Nietes de la misma historia

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Por Valentina Garbarino- Somos nietes de la misma historia. Una historia golpeada por el terrorismo de Estado. Una historia que se llevó 30.000 vidas, 30.000 sueños. Pero que hoy transformamos en lucha colectiva y construcción política. En el mes de la Identidad recuperamos la historia de Gustavo Daniel Torres, una de las 43 víctimas del Juicio Diedrichs – Herrera.

Este octubre, Abuelas de Plaza de Mayo cumple 43 años de lucha, y también, se sigue desarrollando en Córdoba el Juicio por Delitos de Lesa Humanidad Diedrichs – Herrera. En este marco, recuperamos la historia de Gustavo Daniel Torres, una de las 43 víctimas que tiene este Juicio, y que en la última audiencia, testificaron sus dos hermanos.

Gustavo Daniel Torres nació el 11 de febrero de 1960 en la ciudad de Córdoba. Fue hijo de Carlos y Adelina Barrio. Creció junto a sus hermanos Carlos y Claudio, que fueron quienes testificaron el pasado miércoles. Su hermano Carlos recuerda que compartían el gusto por la música, tocaban juntos en una banda y a Gustavo le gustaba mucho la pesca.

Comenzó a estudiar en la Escuela Superior de Comercio “Manuel Belgrano” (UNC) donde tuvo participación estudiantil en el centro de estudiantes y como delegado de curso. Militaba en la Juventud Guevarista (JG) y en el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).

Claudio Orosz, uno de los abogados de este juicio, referente y militante, compartía el día a día en la escuela junto a Gustavo. El cuenta que se conocieron en el 74 en el centro de estudiantes del Cole. Se encontraban mucho jugando al handball, fútbol, voley, algunos hacían teatro, otros música y la gran mayoría de ellos eran delegados de cursos.

Particularmente ellos dos lo eran así que tenían reuniones de cuerpos de delegados en el centro de estudiantes entre tantas otras actividades. Tenían un contacto muy cercano, que era incentivado incluso por las autoridades del colegio. Luego del Navarrazo llegaron dos personajes nefastos: Tránsito Rigatuso y Lafranconi a quien recuerda que debajo de su ropa se le notaba un arma. Todo el año ´74 fue un año muy intenso porque se había propuesto un nuevo reglamento interno para que hubiera otro tipo de régimen disciplinario que fuera más inclusivo, más humano, menos autoritario. Participaban los estudiantes, docentes y celadores con ese reglamento. Rigatuso aprovechó esa instancia para irlos fichando y saber quienes eran.

Gustavo ya venía de la Juventud del PRT y en el año ´75 cuando fundaron la Juventud Guevarista en la escuela, se sumó. En el año ́75 los acusaron de una serie de delitos junto con profesores y no docentes, ahí la situación se volvió muy pesada y ya empezó a haber un grupo de celadores y guardias armados dentro de la escuela con una clara actitud represiva. Claudio recuerda que la mamá de Gustavo los buscaba todas las mañanas los llevaban a la escuela porque existía el peligro que nos secuestraran, y el papá de Claudio los buscaba y los llevaba a sus casas. Claudio cuenta que en esos viajes en auto charlaban mucho, y que también tenían tareas militantes juntos, en el estudio de literatura del marxismo, de las luchas del pueblo vietnamita, las panfleteadas en los barrios, las lecturas de la estrella roja. Y cuenta que nunca tuvieron acciones armadas como JG en Córdoba.

Para finales del ´75, todo fue más difícil, los expulsaron, no los aceptaban en ninguna escuela, Claudio particularmente se tuvo que ir a Buenos Aires y ahí perdió el contacto con Gustavito.

Orosz dijo: “La verdad que peligrosos y subversivos nos dijeron por militar la vida, la militancia no era sólo tener la perspectiva de un país más justo, sino que nosotros queríamos el socialismo, discutimos las vías, las estrategias pero las tareas solidarias, las relaciones con nuestros compañeros, nuestra participación en las villas pone de manifiesto que queríamos el mismo mundo, no sólo lo pensábamos sino tratábamos de ponerlo en práctica todos los días, creo que eso se extraña tanto de personas como Claudio Roman y Gustavito Torres”.

