*De Santiago Martínez Luque para la Revista Islandia.
Podríamos decir que toda elección se gana, esquemáticamente hablando, gracias a un eficaz trabajo político en al menos tres grandes dimensiones. Por una parte, en la construcción de un proyecto político que, en el marco del espacio político en el que se deslindan diferencias y similitudes con otras propuestas, logre contener y representar los deseos, demandas y sentires de una mayoría determinada. Por otra parte, en una campaña político comunicativa a través de la cual se busca expresar esa relación de representación que se construye a nivel de proyecto, a través de unas determinadas lógicas de interlocución, lenguajes, estéticas y formatos, en la que unos determinados candidatos se constituyen como portadores, relativamente armónicos, de la idea global planteada. Y por último, en un armado electoral desde el que se busca, a través un proceso de trabajo concreto, y en virtud de alianzas y organización propia, materializar en votos, constantes y sonantes, la relación de representación construida en un territorio específico.
En las PASO 2017 Cambiemos no ganó en todo el país. Obtuvo rutilantes triunfos en San Luis, La Pampa y nuestra Córdoba. Fue derrotado en dos de las tres provincias centrales: Buenos Aires y Santa Fe. De todas maneras, es claro que logró avanzar en todos los territorios en las tres dimensiones fundamentales que permiten constituir los dispositivos necesarios para ganar elecciones y mantenerse en el poder.
Cada victoria, evolución y derrota electoral solo puede ser explicada por los procesos propios de los territorios puntuales. Pero existe un factor común: Cambiemos ha logrado avanzar en consolidar su proyecto político en tanto fuerza nacional, es decir que representa de manera más nítida los intereses, deseos, demandas y expectativas de grandes franjas de población en todo el país.
Ahora bien, todo proyecto político solo puede construir su relación de representación en el marco de la cultura de nuestra sociedad. En ese sentido, la disputa política es y ha sido siempre cultural. Sin dudas. Sin embargo, es clave comprender, como nos han enseñado los estudios culturales británicos, que lo cultural se encuentra, al mismo tiempo, condicionado por los aspectos materiales de la vida en común. De modo tal que no pueden legitimarse ni deslegitimarse conjuntos de valores e ideas si no existen determinadas condiciones que permitan establecer la validez o invalidez de las mismas para dar sentido a nuestra vida en sociedad. Los proyectos se construyen para dar sentido y proyectar un momento histórico social de la vida en común. Pero no resulta posible constituir cualquier proyecto en determinadas condiciones materiales.
Cambiemos se ha consolidado como una fuerza nacional que busca encaminarse a constituir, con los fragmentos culturales y discursivos ya existentes, una nueva hegemonía política. No se trata de un discurso radicalmente nuevo ni de una renovada galería simbólica. La novedad consiste en que esas ideas y valores ya circulantes son aglutinados y conducidos por una fuerza política emergente que propone una articulación de los mismos, al menos, distinta. Al respecto, Seman plantea con claridad que “hegemonía es dirigir poniendo las preguntas, definiendo los lugares de circulación, instituyendo los premios y sanciones, activando las piezas de razonamiento válidas”. En ese camino se encuentra Cambiemos.
Hasta ahora han sido eficaces en dar sentido a la crisis económica atribuyéndosela a la gestión K y a los “70 años de peronismo”. Al mismo tiempo, han propuesto una fuga hacia adelante: esto va a pasar, ya estaremos mejor. Esa construcción tiene sus límites, que para Alcira Argumedo, son los propios de la capacidad de endeudamiento externo. En cualquier caso, los mismos no han sido establecidos ni alumbrados con claridad en esta instancia electoral.
El Futuro es nuestro
La estrategia política cuyo eje es depositar todo lo bueno que nos está por suceder en un futuro por venir ha sido parcialmente exitosa. Frases como “Ahora va en serio” o “Inauguramos los mejores 20 años de la Argentina” intentan materializar un sentir, obviamente circulante, de que hay algo mejor posible y que la apuesta puede ser fructífera. Sin dudas, y quizás este sea el dato, construyen y nombran una demanda social de proyección de un mejor vivir: los argentinos sabemos que vivimos mal y queremos vivir mejor. Quién podría negarlo.
