Por Guillermo Morilla. El regreso de los soldados al país pone al descubierto las técnicas de control y vigilancia por parte de las Fuerzas Armadas para mantener en secreto lo sucedido. Además, permite pensar el rol de los medios de comunicación en el escenario de posguerra y la mayor deuda democratica a lo largo de los años: El Reconocimiento.
“¡Por ‘Zurdau’, por ‘zurdau’!”, el grito de soldados ingleses resuena en los pasillos del SS. Canberra, un transatlántico britanico que en el pasado había servido como crucero comercial, pero que en esos días alberga a más de cuatro mil soldados argentinos que regresan de las Islas Malvinas.
El barco que repatrió la mayor cantidad de combatientes al país, curiosamente no fue argentino, fue inglés. Los británicos, deseosos de que las tropas argentinas abandonaran cuanto antes las Islas, se sumaron a la logística para transportarlos hasta la bahía de Puerto Madryn.
Los argentinos debían caminar por la izquierda de los pasillos del barco, pero la conjunción de la letra ‘z’ a los ingleses les resultaba imposible. El ingenio de nuestros soldados no tardaría en aparecer, fue cuando les enseñaron la palabra “Zurda”, la mágica, la del Diego, que terminarían pronunciando como “Zurdau”.
A pesar del conflicto bélico, los días a bordo del Canberra son acogedores. Cambiar el suelo duro de una trinchera, el frío y el hambre, por algunos colchones de los camarotes -o en cambio un suelo alfombrado-, el alimento abundante por parte de los ingleses y las duchas de agua caliente.
Muchos piensan en volver a encontrarse con su familia, el asado de papá y la pasta de mamá. El barrio, los amigos, los domingos en la cancha. Todo ese conjunto teñido por la presencia del peor polizón, la confirmación que de Malvinas no se vuelve, te sigue a donde vas.
La bandeja con comida abundante y un puchito servido por los ingleses son un lapsus temporal, la espasmódica comodidad del transatlántico inglés y la esperanza del retorno, será eclipsada por la construcción de los demonios que agitan algunos Oficiales argentinos: “Guarda. No se confíen. Cuando lleguemos, lo más seguro es que la gente los cascotee por haber perdido”.
El día que Puerto Madryn se quedó sin pan
La mañana del sábado 19 de junio, el SS. Canberra atracó en el Muelle Almirante Storni. Miles de soldados argentinos descienden en la ciudad aún dormida de Puerto Madryn. Los fantasmas que los oficiales invocaban a bordo, comienzan a tomar forma ante los jóvenes soldados. No hay recibimiento popular.
Los altos mandos militares habían planificado un retorno sin grandes épicas, lo que debía predominar era el secretismo absoluto. Sin embargo, el despliegue operativo llamó la atención de los vecinos que poco a poco comenzaron a acercarse, no tardaron en descubrir que “los muchachos de Malvinas” habían vuelto.
«Se empezó a correr la voz en el pueblo, la conmoción era muy grande porque venían nuestros muchachos. Fue algo espontáneo, algo que nació de los vecinos que estábamos en las calles, queriendo verlos pasar, confirmar que por fin estaban de vuelta», cuenta la madrynense Mabel Outeda, quien no dudó en sacar su cámara y tomar fotografías.
El ex combatiente Juan Carlos Sosa lo recuerda con nitidez: «La gente corría a la par de los camiones y colectivos, aplaudían, gritaban, nos daban aliento, fuerza, nos traían pan de a montones que con el hambre que teníamos lo agarrábamos asomando la mitad del cuerpo afuera».
Los vecinos abordaron a los soldados. Ofrecían sus casas para que se bañen, ese día los vecinos de Madryn usaron sus líneas telefónicas como nunca, los soldados pasaban recados: “Por favor avisale a mi vieja que estoy bien”. Más de uno los abrazó como si fueran sus hijos. Aquello que la dictadura no pudo evitar.
El proceso de Desmalvinización
A diferencia de la heroicidad que recorre a la narrativa estadounidense en todas sus producciones culturales, el último relato bélico de la Argentina está teñido por la desidia. El regreso no cuenta con la épica merecida. Los altos mandos militares, apenas firmado el rendimiento, comenzaron el diseño y puesta en práctica de diversas estrategias de ocultamiento, control y vigilancia sobre los soldados y fundamentalmente la construcción narrativa de la guerra. Este será el último clavo que asentará la Dictadura Militar en la sociedad argentina, un clavo sobre el cual la naciente democracia colgará el cuadro del olvido.
