El nombre y apodo del “Negro” Rubén Morardo está ligado indiscutiblemente al blues. Entrevistado por el programa “Tarde para Tirar la Toalla” de la Radio Tortuga 92.9, situó el origen de ese amor en una primera escucha de Jimi Hendrix. También repasó sus diversas formaciones musicales, anticipó sus ganas de meterse a grabar por primera vez sus canciones e incluso desempolvó duras anécdotas de los tiempos de la dictadura que lo alejaron de los escenarios en la juventud.

Rubén Morardo nació y vivió su niñez en la ciudad de Córdoba y arribó a Alta Gracia en la adolescencia. El blues se le coló en su historia a partir de un vecino y compañero de juegos infantiles, cuyo padre, piloto de vuelos internacionales, le traía discos de Estados Unidos. “El hermano más grande de mi amigo estaba armando una banda y un día me hizo escuchar a Jimi Hendrix”, recuerda. “Fue tremendo”, recuerda en un suspiro, como reviviendo el momento. “No existía nada parecido; esa técnica, esa actitud, ese sonido. Yo me fui a mi casa y me dije ‘no sé qué escuché ni qué es, pero yo quiero eso’”, completa.
Morardo tenía 12 años cuando escuchó por primera vez a Hendrix. Desde los ocho quería ser guitarrista, pero sería este descubrimiento trascendente el que precipitaría la llegada de la primera guitarra a los 14 o 15, cuando su padre se la compró al dejar Córdoba e instalarse en Alta Gracia. El blues lo significó su arribo a la música de protesta, un puente empático con “los que no tienen voz en la comunidad”.
RADIO TORTUGA (RT): ¿Empezás a tocar con el horizonte en lo que te había marcado Jimi Hendrix?
RUBÉN MORARDO (RM): Sí. Frente a la terminal vieja de Córdoba había un lugar que se llamaba María Castaña. Era un tugurio de mala muerte, pero era tremendo el ambiente y se tocaba rocanrol. Había un tipo que tocaba tremendamente y yo iba a veces a que me enseñara algunas cosas porque no había profes que enseñaran esto. Era en vivo y en directo y a veces subía a tocar con él. Fueron las primeras veces que subí a tocar y fue una sensación muy fuerte. Uno puede practicar mucho en la casa, pero salir a tocar delante de la gente es otra cosa. Era menor de edad. Tres veces entró la policía a ese lugar, tres veces se llevó hasta al dueño y tres veces agarré mi pullover y bajé por las mismas escaleras y me escapé como si no me vieran. Cruzaba la calle y me venía para Alta Gracia. Eran tiempos violentos antes del Golpe (de Estado). Para estudiar esta música no había info, hoy los chicos abren YouTube y está todo ahí.
RT: ¿Cómo se compartía la música?
RM: ¡A los discos nos los pasábamos tantas veces! Para sacar un pedacito, los bajábamos de velocidad para poder entender qué estaba tocando. Venían en 33 revoluciones y los bajábamos a 16. Cambiaba la afinación, pero el yeite salía igual. Pasa que cuando terminábamos de sacar el yeite, el disco no servía más. Y no eran baratos, ojo.
RT: ¿En Alta Gracia encontraste músicos para compartir esa música que estabas descubriendo?
RM: Encontré músicos y armando una banda. Terminé tocando con Carlos Murúa, Miguel Perasso y Alberto Frau. Con ellos armé una banda en los 70, antes del Golpe (de Estado).
RT: ¿Y cómo era el rock en Alta Gracia antes del Golpe (de Estado)?
RM: El rock no existía. Armamos la primera banda con distorsión y salimos con temas propios. Estábamos tan equipados que llevábamos nuestros sonidos porque era barato comprar equipos. Todos valvulares. El ensayo de nosotros se escuchaba desde la “Conchinchina”. Y los vecinos, chochos. Era una época feliz hasta ahí. Cuando el Golpe (de Estado) llegó, con “los chicos de las botas” tuvimos una conversación en la que me convencieron de que yo no debía seguir haciendo eso porque no me hacía bien a la salud. En dos minutos lo entendí y dejé de tocar por muchos años. En los ochenta armé otra banda… Todo aquel que tenía un pensamiento y componía canciones, era enemigo de la patria…
RT: ¿Cómo fue eso?
