El iluminador sale a escena

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Detrás de las pesadas cortinas de pana, la sala tiene una luz tenue. Los murmullos del público se escuchan leves, sordos. Las butacas ocupadas superan apenas la mitad. El telón oculta la escenografía.

Unos minutos después, la luz de la sala desaparece lentamente. La oscuridad provoca una placentera tensión ante la obra que está a punto de comenzar. Cuando el telón se abre, son las luces las primeras pinceladas de la magia teatral.

Por Marcelo Riol

El trabajo de lxs iluminadorxs, en general, está más relacionado al área técnica y no tanto a lo artístico. Pocos lo consideran un arte en sí mismo. Sin embargo cuando conversamos con Javier Guevara —iluminador del Teatro Real de la Ciudad de Córdoba y habitante de La Serranita—, esa afirmación pierde consistencia.

“Todas las artes escénicas son una dualidad entre lo técnico y lo artístico. Los oficios técnicos son parte del arte. De hecho en una obra de teatro, en un recital, cuando se conjugan todos estos lenguajes, somos hacedores de ese hecho artístico”, asegura Javier.

Nacido en la Ciudad de Córdoba y criado en Río Tercero, Javier Guevara empezó a estudiar teatro impulsado por el deseo de la actuación, sin embargo cuando cursaba el cuarto año de la carrera, decidió hacer también la especialidad escenográfica. Allí descubrió la iluminación como posibilidad plena de expresión.

Si bien, en general, los oficios técnicos relacionados con las artes escénicas encuentran poco espacio en la crítica o en las reseñas dedicadas al teatro. Guevara considera que la tarea artística que tiene, en su caso un iluminador, empieza a tener cada vez más presencia en los medios.

Para Javier su trabajo es como tener una cámara o un pincel, las luces le permiten hacer foco en determinados momentos o aspectos de una escena y así lo define: “El iluminador tiene casi el mismo rol que el que lleva adelante el director de fotografía, en una producción cinematográfica. Decidís qué y cómo iluminas. Y por otro lado está el uso de los colores, por eso digo que muchas veces iluminar es como usar un pincel”

La función que desempeñan los equipos técnicos, está muy vinculada a la dirección de la obra. En su experiencia, existe un diálogo necesario entre quien dirige y ese equipo técnico. Las ideas se trabajan en conjunto, con el aporte imprescindible de quien puede ver el escenario un poco desde afuera.

“A veces una propuesta desde la iluminación, les sugiere a lxs actorxs otras cosas, distintas a las que tenían pensadas. Cuando eso sucede los espectáculos crecen, sin dudas. Lo que escribió el autor, lo que ponen lxs actorxs, la puesta del director, la escenografía y la iluminación dialogan, esos lenguajes se tensionan y son capas que enriquecen a un espectáculo”, explica.

El proceso creativo para la iluminación es casi tan largo y complejo como lo es para lxs actorxs. Se prueban ideas, se analizan posibles salas y sus condiciones técnicas. Cuando se puede, se boceta a través de imágenes renderizadas las propuestas de iluminación y también se ensayan, tal como hacen quienes llevaran adelante el texto.

A Javier siempre le resultó seductor poder ser quien guía el ojo del espectador, ser quien crea el ambiente preciso para lo que sucede en el escenario. Saber que desde su comando puede realizar una imagen en movimiento es lo que lo atrajo a esta particular ocupación.

La tarea de iluminador tiene poco margen para la improvisación, sin embargo lo que sucede en el escenario, está vivo y al momento de operar eso agrega cierta adrenalina. Para una entrada tardía, o alguna interacción con el público, o un detalle inesperado que pueda destacar, siempre debe disponer de un comodín en la manga.

“En Paravachasca hay una gran riqueza artística que todavía no eclosionó. No en términos de calidad, si no con respecto a lugares y posibilidades de producción. La falta de público no es una cuestión solo del Valle, también sucede en Córdoba, donde proporcionalmente también es poco el público que consume teatro, por ejemplo”.

En tiempos donde cada vez son menos las horas artísticas en las currículas de las escuelas, es difícil la creación de público que pueda activar el círculo de producciones escénicas. Hoy en nuestro Valle hay pocas salas y sin un público acostumbrado a ver obras teatrales o de danzas, es complejo el desarrollo de lugares acordes donde pueda contenerse tanta riqueza.

Desde su punto de vista, otro aspecto que dificulta la llegada del público al teatro, es que muchas veces no se produce pensando en quién va a ocupar una butaca.  No siempre se tiene una mirada abierta, que contemple al espectador poco habituado al teatro.

A Javier Guevara le gusta el teatro que refleja lo cotidiano. Un teatro popular que no resigne lo complejo. Le gustan las obras que incluyan al espectador, que se aleje de lo académico o lo experimental, cuya validez no discute, pero a la hora de elegir no están dentro de sus preferencias.

Cuando habla de sus metas, reconoce que poder estar trabajando como iluminador, hacer teatro, en un universo tan pequeño, ya es un logro en sí mismo. Sin embargo tiene el deseo cercano de producir aquí en Paravachasca y a la vez no deja de fantasear con tener en sus manos la puesta de luces en la apertura de un juego olímpico.

La obra termina, se va el último destello. El escenario queda a oscuras, hasta que Javier da luz para que el público entregue los últimos aplausos, que en parte también son para él.

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