Desde el primer minuto se realizó la incautación y destrucción del material fotográfico tomado por los medios corresponsales que se encontraban en las Islas; las pocas imágenes que se conservan de los últimos días de las tropas en Puerto Argentino, corresponden a material aportado por los ingleses.
La repatriación de los combatientes será específicamente trabajada desde el control y la vigilancia, y hasta el disciplinamiento psicológico y físico de los cuerpos. En primer lugar, las logísticas de retorno no apuntaban tanto a que los soldados abandonasen las islas, sino al diseño de técnicas de invisibilización y ocultamiento cuidadosamente trabajadas.
El objetivo fue esconder a quienes habían combatido en las Islas, prohibiendo todo tipo de contacto para ocultar las condiciones físicas y psicológicas en las que regresaban, y así tener tiempo de mejorar su imagen y estado físico. Para este primer objetivo, en muchos casos, los ex combatientes estuvieron recluidos por días y hasta semanas en los destinos militares sin poder contactarse con sus familias, durante los cuales les daban de comer para que engordasen y les brindaban cuidados médicos.
Los camiones en los que eran trasladados al regresar al suelo argentino, eran cubiertos con lonas o taponadas sus ventanas con papel de diario. “Al intento de velar el registro de los hechos se le sumaron las acciones de inteligencia tendientes a que los soldados no hablasen de lo visto y vivido. El 8 de junio de 1982 el teniente primero Ramón Ojeda, jefe de la sección Inteligencia del Centro de Apoyo a la Recuperación Integral (CARI) firmó un documento catalogado de secreto en el que se señalaba la recomendación al jefe del Destacamento de Inteligencia 201 de «realizar actividades de contrainteligencia y acción psicológica entre los heridos y enfermos para contener la difusión de su situación a su regreso”, destaca un artículo realizado por Cora Gamarnik, llamado: «El regreso de los soldados de Malvinas: la historia de un ocultamiento».
Dicho documento señalaba: “La puesta en conocimiento a los comandantes o jefes de los comentarios hechos por sus subordinados a fin de que adopten las medidas que crean convenientes para solucionar o prevenir hechos que afecten a la moral o a las operaciones”. En su segunda propuesta, planteaba que “cada vez que un barco se dirige a Puerto Argentino se embarque esta u otra sección (Personal del Área de Inteligencia del Ejército) a fin de cumplimentar lo antes expresado”.
Proponían también realizar “operaciones psicológicas secretas mediante el empleo de diferentes técnicas, procedimientos o medios” e impulsar “una campaña para impedir que la subversión capitalice el dolor y/o el resentimiento de los familiares de nuestros soldados muertos y desaparecidos en la guerra”.
El ocultamiento tenía por objetivo imponer el silencio a los ex combatientes sobre sus experiencias en las islas. La intención fue ocultar a la sociedad el pésimo desempeño que tuvieron para evitar la profundización del desprestigio que ya recaía sobre las Fuerzas Armadas. La idea era que “la ropa sucia se lava en casa” y la casa era el interior de los cuarteles.
Mientras para oficiales y suboficiales la orden era explícita y asumida como parte de sus funciones, para los soldados en cambio se dictaba a través de una manipulación psicológica que incluía la culpa y el miedo, y también las amenazas. En algunos casos, las sugerencias vinieron dadas en función de “resguardar a sus seres queridos” para que no se preocuparan por su estado. En otros, argumentando que la sociedad tendría una reacción adversa contra ellos.
Una vez que los soldados eran recluidos en diversos espacios dispuestos por los mandos militares, debían completar la “Cartilla de recomendaciones a los soldados desmovilizados”. Dicha cartilla señalaba:
“Argentino, Usted ha sido convocado por la patria para defender su soberanía y oponerse a intenciones colonialistas y de opresión. Ello le obligó a una entrega total y desinteresada.
USTED luchó y retribuyó todo lo que la patria le ofreció: el orgullo de ser argentino
Ahora la patria le requiere otro esfuerzo: de ahora en más usted deberá:
– Usted no debe ser imprudente en sus juicios y apreciaciones. No proporcionar información sobre movilización, organización del elemento al cual perteneció y apoyo con los cuales contó.
