Opinión: No estamos todos juntos en esto 

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Gentileza Caja Negra

Por Guillermo Morilla – El anarcocapitalismo de Javier Milei presenta una oportunidad para reinventar colectivamente nuevas formas de involucramiento político.

Otro día en Argentina. Otro día en que cientos de trabajadores se quedan sin laburo. Las semanas ya acumulan miles de despidos, y los meses miles de miles. Los dientes de la motosierra en el sector público no descansan. “Al fín cierran la fábrica de pastas”, se escucha decir a uno de rebote en la fila del almacén, pero el anzuelo no pica. 

Ana y Facundo están junto al teléfono, hace horas que ven a sus compañeros despidiéndose sorpresivamente de los grupos de Whatsapp, algunos de ellos llevan más de diez años trabajando, uno de ellos los presentó y hoy es padrino de su hija de un año. Leo, el Tano, como le dicen sus amigos, se levantó como todas las mañanas a las 7, desayunó el clásico cortado con medialunas en el café que queda a dos cuadras del Ministerio, ocho años de la misma rutina; horas más tarde el Tano vuelve a su casa, no hubo aviso previo, mucho menos habrá indemnización, mañana tampoco habrá café con medialunas.  El meme de Telekino gira por las redes: “¿Y si mañana te toca a vos?”  

Todos pegados al teléfono esperando noticias, mientras caminan de un lado a otro, mientras preguntan constantemente si se supo “algo más”. Las noticias de despido son como balas rasantes, y cada vez que suena la notificación del celular todos se angustian. Todos haciendo números. La motosierra puede derrumbar en cualquier momento la puerta de ese pequeño departamento donde el alquiler se fue al doble. El blister de sertralina apura inquieto de costado. Caramelos para dormir. Terror y miseria en la Argentina Libertaria.

Mientras tanto: jubilaciones en cuotas, tarifazos brutales, e invasión de mosquitos. La Argentina de los que intentan ganar la calle, los que saltan los molinetes en la estación de trenes de Constitución (Buenos Aires) para colgarse de ese lacrimoso estribo del tren, los que hacen cuentas frente a la boletería del Sierras de Calamuchita porque el boleto vale miles de pesos y no hay molinete que puedan saltar, los que ya no saben de dónde más recortar.

“¿A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT?”, y, “¿Cómo le van a medir el aceite a la CGT histórica?”, son frases que codean la discusión pública entre los que miden el aceite y los que no paran de perderlo. Rebelión en la granja. “Yo me pregunto en qué lugar estará el buitre negociando el futuro de mi posteridad”. 

Mientras tanto, la tele y los cargos públicos millonarios no paran de repetir: “No hay plata”. Los padres frente a la heladería, repiten lo mismo a sus hijos. Las almas desgarradas por una nueva era de austeridad. Los ojos de los pobres de Baudelaire, los invisibles de siempre. El presidente, sobregirado de ideología, pelea con el fantasma del comunismo. Nunca nadie puso tan de moda a Marx, las sombras que acechan a Milei tienen la forma causal de su propia insensibilidad ante el dolor del pueblo

El crítico cultural Mark Fisher escribió hace tiempo: “Llegas a casa, enciendes la TV. Voces patricias lloran lágrimas de cocodrilo. Grandes recortes en el presupuesto de los servicios públicos. 40%, 30%. Una nueva era de austeridad. Los aristócratas millonarios nos dicen: todos tienen que hacer su parte. Estamos todos juntos en esto”. 

La Argentina y su depresión sin épica. Fisher nos dice que la resignada obediencia del pueblo al mandato de austeridad, es parte de una depresión deliberadamente cultivada que se manifiesta en la aceptación de que las cosas empeorarán, de que tenemos “suerte” de tener trabajo, de que no podemos permitirnos la contención colectiva del Estado de Bienestar. “Cada vez aceptamos más la idea de que no somos el tipo de personas que pueden actuar”. Los despedidos, los jubilados, los docentes, los estudiantes, los arrojados al olvido y convertidos en zombies por los medicamentos, los millones que sufren el daño mental del capitalismo, todos ellos podrían transformarse en la próxima clase revolucionaria. 

Será momento de “inventar nuevas formas de involucramiento político, revivir las instituciones que se han vuelto decadentes, convertir la desafección privatizada en ira politizada”. No estamos todos juntos en esto.

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