RM: Me llevaron una vez por ese motivo y otra vez por si yo conocía gente… La primera vez fue una conversación amable nomás. Me dijeron que tenía que tener cuidado con lo que decía en las letras porque era un mensaje equivocado y que no estaba bien… En definitiva, me dijo “mire ciudadano, usted parece una buena persona pero recuerde que puede desaparecer; queda chupado en el sistema y nadie se va a enterar que usted ha desaparecido”. Con estas palabras. Y te puedo contar una cosa más. El día del Golpe (de Estado), el 24 de marzo (de 1976) yo me iba a trabajar; trabajaba en una estación de servicio, despachaba nafta… Y cuando iba llegando a la Plaza Solares, me quise volver porque vi que había un tumulto bárbaro de militares arriba, y vino un soldado y me dijo: “No se vuelva porque le van a disparar”. Cuando llegué a la Plaza Solares, eran las cinco de la madrugada y estaba lleno de gente tirada en el piso. Me dijeron: “Vaya hasta la otra esquina que le van a tomar los datos”. Yo miraba la Plaza y la gente que estaba boca abajo. Al rato vinieron unos tipos y los trajeron para que me reconocieran. Eran civiles de la ciudad de Alta Gracia, enmascarados, que andaban reconociendo a la gente. Y a los que señalaban, los subían a los camiones.
RT: ¿Y dejaste de tocar después de esa experiencia horrible?
RM: Tocaba en mi casa, pero armar algo ni ahí. A lo último, la dictadura aflojó.
RT: ¿Volviste a tocar con la vuelta de la democracia?
RM: Sí, armé una banda con unos amigos. Se llamaba “Némesis”. Estaba Baranelli, José Luis del Valle, Barragán, Agustín Piñeyro. Fue una linda experiencia, pero en los 90 armé “Perro Ciego” y eso fue definitivamente blues.
Morardo considera que el blues “es una música que tiene que ver mucho con la sensibilidad interior”; que no se agota en la composición de una canción, sino que apunta a “crear ambientes con pocas cosas y elementos simples”.
Si bien reconoce que ha tenido una carrera “bastante solitaria”, destaca que en los años 80 logró conjugar su música con artistas de otras ramas, como la experiencia de teatro callejero junto al baterista e ilustrador Oscar Salas. “Ha sido muy bueno para mí ser convocado por Marcelo Alonzo para hacer ‘El Desenredador de Estrellas’ con niños”, subraya, refiriéndose a una interpretación de un cuento de aquél, llevado al teatro tiempo atrás.
RT: A partir de los 90, te metiste de lleno en el blues. ¿Fuiste vos armando las agrupaciones o te sumaste también a otros?
RM: Debo ser medio cacique porque siempre armé proyectos, busqué gente, fechas, armé flyers. Es una cuestión de actitud -cierra entre risas.
RT: ¿Pudiste grabar?
RM: Ésa es una deuda pendiente que espero poder cumplir este año con Sebastián (Maciel), con quien tenemos un montón de ideas. Tengo muchísimas cosas y no las tengo grabadas. Y es una pena porque no quiero que queden inconclusas. Ése es el problema de estar solo, pero ahora tengo un socio -refiere, señalándolo a Sebastián Maciel, el bajista que lo acompaña en la entrevista y en este momento de su carrera.
RT: ¿Qué es el blues para vos?
RM: Los músicos hacemos cosas extrañas. Somos capaces de quemar los bártulos y pasar todo tipo de necesidades, pero vamos y compramos cuerdas y una viola nueva. No pensamos como el resto de la gente -risas nuevamente-. En cuanto al blues, se te vuelve algo íntimo. El blues es una música sabia, con tanta belleza y tanta simpleza que te permite acceder a toda clase de músicas…
RT: Pero en lo personal, ¿qué te pasa con el blues?
RM: Es mi identidad. Es la voz, el lamento y la queja de los que no pueden… de quienes están en silencio y no se pueden expresar.