Gustavo fue secuestrado la madrugada del 11 de mayo de 1976 desde su casa, en presencia de sus padres, hermanos y abuelos, en barrio Alta Córdoba. Permaneció cautivo en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio «La Perla». Su familia lo buscó incansablemente y reclamó la desaparición de Gustavo en distintas instituciones. En el año 2002 con un fallo judicial se probó legalmente la responsabilidad de Tránsito Rigatuso, interventor del Colegio durante los años 1974 y el 1976, por confeccionar listas de estudiantes entregadas al jefe del III Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez. Desde hace años la comunidad educativa del Colegio construye memorias de estudiantes, docentes, no docentes. Y particularmente con el documental “Belgranenses” propusieron un homenaje a la generación que quisieron desaparecer entre quienes se encuentra la vida de Gustavo. Tenía 16 años. Aún continúa desaparecido.

Como pibes y pibas este es un relato que nos toca muy de cerca. Pensar en que Gustavo tenía 16 años cuando se lo llevaron es muy fuerte, y más cuando nuestra generación es una generación nacida en democracia. Que pudo y puede transitar la militancia tranquilamente. El terrorismo de Estado se llevo 30.000 vidas, y no podemos permitir que eso se repita. La gran pregunta es ¿cómo hacemos? y ahí sin dudas la respuesta es política y es colectiva.

Somos nietos de la misma historia. Esa historia dolorosa y oscura, pero que hoy transformamos en alegría y construcción. Una historia que tiene 30.000 compañeres desaparecides que hoy son bandera.

Como juventudes tenemos que salir a interpelar a toda nuestra generación. Tenemos que salir a contar todas estas historias de pibes como Gustavo Torres, Claudio Roman y tantos otros. Tenemos que defender la democracia, más que nunca. Hoy homenajear a Gustavo es asumir esa responsabilidad histórica. Sigamos construyendo los sueños de esos pibes que no están.
Para despedir la columna de esta semana les comparto un poema de Eduardo Pereyra Rossi llamado “Convocatoria a la rebeldía”:
Convoco a los que todos los días se levantan y salen a jugarla
por migajas que no alcanzan, a que se rebelen.

Convoco a los que todos los días
vacilan en ir o no ir
al templo que envejece los corazones.
Convoco a los que caminan sin rumbo
en una tarde cualquiera,
buscando una razón.
Convoco a los pacíficos
que no están cumpliendo con su deber
a pesar de sus buenas intenciones.
Convoco a los que no comen lo suficiente
ni se abrigan lo necesario
y tienen sed torrencial.
Convoco a los pequeños de ambiciones
que dejan a los demás
ambicionar más de la cuenta.
Los convoco a dar vuelta el pulóver,
a pegarle al prepotente y a escupir en la cara
a los que no han sido convocados.
Los convoco a romper lo que no sirve,
a perpetrar los robos necesarios,
y a recuperar lo perdido.
Los convoco a cagarse en el miedo
y patear las puertas donde
encerrados están los condenados.
Los convoco a abrir las cárceles
a ventilar las tumbas y a levantar
las calaveras de los hermanos
heridos de muerte.
Los convoco a abrazarse
en las plazas del país,
a escribir los muros
y a fusilar a los fusiladores.
Los convoco a no atar nada,
sino a despedazar las cadenas.
Los convoco a agitar banderas y colores
y correr liberados por las calles
y por campos húmedos de rocío.
Los convoco a ser sinceros,
a putear a los hijos de puta,
a desobedecer al tirano,
a amar sin límites y a odiar.
Y si, a esa convocatoria
por impolítica no concurre nadie,
¡Mala leche!
Quedan entonces convocados
al entierro de la vida
del que tuvo esta pésima idea.
Si a esta convocatoria vienen algunos,
pero no todos los convocados,
no importa,
en la próxima seremos más.
Y si a esta convocatoria
vienen todos los convocados,
la cordura habrá invadido en Revolución
nuestro país para siempre.

Escuchá la columna completa de Valentina Garbarino en el programa «Que No Se Te Escape» de Radio Tortuga 92.9:

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