A 19 años de la “Masacre de Puente Pueyrredón” del 26 de junio de 2002, en la que fueron asesinados los jóvenes militantes piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, el periodista e investigador popular Mariano Pacheco, protagonista de esa jornada y ex vecino de Alta Gracia, fue entrevistado por el programa “Tarde para Tirar la Toalla” de la Radio Tortuga 92.9.
La represión del 26 de junio de 2002 significó el final del gobierno de transición de Eduardo Duhalde, apenas seis meses después de las jornadas fatídicas del 19 y 20 de diciembre en las que el alzamiento popular al grito de “Que Se Vayan Todos” fue duramente reprimido por el gobierno del radical Antonio De La Rúa, quien renunciaría y dejaría la Casa Rosada en helicóptero. La conmoción general que sobrevino al asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en junio de 2002 obligó a Duhalde a adelantar las elecciones presidenciales.
Mariano Pacheco es secretario de Formación del Movimiento Evita y dirige actualmente el Instituto Generosa Frattasi, desde donde se piensan políticas públicas para la inclusión social en la Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Vive actualmente en Buenos Aires, tras varios años de residencia en la Provincia de Córdoba y particularmente en Alta Gracia. Entre fines de los años 90 y principios de los 2000, integró la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón y otras agrupaciones políticas junto a Darío Santillán y estuvo presente en aquella jornada del 26 de junio de 2002 en el Puente Pueyrredón.
Entre otros libros, es autor de los libros “De Cutral Có a Puente Pueyrredón – Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados” y junto a Juan Rey y Ariel Hendler, la biografía “Darío Santillán – El militante que puso el cuerpo”.
RADIO TORTUGA (RT): ¿Qué sentís a 19 años de esa jornada?
MARIANO PACHECO (MP): Este año nos encontró con esta crisis sanitaria y con algunas militancias que entendimos que no había que movilizarse y que había que hacer algunos actos o recordatorios locales y de menor cantidad de personas. Otros compañeras y compañeros decidieron movilizarse y coparon el Puente Pueyrredón con una masividad impresionante. Yo no fui porque entendí que no era el lugar para concentrarse, así que participé en un acto muy chiquitito, con protocolos y que se transmitió por redes sociales al interior de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, la UTEP, que es de algún modo el sindicato del precariado y la casa de las trabajadoras y trabajadores de esta forma de producir. Con lo cual fue una sensación muy extraña y un desafío asumir que el año que viene, todo lo que es la experiencia de la UTEP va a hacer los esfuerzos posibles por tratar de sortear esas formas de enfrentamiento interno en el campo popular y gestar un gran acto unitario de todo el movimiento popular recordando a Darío y a Maxi.
Mariano Pacheco alude que el sentir es extraño, tanto este año como en 2020, al conmemorarse en medio de la pandemia del COVID 19 y “las políticas de cuidado que se están tratando de sostener para salir bien parados de esta crisis sanitaria que se transformó en una crisis política, económica y social”. Al decir “crisis”, Pacheco recuerda la tapa del diario Clarín del 27 de junio de 2002. En ella, acompañando una foto difusa en la que el cuerpo de Darío Santillán, a punto de ser acribillado, se ve como un espectro; un título deslinda responsabilidades al titular: “La crisis causó dos nuevas muertes”.
“Para nosotros fue muy doloroso ver la foto del día después de un Darío fantasmal que no se sabía bien quién era y poder confirmar días después, por el trabajo de un fotógrafo del campo popular que tenía todo el rollo revelado de la secuencia, lo que había pasado en la estación de Avellaneda”, recuerda Mariano Pacheco, haciendo referencia a las fotos de Sergio Kowalewski, quien colaboraba con el periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. En esas imágenes se comprobaba que no había habido un enfrentamiento entre piqueteros, como se pretendió instalar corporativamente, sino que Darío Santillán había sido asesinado en la misma estación de trenes, al intentar socorrer a un agonizante Maximiliano Kosteki, quien había sido baleado previamente. Pacheco entiende que en la víspera del vigésimo aniversario de estos crímenes, es menester combatir la instalación de las ideas de “crisis” y “enfrentamiento interno entre militantes populares”.
Hubo una investigación elaborada por la misma Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón, que se convirtió en el libro “Darío y Maxi: Dignidad Piquetera”. En ella se dio cuenta no solamente de cómo se perpetró la masacre en Puente Pueyrredón; sino también de cómo se preparó esa represión y la emboscada para generar el clima de violencia que diera validez en los medios hegemónicos a una calificación violenta de los piqueteros.
Pacheco recuerda que no participó directamente en ese trabajo porque era «chico» y “no tenía herramientas en el oficio para poder haber sumado” a “ese libro walsheano”. Pero estuvo cerca y recuerda que la labor fue considerada como parte de un trabajo militante por parte de la organización: “Ahí se da cuenta de que el accionar de ‘la (policía) bonaerense’ estuvo coordinado como parte del entrelazado de fuerzas de seguridad con la (Policía) Federal, la Prefectura y la Gendarmería Nacional; que todo eso estaba monitoreado por los gobiernos nacional y provincial; y que esa instancia estuvo acompañada claramente con intervenciones muy profundas de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado; ‘Secretaría de Inteligencia’ desde 2005 y ‘Agencia Federal de Inteligencia’ desde 2015). Por eso siempre fue el reclamo la apertura total de los archivos y el enjuiciamiento de los responsables políticos e ideológicos, y no solamente materiales”.
