En la madrugada de este lunes, falleció el Papa Francisco, sumo pontífice de la Iglesia Católica y primer papa argentino, hispaoamericano y jesuita de la historia; cuya labor en el Vaticano se caracterizó por tener un carácter austero y reformista. Tenía 88 años y desde hacía algunos meses, atravesaba diversas complicaciones de salud.
Jorge Mario Bergoglio había nacido en el barrio porteño de Flores el 17 de diciembre de 1936. Dedicó su vida a la Iglesia y falleció en Roma, tras casi doce años como papa.
«Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre», señaló en un comunicado el cardenal Kevin Farrell, camarlengo del Vaticano.
Repasa la agencia NA que la ordenación de su sacerdocio tuvo lugar el 13 de diciembre de 1969 y luego cumplió con una extensa carrera en su orden donde llegó a ser «provincial» de los jesuitas, desde 1973 hasta 1979. Durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el papa Juan Pablo II lo designó cardenal del título de san Roberto Belarmino. Además fue constituido en el primado de la Argentina, resultando así el superior jerárquico de la Iglesia católica de este país.
Integró la conferencia Episcopal Argentina que presidió en dos ocasiones hasta 2011 y del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). En 2005 su nombre se incluyó entre los papables con insistencia, pero finalmente el elegido fue Benedicto XVI, el cardenal Joseph Ratzinger. Años después, el 13 de marzo de 2013, se convirtió en el primer Papa hispanoamericano y jesuita.
A lo largo de su primera década al frente del Vaticano, el papa Francisco tuvo como objetivo acercar la Iglesia al pueblo, particularmente a los excluidos por el sistema, así como también dotar de simpleza y austeridad a su tarea pastoral.
La querían al servicio del pobre, los desamparados y excluidos, así como también que estuviera lo más alejado que se pudiera de escándalos de corrupción y pederastia. Desde su primer discurso, el ex arzobispo porteño marcó una de las claves de su pontificado: no era un monarca, sino un pastor. Su frase clásico «Recen por mí» buscó desde el primer día ponerlo a la par del resto.
Al hablar desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el entonces flamante Santo Padre anticipó que se iniciaba un camino de «fratellanza» (hermandad), lo cual quedó de manifiesto en su perseverante llamado a la unidad, ya sea para resolver problemas mundiales como el hambre, la pobreza, los refugiados o el cambio climático; o para enfrentar situaciones como la pandemia del Covid-19 o la guerra en Ucrania. Pero también llevó ese mensaje en cada viaje que realizó y lo contextualizó a la situación local, como en las giras por la República Democrática del Congo y Sudán del Sur.
Su austeridad, marcada por hechos como la decisión de mudarse a la residencia de Santa Marta y no en el Palacio de Castel Gandolfo, quedó enfrentada con los sectores más conservadores de la Iglesia, con los que mantuvo una tensa relación.
En ese marco, Francisco avanzó en reformas gubernamentales del Vaticano, para darles más espacio a las mujeres y a los laicos en el pequeño y poderoso Estado, así como también para prevenir que se repitan situaciones escandalosas como abusos sexuales a menores o manejos espurios de dinero.
Entre los cambios se destacó que cualquier persona bautizada, incluidas las mujeres, podrá dirigir los departamentos del Vaticano, espacios que hasta el momento estaban dirigidos por clérigos, generalmente cardenales.
Opuesto naturalmente a toda guerra, condenó la utilización del nombre de Dios por parte de fanáticos de las religiones y abogó por la unión de todos los credos en pos del bien común y la felicidad.