– Destacar el profundo conocimiento y convencimiento de la causa que se estaba defendiendo.
– Exaltar los valores de compañerismo puestos de manifiesto en situaciones tan adversas.
– Remarcar que la juventud es capaz de hechos heroicos.
– No comentar rumores ni anécdotas fantasiosas, hacer referencia a hechos concretos de experiencias vividas personalmente”
Cada soldado tenía un acta de evaluación física de las condiciones en que llegaba. En la mayoría de las fichas figuraba el “pie de trinchera” (congelamiento en las piernas y pies por no tener vestimenta apropiada), desnutrición, castigos corporales, tormentos y torturas, estaqueamientos, enterramiento en fosas y castigos físicos por haber dejado sus puestos para salir en busca de comida. Lo que más surge de las actas es que los soldados pasaban hambre.
Como dicen muchos de los ex combatientes, Malvinas se peleó en tres frentes: el hambre, el frío y los británicos. El hambre y el frío, en exceso sufrido por aquellos soldados que se encontraban en la primera línea, dejaba al descubierto la falta de planificación por parte de las fuerzas argentinas. Los primeros días en las islas, las guarniciones se movilizaron sin grandes dificultades por los distintos frentes, pero iniciado el fuego en el mes de mayo, la asistencia de provisiones mostró sus profundas falencias.
En el ensayo “Después de la Derrota” de Andrea Belén Rodríguez, un ex combatiente cuenta cómo fue ese regreso: «Nos llevaron a Campo Sarmiento, que era en Puerto Belgrano, un galpón enorme, y nos sentaron a todos en el piso alrededor del galpón. Y en el galpón así en el medio, había mesitas, como de escuela, pupitres, así, con dos sillas, con un militar de inteligencia. Y te sentaban a vos adelante, el tipo escribía, te tomaban declaración de todo lo que habías hecho, de qué habías visto, qué opinabas. Después te terminaban de tomar declaración, firmabas la hoja, y decían ‘de esto, no se habla con nadie, esto se tiene que olvidar, recuerden que tienen familia’. Una amenaza, viste, como que te podía pasar algo si hablabas de eso, ‘no se habla con la prensa ni con la familia, ni con nadie’».
El profundo y doloroso silencio que muchos de los ex combatientes mantuvieron sobre sus experiencias en Malvinas influyó en los numerosos suicidios que se produjeron en la posguerra, a partir de la dificultad para procesar lo vivido. Como señala Andrea Rodríguez: “El mandato de silencio, el ocultamiento y el aislamiento de los combatientes en una guerra de la que ahora parecían avergonzarse fue una verdadera política institucional seguida por las tres armas”.
En el Podcast “La Cruda”, que conduce Miguel Granados, el ex combatiente Néstor Marrapodi relata que el mayor sentimiento de culpa no es no haber ganado o salvado un compañero, sino “el haber sobrevivido”.
Los medios de comunicación
Mucho se habla del papel de los medios de comunicación durante la Guerra de Malvinas. Año tras año, la famosa tapa de la revista “Gente» que titula “Estamos ganando”, circula en las redes sociales. La manifestación es clara: los medios fueron cómplices, desfiguraron y ocultaron la información. Ése es el relato que la sociedad, al día de hoy, continúa señalando y tomando distancia.
Sin embargo, el tema merece otro análisis. Vale la pena observar el relato construido por los medios en un escenario de posguerra, una narrativa que aún hoy sigue vigente en la argentina y que articula muchos de los discursos que circulan popularmente el 2 de abril.
Como una moneda, la narrativa de Malvinas desde los medios de comunicación tiene dos caras: una es el uso sensacionalista y triunfalista, las tapas que construían el avance y victoría de las tropas argentinas y su superioridad frente a los ingleses.
Pero hay otra cara, la que interesa observar porque sus esquirlas discursivas continúan permeando al día de hoy. “Los soldados argentinos héroes de la patria” pasaron a ser los “chicos de la guerra”, indefensos ante la crueldad del clima de las islas, delgados y débiles por la falta de alimentos, no profesionales.
