La socióloga Cecilia Allen, en su columna semanal que se emite los días martes en vivo en el programa “Formación Tortuga”, habló de las costumbres ligadas al consumismo en nuestra sociedad. La profesional planteó el lema “larga vida a las cosas” como un acto ecologista y de resistencia para hacer frente a esta lógica.
Cecilia Allen es vecina de Villa Los Aromos y trabaja hace unos 20 años la temática de residuos. Forma parte de la red internacional Gaia, que promueve el compostaje, el reciclaje y la reducción de generación de residuos. Por cuatro programas habló del uso de plásticos, residuos orgánicos y el tratamiento que se le da en la región.
En su cuarta y última columna partió del lema “larga vida a las cosas”, para poner en discusión el sistema económico que promueve el consumo excesivo. “Cada vez generamos más residuos. Para países como Argentina, el Banco Mundial calcula que la generación por persona aumentará casi un 50 por ciento para 2050”, introdujo.
Allen fundamentó que en “el esquema de vender cada vez más”, hay dos conceptos importantes a conocer: El concepto de obsolescencia programada y el de obsolescencia percibida.
“La obsolescencia programada, quiere decir que las cosas se diseñan para que duren poco o para que si se rompen no se pueden arreglar, lo que lleva a que te tengas que comprar otro objeto. El ejemplo son electrodomésticos como heladeras, celulares, entre otros”, explicó, y agregó: “La obsolescencia percibida, quiere decir que las cosas se vuelven obsoletas, no cuando dejan de funcionar, si no cuando percibís que las tenés que cambiar, porque pasó de moda, o por la mirada de los demás”.
“En ese marco, me parece interesante reivindicar esta idea de la larga vida a las cosas, como un acto de sensatez, como un acto ecologista y como un acto de resistencia a esta manía de comprar. En ese sentido, algo importante es parar un minuto y pensar en cómo nos relacionamos con lo material, porque nos da identidad y pertenencia a un costo alto. Como contracara excluye a mucha gente, a quienes no tienen a quienes no pertenecen o que no están en la moda”, reflexionó la socióloga.
“Así como ya no da para opinar sobre el cuerpo de las personas, tampoco da opinar sobre si una persona usa un celular viejo, o usa una campera de hace 15 años. Nos va a aliviar a todos y a todas quitarle esa importancia a lo material. Hay muchas cosas que nos gustan del otro o de la otra y no pasa por lo material. Hace falta ese cambio de chip”, consideró.
EL ROL DEL ESTADO
Allen indicó que “como pasa con todos los temas ambientales, está bueno que cada uno haga su parte, pero la escala debe ser mayor”. En esta línea apuntó a la importancia de que las problemáticas ambientales ocupen cada vez más lugar en las agendas políticas y en la de los gobiernos.
Ante ello habló de la necesidad de regular lo que ingresa al mercado, las formas de producción y de la importancia de fomentar prácticas que permitan “relacionarnos de otra manera con las cosas”.
Por ello, rescató algunas propuestas: “La gratiferia es una feria en lugares públicos o en grupos en redes sociales, donde podés ofrecer lo que querés regalar, no vendés ni alquilás, sino que lo ponés a disposición de otras personas”. “Otro ejemplo de ese estilo, que sería hermoso que el Estado lo promueva, es el club de reparadores, encuentros de reparación colectiva donde se junta gente a reparar cosas. Por ejemplo, una bicicleta, ropa o electrodomésticos. Vas al club de reparadores y entre todos te ayudan a repararlo”, sumó.
“Si bien hablamos de ideas para activar desde lo individual, hay que activarlo desde la escala pública. Hay alarmas ambientales por todos lados y es urgente que no sólo hagamos nuestra parte, sino hacer lo posible para que se tome relevancia en la agenda política”, finalizó.
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