Ese futuro posible, en conjunto con la agitación sistemática de las banderas del pasado kirchnerista al cual no se puede volver (real, política y simbólicamente), ha sido parte de la operación que ha permitido sumar a un electorado estratégico que suele circular por la ancha avenida del medio, sin adscripción política ni ideológica fuerte. Para este sector el antikirchnerismo, más que una jugada ideológica es una apuesta a futuro, por la renovación: “Los K ya fueron”.
Duran Barba, el principal estratega de Cambiemos, no oculta la apuesta: “lo que sustenta al macrismo es la esperanza”1 . No es casual. Se trata de una cuidada estrategia político discursiva de la esperanza. La misma fue validada por el discurso mediático y alimentada sobre el final de campaña con una serie de buenas nuevas económicas, reales o ficticias; lo cual en este plano ya no importa.
La Verdad nos hará libres
Quizás uno de los grandes errores de la política pública del Kirchnerismo haya sido la devastación de las estadísticas públicas. La conducción del Estado destruyó cualquier posibilidad de construir veracidad sobre lo que sucedía en su gestión, haciendo notablemente dificultoso defender su propio accionar y legitimarlo ante la sociedad. El quiebre de la veracidad de la palabra pública se llevó puesto todo lo bueno y habilitó a resaltar todas las falencias existentes.
Acicalado por los medios y, fundamentalmente, en el contexto de una sociedad plagada de incertidumbres, ambigüedades, mentiras y engaños todos emergentes de una profunda crisis moral, grandes franjas de población no soportaron que la conducción del Estado intentará construir un panorama estadístico drásticamente alejado de su diaria experiencia como consumidores y trabajadores.
Cambiemos tomó clara nota de este intenso rechazo y su persistencia en el discurso público, y ha desarrollado una larga serie de acciones de gestión en pos de consolidarse como un actor portador de verdad. No solo regularizó el funcionamiento del INDEC sino que ha creado una dinámica de gestión encuadrada en el error reconocido que, para una parte de la sociedad, se muestra creíble.
En este marco, ante los cuestionamientos sobre las consecuencias sociales de su política económica, entre las que se cuenta 1 millón y medio de nuevos pobres, repiquetean “Hoy al menos sabemos cuanta pobreza hay”. Algún radical trasnochado podría reversionar la máxima alfonsinista: “Con la verdad se cura, se come y se educa”, y no estaría del todo errado. Al menos por ahora.
Hoy tenemos claro que, incluso los votantes con claro perfil opositor a Cambiemos, valoran el “saber la verdad” así como construyen su férreo rechazo hacia el Kirchnerismo por lo opuesto: a ellos no les podemos creer nada de lo que digan.
La renovación de la política
La dirigencia PRO es nueva en el plano político nacional. Es cierto que sus rostros circulan en el ámbito público y empresarial desde hace tiempo. Pero se trata de “los recién llegados”. Son la novedad y ello también los valida como la renovación política que puede encarnar la conducción hacia un futuro deseado.
Al mismo tiempo, es cierto que no se trata de una derecha clásica. Quizás nombrarla como derecha democrática, como plantea José Natanson, sea falaz dado que por, definición, la derecha se orienta a recortar derechos y limitar el ejercicio democrático, como ha sostenido Martín Granovsky, pero sí es cierto que han llegado al poder a través de las urnas y los mecanismos legales del Estado de Derecho. De todas maneras, son un nuevo tipo de derecha.
En ese sentido, si bien es claro que han recortado beneficios sociales como pensiones por invalidez, por siete hijos, programas socioeducativos, han implementado tarifazos y reducido impuestos a sectores concentrados de la economía –todas recetas propias del neoliberalismo-, no han incurrido en privatizaciones aberrantes de empresas públicas, como sucedió en los 90 y tampoco han eliminado –hasta ahora- de plano derechos adquiridos como las paritarias o los derechos laborales consagrados, entre otras clásicas recetas de la derecha vernácula. Insisto: hasta ahora.
También es claro que su esquema de financiamiento y de promoción de los espurios negocios financieros vía deuda pública y bicicleta financiera se asemeja a la gestión dictatorial de los 70, así como su perfil general sobre el modo en que piensan el Estado y el uso de la represión, los acerca a la gestión menemista.
