Más de 600 marchas reunieron casi cinco millones de personas en todo el mundo en repudio al discurso misógino e intolerante de Donald Trump. Relato desde Washington DC.
*Por Lucía Céspedes, Licenciada en Comunicación Social, ayudante de cátedra en la Universidad Washington & Lee.
Los empleados del transporte en Washington DC están acostumbrados a las multitudes. Por eso, un buen parámetro de lo que fue la Marcha de Mujeres en Washington el pasado sábado 21 puede ser la exclamación totalmente espontánea de una supervisora de estación de subte: “Ah bueno, ¡esto es muchísima más gente que ayer!”, refiriéndose al acto por el cual Donald Trump sucedió a Barack Obama como mandatario de los Estados Unidos el viernes 20. Y nos pegó otro grito: “¡Vamos chicas! ¡Son un orgullo!”
Definitivamente esa era una de las sensaciones que se percibía en las y los manifestantes. Muchos asistían a una marcha por primera vez, y de repente se encontraban en una masa de (se estima) más de 500000 personas de todos los colores, orígenes e identidades, siguiendo la misma consigna: no permitirle a la nueva gestión ningún retroceso en los derechos de las mujeres (que son derechos humanos), ni en los derechos humanos (que son los derechos de las mujeres).
Puntual, a las 10 de la mañana (las 12 en Argentina) dio inicio el acto. Por el escenario pasaron referentes históricas del feminismo como la activista Gloria Steinem, quien llamó a poner el cuerpo para avanzar hacia una democracia inclusiva y sin etiquetas; artistas de la talla de Scarlett Johansson, quien defendió el derecho de toda mujer a una atención médica de calidad y un servicio de salud accesible; hasta la pequeña Sophie Cruz, de seis años de edad, quien se expresó en inglés y español para pedir que las familias inmigrantes no sean destruidas.
Alrededor de las 14:30 comenzó la movilización en sí. Fue como ver un mar moverse, un mar de pancartas, gorros de lana rosados, abrazos y puños en alto. Un mar que pedía el fin de la violencia hacia las mujeres, que reclamaba por el derecho de decidir sobre el propio cuerpo, que exigía un medio ambiente limpio y sano, que reivindicaba la equidad de todas las expresiones e identidades sexuales. Un mar que golpeó fuerte el ego de Trump y que será difícil, si no imposible, de ignorar.