Aquellos medios que construyeron proezas, eran ahora los mismos encargados de diseñar al ex combatiente, construían así la explicación de “una derrota inevitable”. Mientras durante el conflicto se llenaban páginas y páginas hablando sobre la capacidad profesional y el armamento moderno de las Fuerzas Armadas argentinas, después señalaban la imposibilidad de combatir contra el sofisticado armamento inglés. Mientras antes hablaban de ataques triunfales y cuantiosas pérdidas del enemigo, después pasaron a describir sin solución de continuidad a un enemigo hábil, profesional y mejor equipado.
Quienes habían sido un pilar fundamental de la dictadura militar, comenzaban ahora a tomar distancia ante el desprestigio abrumador que se acrecentaba en las Fuerzas Armadas. El 1° de julio, la misma revista “Gente” titula: “¿Había comida? ¿Tenían ropa adecuada? ¿Qué pasó con las armas? ¿Cuántos muertos hubo?”. El 15 de julio de 1982 lanza otro ejemplar que en su tapa tiene la foto de un nene de siete años que se preguntaba: “¿Qué pasó con el chocolate que le mandé a un soldado?”.
Por supuesto, la segunda cara de la moneda es mucho más consecuente con la realidad de lo que sucedió. Pero es interesante cómo ambas construcciones, la del combatiente, y la del ex combatiente, fueron diseñadas por los mismos medios de comunicación. La segunda cara de la moneda oculta un trabajo mucho más profundo, la excomulgación propia de los medios ante una sociedad que buscaba desconectar su fervor belicista, de haber ocupado las plazas en un claro fervor nacionalista y adhesión total al conflicto. Los medios ofrecieron un indulto a través de la indignación y por eso su segunda cara moldeó la imagen de posguerra.
El cuerpo del soldado permanece así en un limbo narrativo, algo que quizás siempre fue Malvinas, un limbo del que nunca se sale. Volver significó el olvido en el recuerdo constante. La imposibilidad de hablar, de definirse, de identificarse, al mismo tiempo que los medios hablaban, definían y moldeaban la narrativa más eficiente.
Así nació la primavera democrática, con Malvinas bajo el brazo. Para Alfonsín, el diseño de la nueva democracia debería apuntar a barrer los años de violencia reciente. Malvinas fue la palabra que pocos quisieron pronunciar, aunque su nombre silbaba como las balas trazantes en la noches.
Desde la guerra, la estadística es de 50 suicidios por año y para el 2000, ya ascendia a casi la misma cifra de los caídos en las islas.
Porque de alguna manera el Estado no acompañó con políticas concretas: no existió acompañamiento psicológico ni políticas inclusivas en el ámbito laboral.
El día de los veteranos y los caídos en Malvinas vería pasar dos gobiernos antes de ser oficializado en el calendario.
De los pibes de Malvinas que jamás olvidaré
En 1986, sobre el césped del Estadio Azteca de México, Argentina e Inglaterra disputaron los cuartos de final del mundial de fútbol. Es el mundial de Diego Armando Maradona. Diego no vacila: “Estos mataron a nuestros hermanos”. Una mano marcaría el primer gol del partido. El gol descomprime un grito ahogado por años. Malvinas se hace presente. El segundo gol entrará en la historia del fútbol, como uno de los mejores del mundo. Otra vez Diego, esta vez con la “Zurdau”.
El 2 de Abril fue oficializado por el gobierno de Fernando de la Rúa en el año 2000. Para entonces la militancia de los ex combatientes había cobrado mayor protagonismo en las calles. El creciente número de suicidios era alarmante, marcando la ausencia de políticas asistenciales. Los años del Kirchnerismo serán atravesados por una militancia ardiente que demanda el reconocimiento del fuego que nunca cesó. Serán años de recuperación simbólica.
Malvinas irá dejando de ser tabú, la piedra en el zapato de la democracia será tomada con orgullo por una parte de la población cada vez mayor, acompañado por una batería de políticas de Estado, pero fundamentalmente por el trabajo de sus protagonistas.
Fue el trabajo de los ex combatientes que pusieron el cuerpo en las calles, pero también en las escuelas. Año a año muchos de ellos se hacen presentes en las instituciones educativas para hablar con los jóvenes, para ser ellos quienes construyan narrativamente. Todo ese trabajo fue calando hondo. Permeando la épica narrativa que no estuvo en el regreso. El año 2022, la canción icónica de la hinchada argentina en el mundial dice: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, DE LOS PIBES DE MALVINAS QUE JAMÁS OLVIDARÉ”.