No obstante, desde la gestión, principalmente de la ciudad de Buenos Aires, y desde sus ensayos en múltiples think tanks, han aprendido a desdibujar y debilitar el Estado de un modo más inteligente y refinado. Por ello, no nos hemos encontrado con los recortes brutales del Ministro Fernández del menemismo o del López Murphy de la Alianza, pero sí con la eliminación quirúrgica de beneficios –procurando no abroquelar demasiados enemigos de sus políticas-, o con la subejecución de presupuestos proyectados, la jerarquización de áreas presupuestarias vinculadas al marketing por sobre áreas sociales sensibles como salud, o las modificaciones parciales de leyes centrales que, de hecho, deshacen sus aspectos estratégicos y truncan la posibilidad del ejercicio de derechos. Solo a modo de ejemplo podemos observar cómo destruyeron la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la Ley de Financiamiento Educativo, sin exponerse a grandes debates legislativos y públicos que los sitúen en posición de defender sus políticas de recorte de derechos.
Son una nueva dirigencia de derecha que entiende integralmente el Estado y lo usa para favorecer sus intereses y los de sus socios. Sin destruirlo. Son una derecha que ha aprendido a no parecer brutal para conseguir sus fines. Son una derecha que ha aprendido a no parecer derecha, a no parecer ideológica.
Duran Barba radicaliza notablemente este arte de la confusión ideológica: “El Pro es el único partido de izquierda que hay en la Argentina. A ver, es un partido totalmente inclusivo, respetuoso. Hay armenios, judíos, islámicos en las listas. Hay todo (…) ¿Vos creés que la derecha argentina habría hecho eso? ¿Habría hecho eso Alsogaray? Hay respeto total a los homosexuales. Hay una apertura total al matrimonio igualitario que nos llevó a la pelea con Bergoglio” .2
Este confusionismo, de cualquier modo, ha sido solo posible en alianza con los grandes grupos de medios, ampliamente beneficiados por la nueva gestión, así como por los favores de una oposición política funcional, como el masismo y el pejotismo cordobés, que en aras de crucificar al kirchnerismo apostó a un pleno que puede cobrarse con su propia supervivencia.
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Cambiemos ha logrado construir un proyecto que articula una propuesta de renovación sobre la política y los modos de conducción del Estado propios del pasado; verdad sobre el presente y una proyección positiva sobre el futuro. Los frutos de esta apuesta parecen estar maduros para su cosecha.
En este contexto, la notable diferencia con la que Cambiemos se impuso frente al peronismo cordobés, con más de 18 años en el poder, fue una de las cucardas más relucientes que el partido gobernante exhibió en su raid mediático triunfalista. No es para menos. Con altibajos en elecciones de medio término, Unión por Córdoba ha demostrado ser una fuerza electoral extremadamente eficaz. Pero esta vez, fue arrasada.
Además de las fortalezas generales de Cambiemos que ya hemos planteado punteamos acá algunas de las particularidades locales.
Córdoba el motor del Cambio
* Un partido anquilosado y una gestión poco moderna. El Gobernador Schiaretti goza de buen nivel de aceptación. De la Sota también. Sin embargo, el perfil de la actual gestión atrasa: salvo el Ministro de Economía Osvaldo Giordano, el resto del elenco ministerial se encuentra formado íntegramente por miembros de la generación que llegó al poder con el PJ en 1999. No se trató de un devenir sino de una decisión: Schiaretti opto por no continuar la orientación ministerial de la última gestión de De la Sota quien, especialmente luego de la crisis por el paro policial de diciembre de 2013, impulso a una serie de jóvenes funcionarios, muchos de ellos Intendentes de alto perfil. Manuel Calvo, Rodrigo Rufeil, Julián Lopéz, entre otros, representaban las nuevas generaciones de la gestión provincial y promovían nuevas lógicas de desarrollo del proyecto político de Unión Por Córdoba. Muy pocos tuvieron lugar en el actual gobierno. Schiaretti dejó de lado la renovación suponiendo que esa demanda se encontraba saldada con la joven figura de su Vicegobernador Martín Llaryora, a quien en la primera oportunidad expuso a una ya sabida derrota.
UPC se encamina a un 2019 en el que: cumplirá 20 años continuados en el poder; Martín Llaryora, la figura más encumbrada de la renovación, será la cara doliente de la derrota más dura de todo el ciclo de poder; De la Sota y Schiaretti, únicos garantes de victorias electorales, tendrán 69 y 70 años, respectivamente. Cambiemos, mientras tanto, se relame en las mieles de la nueva política.