RT: …Claro, porque fueron enjuiciados y condenados a prisión perpetua los dos responsables materiales, Alfredo Fanchiotti y Alejandro Acosta, pero nunca fueron siquiera investigados los responsables políticos. Es más, nunca se abrió esa línea de investigación…
MP: Fue importante que encarcelaran a los responsables materiales porque en general estos casos terminan completamente impunes. Sostener durante años la denuncia es un logro del movimiento popular. Queda el sabor amargo de muchas compañeras y compañeros que insisten mucho sobre las responsabilidades políticas. En mi caso, siento menos frustración porque trato de pensar esos episodios y esas responsabilidades en el marco del tipo de sistema en el que vivimos. Es muy difícil que el poder político, como bloque, se enjuicie a sí mismo. Lo que hay que poder hacer en algún momento es cambiar las relaciones políticas y sociales, y la forma en que se traduce en el sistema judicial argentino para poder avanzar no sólo en esta causa, sino en muchas otras. En la medida en que nos sigamos rigiendo por este tipo de democracia liberal con esa división formal de poderes y con una perpetuación, sobre todo en el sistema judicial, de los mismos dinosaurios que están hace tiempo y que a la hora de poder votar, tengamos que votar a los sectores que nos parezcan más o menos piolas pero que no dejan de ser esta clase política liberal; estas cosas van a seguir pasando. Para que eso no suceda, tenemos que tener estrategias de poder popular que puedan desarrollar la capacidad de gobernar la Argentina y hacer justicia por Darío y Maxi y por todos los caídos a lo largo de las luchas, por lo menos de este ciclo de la pos dictadura. Tenemos que seguir construyendo con paciencia las estrategias para poder cambiar las formas de vida de nuestro pueblo y no quedarnos sólo en la denuncia que, ratifico, es un compromiso ético insoslayable que hay que seguir sosteniendo.
RT: Co escribiste con Juan Rey y Ariel Hendler la biografía “Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo”. Sin desmerecer a Maximiliano Kosteki, ¿Qué características tuvo la vida militante de Darío Santillán, que logró proyectarlo de tal manera que hoy es una referencia para la militancia social y juvenil, a 19 años de la “Masacre de Puente Pueyrredón”?
MP: Muchas veces ha quedado una suerte de injusticia de que se reivindique tanto a Darío y no tanto a maxi. Eso es consecuencia natural del proceso vital que vivió cada uno. Maxi es reivindicado como Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Víctor Choque, Mauro Ojeda, Francisco Escobar; la cantidad de asesinados en protestas sociales durante el ciclo de luchas de esos años. La gran diferencia es que Darío Santillán era un militante y un cuadro en formación. A pesar de que tuvo 21 años y eso es lo que también nos llevó a preguntarnos si escribir o no una biografía de alguien que muere así de joven. Decidimos que sí porque, como dice la declaración de la Coordinadora Aníbal Verón de julio de 2002, “su corta pero intensa vida muestra un camino de militancia”. Darío era un militante con niveles de referencia en el movimiento piquetero de esos años 2000, 2001 y ese primer semestre de 2002, pero también había sido un referente de la lucha estudiantil de la zona Sur del conurbano durante los años 98 y 99. Y era un pibe muy inquieto que leía mucho, miraba películas, discutía con compañeros y compañeras más grandes y con más trayectoria, y que estaba tratando de elaborar una estrategia de intervención popular en ese momento. Es muy importante haber podido escribir esa biografía, dejar asentado un capítulo más de esta historia, ya no de las luchas populares en la Argentina en general; sino incluso de sus militantes, aquellos que estructuran la lucha del pueblo y tratan de dar una estrategia. Maxi era un pibe que recién se sumaba a participar de un movimiento, no tenía una formación política y no tenía la trayectoria de esos años. Que fueron pocos pero muy intensos y por eso hicieron a Darío una figura tan reivindicada, al calor de la conmoción que generó el modo en que fue asesinado, tratando de parar a la policía con una mano y con la otra socorriendo a Maxi, ya agonizando en el piso; un pibe al que no conocía. Eso habla de una ética guevarista que enlaza también con tradiciones del mejor cristianismo y de las mejores experiencias del peronismo revolucionario; por eso se conmovieron también las conciencias de muchas militancias setentistas inactivas en esos años y que luego con Néstor y Cristina Kirchner volvieron al ruedo. Esa imagen les recordó sus juventudes militantes en el marco de la lucha de los 70.
RT: ¿Por qué es importante para las nuevas generaciones conocer lo que pasó el 26 de junio de 2002?
MP: Como decía Rodolfo Walsh, lo más importante es que pensemos que cada lucha no empieza cuando cada uno de nosotros llega a la lucha. Teniendo en cuenta que vivimos en un mundo neoliberal, eso es muy importante porque toda la lógica de redes y la ideología dominante nos lleva a poner al yo en primer lugar y al instante desconectado de su secuencia histórica. Entonces, entender que nuestras luchas vienen de antes, que hay quienes nos precedieron, que el yo tiene que estar enmarcado en un nosotres, en una experiencia colectiva, es fundamental. Y le agregaría, puesto que viví bastante tiempo en Paravachasca y tuve la posibilidad de presentar el libro de Darío allí y hacer más de una actividad en su homenaje; no pensar tampoco esto como algo de Buenos Aires. El ciclo de lucha de los 90 terminó en Buenos Aires, pero empezó en las provincias del denominado interior del país; la Patagonia y el Norte sobre todo, pero incluso aquel 26 de junio de 2002 hubo una protesta en Alta Gracia en el marco del plan de lucha nacional de los movimientos piqueteros. Es importante que las juventudes tomen en sus manos las banderas históricas más las nuevas con sus demandas y sus formas, y poder enlazar las inquietudes que suceden en Buenos Aires y las grandes ciudades a las dinámicas propias que tienen las localidades en donde cada uno vive.
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FOTOS: TÉLAM, PEPE MATEOS Y SERGIO KOWALEWSKI