
JMT: Muy rara vez he hecho algo que no me ha gustado. Siempre la búsqueda ha sido que confluyan en la misma acción, la supervivencia, la necesidad interior y el placer. No me imagino viviendo de algo que no estoy disfrutando.
Recientemente, tocó con “La Bon Voyage” en la Feria de Artesanos de Villa La Bolsa, y como solista en una noche de cantautoras y cantautores de Cañito Cultural, y en el festival “Griego Mujeres” de la ciudad de Córdoba. “Cada tanto alguna cosita sale, a la que no me puedo negar y voy”, sonríe.
El mundo en canciones
Tras su estadía en la capital cordobesa y alguna breve residencia de un año en Salsipuedes, hace unos siete u ocho años, arribó por Anisacate, donde sostuvo el espacio cultural “La Dominga”, que funcionó en un camping a la orilla del río. “Al principio, estábamos buscando para el lado de Agua de Oro, pero apareció la oportunidad de un camping que se alquilaba acá… y un patio de tres mil metros con río sonaba muy bien”, repasa. “Fue una experiencia hermosa y costó horrores cerrarla”, recuerda de “La Dominga”. “Tuvimos que ocuparnos de otras cosas y ahí quedó”, rememora con nostalgia.
Sobre el origen de “La Bon Voyage”, se remonta a más de una década atrás. “Al principio se llamaba ‘Noches Temáticas’. En un momento, yo saqué un disco con músicas del mundo para poder irme de viaje, al que le puse ‘Bon Voyage’ y quedó ese nombre para la banda. Influyó la trayectoria de trabajo que venía trayendo, ya que hubo una época en la que hacía cenas temáticas en el hotel ‘Holiday Inn’. Me pedían: ‘Necesitamos para tal semana una noche temática de música de folklore del sur’. Entonces yo investigaba, recopilaba, arreglaba un repertorio, buscaba los músicos, les pasaba los arreglos, ensayábamos y así”, narra, como reviviendo aquellos vertiginosos momentos.
RT: ¿Los pedidos eran más o menos razonables?
JMT: La del folklore del sur fue la más difícil de rastrear. Porque me decían “San Valentín” y preparaba algo romántico. Para “Navidad”, los villancicos. Me pedían de idiomas, de países. Después tuve otros desafíos intensos. En un momento, varios años después, canté de invitada una canción en francés para un restaurante, “Constantino”, que era un buen punto de encuentro para músicos de Córdoba. Me pidieron si no me animaba a hacer una noche francesa. Yo sabía dos canciones, así que levanté el repertorio y fui. Todos los meses me pedían que hiciera Colombia, España, y así se me fue juntando un repertorio y empezamos a hacer las noches del mundo. Cocinaban la comida del lugar y yo cantaba. De a poco se fueron destilando y fueron quedando las canciones que le gustaban a todo el mundo y nosotros disfrutábamos.
Pese a que los formatos de cada presentación, se elaboraban por encargo, “Mumi” Tubert siempre coló en los repertorios, composiciones propias.
RT: El tema de componer música y letra, ¿arranca prematuramente o cuando estás como más metida y estudiada en la cuestión musical?
JMT: Muy de chica. La primera composición se llamaba “El nombre de la rosa”, que era una pieza de piano cortita que presenté a los cinco años en la biblioteca Sarmiento de Bariloche. Tocaba el piano y cantaba.
RT: La búsqueda del canal por donde fluyera lo interno estaba desde muy temprano…
JMT: Sí, imprescindible. Sin eso, no hubiera sobrevivido internamente. Y tampoco hubiera sobrevivido económicamente.
Silencios y “Vacío fértil”
“Mi presente es escuchar mucha música. Estoy redescubriendo cosas viejas, descubriendo cosas nuevas y dándome un respiro de estar todo el tiempo aprendiendo un tema o ensayándolo o presentándolo o enseñándolo. Sencillamente, estoy en un flujo de energía. La energía ha estado saliendo durante mucho tiempo y ahora estoy alimentándome”, describe su día a día actual, como liberando lastre.
RT: Claro, porque decías que no tenías ni tiempo de escuchar música…
JMT: ¡No tenía ganas! Porque estaba escuchando música las 24 horas del día. Daba clases varias horas a muchas personas, ensayaba, arreglaba, producía. Cuando no estaba haciendo algunas de esas cosas, no quería poner música. Tenía necesidad de silencio.
A este momento que está atravesando lo sitúa en un concepto que, reconoce, descubrió haciendo terapia: “Vacío fértil”. “Es un concepto muy reconfortante, porque no entra nada en algo que ya está lleno”, completa.
Si bien no ha dejado de componer, sí reconoce que su ritmo de creación está un poco en pausa, en comparación con la vorágine prolífica en la que estaba inmersa. “Sin el silencio, no puedo componer. Si hay muchísimo ruido y tareas por hacer y obligaciones, es complicado”, argumenta. “En este momento, estoy disfrutando el silencio y el vacío fértil y cada tanto algo aparece y lo grabo y sigo con mi vida. Trato de no producirlo para los demás. Estoy cantando y tocando lo que tengo ganas”, concluye.