* La nacionalización de la elección. Cambiemos propuso un escenario continuo con 2015. En estas elecciones se elegía volver al pasado K o apostar a un futuro esperanzador. Macri y Cristina, a pesar de sus intentos por bajar el nivel de la discusión hacia la problemática y desideologizada cotidianeidad, fueron la referencia ineludible de los proyectos en disputa. Para el PJ cordobés, carente de referencia nacional que tercie en esta discusión y habiendo alimentado el monstruo del antikirchenrismo, simbólica y materialmente, durante años y, en particular, con votos en el balotaje de 2015, le fue imposible provincializar la campaña. La bestia furiosa y cebada desconoció a su creador.
* La cooptación del Cordobesismo. Al Presidente Macri le gusta repetir que “en Córdoba empezó todo”; adora señalar que si no fuera por nuestra provincia no habría llegado a la Presidencia. Si bien esta verdad es parcial, en realidad solo se trata de un ademán que aviva las llamas siempre candentes del autonomismo cordobés. Es sabido.
Férrea y sistemáticamente cultivado desde “la isla” del Gobernador Angeloz, hasta el Cordobesismo de De la Sota, la Córdoba conservadora se enamora en esos transes de la diferencia. Solo que esta vez le toca cosechar a otros. Como ya lo ha señalado Leguizamón3 a los cordobesistas les birlaron su productiva creación.
* La política que los une, las elecciones que no logra separarlos. Uno de los principales lemas de campaña de Baldassi fue que “nunca nadie le dio tanto a Córdoba”. La imagen tenía de que nutrirse. Y es que desde el primer día el ritual público siempre fue el mismo: Schiaretti pedía y Macri otorgaba. Sucedió con fondos de coparticipación, deudas por la Caja de Jubilación y con el anuncio de importantes obras públicas. Públicamente el sentido de la relación Nación –Provincia se solidificó en torno a la generosidad presidencial. No importa si el dinero llegaba o no. Nadie lo puso en cuestión, hasta la campaña.
Ayudaron, sin dudas, las permanentes declaraciones de encuadramiento político del Gobernador, avalando tanto medidas particulares, como el rumbo general de la nueva gestión nacional. Las imágenes de los sonrientes Macri y Schiaretti bailando al ritmo de Gilda en un acto en Hernando fueron la síntesis simbólica de una relación de armonía difícil de desandar. Tras tantos elogios y avales, en medio de la campaña, a Schiaretti le costó cuestionar al macrismo sin despertar la incredulidad de los cordobeses. Tampoco sirvieron las críticas de De la Sota quejándose de que el Gobierno Nacional se apropiaba de obras que realizaba la provincia. Fue tarde para cualquier gestualidad de la diferencia.
Finalmente, la errática estrategia comunicacional de campaña de UPC que se orientó, inicialmente, a apropiarse de la idea de Cambio, bajo el slogan El cambio verdadero, paso por alto una lección aprendida en una decena de procesos electorales en Latinoamérica: entre el original y la copia, suele triunfar el primero.
La irrupción del proyecto conservador de nuevo tipo de Cambiemos dejo a la vista la crisis que enfrenta Unión por Córdoba. Se trata de una crisis vinculada con el desgaste en el poder, con su perfil de gestión y, fundamentalmente, con su proyecto político: a UPC le costó encontrar su lugar en la campaña porque, en realidad, le cuesta redefinir su lugar en la política local y nacional. Hoy, más que nunca, la conducción de UPC no encuentra el modo de diferenciar su proyecto conservador de la propuesta de Cambiemos y de proponer, al mismo tiempo, una proyección de la Córdoba del S XXI que enamore a los cordobeses.
Quizás la sola expectativa del cambio resuelva esa necesidad de proyección o quizás la maquinaria del peronismo cordobés encuentre cómo hacer funcionar nuevamente los engranajes de su proyecto de poder. En política nunca resulta conveniente firmar certificados o garantías.
NOTAS AL PIE:
1. https://elpais.com/internacional/2017/08/23/argentina/1503516209_399204.html
2. http://www.lanacion.com.ar/1783512-jaime-duran-barba-pro-es-el-unico-partido-de-izquierda-que-hay-en-el-pais
3. http://www.revistaanfibia.com/cronica/cordobesismo-regreso/
Foto: Revista Islandia.