Lo que dejó una elección con resultado histórico y preocupante baja participación

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Por Pablo Rodríguez. Esta nota pretende indagar sobre lo que determinó el porcentaje histórico de votos alcanzado por Marcos Torres en la elección a intendente del 17 de septiembre, la abultada diferencia sobre sus más inmediatos perseguidores y la evidente baja participación ciudadana; y el escenario a futuro que se inaugura el 10 de diciembre.

  1. El valor del coalicionismo

Entre las fuerzas que más votos cosecharon, se vieron las dos caras de un mismo fenómeno: el coalicionismo.

Marcos Torres, por su parte, redoblando su apuesta de 2019, cuando incluyó en su campaña electoral y posteriormente en su gestión de gobierno a actores de afuera del «torrismo», como el socialista Rodrigo Martínez, el ex juecista Agustín Saieg y el llaryorista Pablo Ortiz; esta vez logró captar también a referentes del pankirchnerismo y el universo de los movimientos sociales, como Micaela Rodríguez, Saira Asúa y Emiliano Ferreyra.

Con este armado, Torres alcanzó el 57% de los votos, en porcentajes el número más alto desde la vuelta de la democracia (aunque merced a la baja participación, en votos se ubicó apenas por encima de lo cosechado en 2019). En la gestión que culmina el 10 de diciembre, el armado funcionó ordenadamente y sin sobresaltos, salvo por el protagonismo de Pablo Ortiz, que tomó vuelo propio al punto de generar un subbloque en el Concejo Deliberante y amenazar por jugar electoralmente por afuera. Habrá que ver si este armado con más diversidad de actores, llega entero hasta el 2027.

En la vereda de enfrente, Alta Gracia Crece, la versión electoral de Juntos por el Cambio, se partió en dos a pocas semanas de las elecciones, dilapidando las chances de consolidar una oposición competitiva: Amalia Vagni encabezó la lista de Alta Gracia Cambia (Unión Cívica Radical + Frente Cívico + Partido Laborista), que cosechó el 19% de los votos; y Ricardo «Ricky» González lo hizo en la propuesta de Juntos por Alta Gracia (Pro + Coalición Cívica – Ari), con el 10%.

Sabido es que en política, en materia de coaliciones, y frente al electorado, si se logra la unidad, 2 + 2 es 5; pero si se la dilapida, 2 + 2 es 3. El resultado alcanzado por la diáspora opositora confirma la ecuación.

  1. Crisis de representación política

Tan histórico como el 57% de los votos alcanzado por Torres, es el escasísimo 53% de participación electoral registrado este 17 de septiembre. Amalia Vagni supo decir tras los comicios que es un desafío de todas las fuerzas evaluar por qué pasó esto. Empero, se sabe que cuando se reparte la responsabilidad de algo de forma tan abierta, se corre el riesgo de que nadie se haga cargo.

En rigor, hay una crisis de representación política que existe más allá de los límites de Alta Gracia, a caballo de las crisis económicas que desde hace una década impiden sostener una economía estable y una línea política clara en el país (salpicado por la toma de un préstamo impagable con el Fondo Monetario Internacional, la pandemia y una crisis económica global, desatada por el conflicto entre Ucrania y Rusia y acrecentada por la sequía); y cierta presunción de que las gestiones de gobierno no logran brindar acabadamente las respuestas que las comunidades demandan.

En lo estrictamente local, probablemente colaboró con esta falta de entusiasmo, que el triunfo oficialista se vislumbraba como irreversible con bastante anticipación ante una oposición incapaz de construir un diálogo.

Es contrafáctico plantear hipótesis respecto de hacia dónde habrían ido los votos de quienes no participaron, cuánto caudal de votos habría logrado el ganador y cuánta diferencia podría haber alcanzado sobre sus inmediatos perseguidores, si la participación se ubicaba en torno del 70 o 75% como es habitual; pero se puede especular que con una oferta más competitiva, el entusiasmo se hubiera incrementado al interpretar que cada voto podía definir una elección (cabe recordar que en contraste con ésta, la de 2019 tuvo menos de 800 votos de distancia entre la primera y la segunda fuerza).

Para el oficialismo, el desafío se centrará en llegar con su gestión a toda la ciudadanía para que ningún sector se sienta excluido de las políticas de gobierno; las fuerzas opositoras, en cambio, deberán esmerarse para representar las necesidades reales de la comunidad y salir de las discusiones de salón.

  1. El escenario provincial

El 25 de junio Martín Llaryora vencía a Luis Juez a nivel provincial (y Facundo Torres se quedaba con la banca de Santa María en la Legislatura, por sobre Leandro Morer) y el 23 de julio, Daniel Passerini hacía lo propio con Rodrigo De Loredo, derrumbando así ambos tótems de Juntos por el Cambio en la provincia.

El desconcierto opositor y la confianza oficialista también encontraron en estos resultados un motor que alimentó sus destinos.

Si bien no se puede responsabilizar enteramente al contexto provincial por la contundente definición local y tampoco es conveniente jugar a hacer ucronías, resultados diferentes en los comicios de provincia y el municipio capitalino hubieran condicionado la campaña vernácula de Alta Gracia.

  1. El ausente

Uno que amagó a jugar e incluso se armó un partido para eso («Unión por Alta Gracia»), pero que finalmente desistió de competir, fue el legislador y ex intendente Walter Saieg. Como en 2019, hasta último momento anunció propuestas y se mantuvo en hermético silencio, aunque sacando sus equipos a la calle, y finalmente no jugó.

En la elección pasada, quedó el mito de que su «gente» inclinó la cancha para el lado del radical Leandro Morer, para acompañar el achique de la abultada diferencia que en las PASO había sacado Marcos Torres sobre su inmediato perseguidor.

En este caso, se presume que algunos de sus referentes migraron al torrismo, otros a las otras vertientes políticas, aunque probablemente alguna fracción más silvestre se quedó desamparada y sin entusiasmo para prestar su voto a la «fiesta de la democracia».

  1. Liberales, conservadores y progresistas

Quienes se favorecieron con la baja participación, fueron el Partido Demócrata y Encuentro Vecinal Córdoba, que lograron imponer pisos históricos apenas por encima y por debajo del 5%.

La primera (con Darío Cuffa a la cabeza) ganó la minipulseada por la representación de Javier Milei en Alta Gracia, frente a Unión Popular Federal (de Víctor Hugo Moreyras), que quedó octava y última. Resta saber a futuro de qué manera afectará la performance del «Peluca» en los comicios nacionales de octubre (y eventualmente de noviembre).

La fuerza que lidera Aurelio García Elorrio, por su parte, en una nueva experiencia electoral en Alta Gracia, logró mantener su digna plataforma en el paciente objetivo de consolidarse, elección tras elección.

Tras las experiencias competitivas progresistas del socialismo como tercera fuerza del Concejo, entre 2007 y 2015 (la segunda en el marco de la coalición «Encuentro por Alta Gracia»), y del pankirchnerismo de «Alta Gracia para Todos» y «Alta Gracia somos Todxs», en los comicios de 2015 y 2019, con Clarisa Villares y Diego Heredia como candidatos a intendente respectivamente; este año no hubo una alternativa fuerte que representara a este sector; aunque buena parte de la militancia que integró estas propuestas, está integrada al torrismo.

Quienes quizás se acercaron en la mirada, con ideas populares, de izquierda o progresistas, fueron Rodolfo Uranga y Héctor «Kike» Andrada, con el sello municipal Raíz Popular y el Partido Humanista respectivamente; quienes no lograron hacer pie y rescataron pocos votos. «El Profe» es un habitué en estos comicios, siempre con performances más o menos parecidas y Andrada, que es nóvel, anticipó que la fuerza «naranja» pretende trazar un proyecto a futuro en la ciudad.

  1. El reparto del Concejo y el Censo pendiente

Los números finales determinaron una inédita conformación del Concejo Deliberante, con seis bancas para el oficialismo, dos para Alta Gracia Cambia (radicalismo + Frente Cívico + Partido Laborista) y una para Juntos por Alta Gracia (Pro + Coalición Cívica – Ari). En principio, dicho diseño anticipa una hegemonía torrista para llevar adelante sus políticas públicas sin riesgo de gobernabilidad y una oposición obligada a hacer acuerdos para no caer en el mero denuncialismo.

Pero al mismo tiempo, dicho dibujo, aunque con tres fuerzas representadas, vuelve a dejar afuera a muchas representaciones políticas en una ciudad de entre 65.000 y 70.000 habitantes.

Se estima que si los datos del Censo 2022 hubiesen estado oficializados a tiempo, Alta Gracia habría podido contar, acorde a su crecimiento, con 11 e incluso 13 concejales. Quizás para 2027 se llega a eso.

Por el lado del Tribunal de Cuentas, no es menor que tras el traspié de 2019, que el oficialismo sufrió de a ratos, retoma este 2023 el mando del control de las cuentas públicas, con Martín Cugno y Federico Bengolea por la mayoría oficialista y Leticia Luppi, nuevamente en su banca, en este caso como única opositora.

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